Movimento Impegno e Testimonianza - Madre dell'Eucaristia
Via delle Benedettine, 91 - 00135 Rome - Italy
Tel. +39-063380587
mov.imp.test@madredelleucaristia.it
Creo
que cada uno de nosotros, reflexionando y meditando sobre la condición
de su propio estado espiritual, no podrá dejar de reconocer lo mucho
que su alma y como resultado, su comportamiento, están influenciados
benéficamente por el encuentro con nuestro Obispo. Somos, es verdad,
un grupo poco nutrido, más o menos, siempre los mismos, aferrados a este
lugar taumatúrgico por la presencia enérgica y llena de verdad
de S. E. Claudio Gatti; hemos sido acompañados y consolados paso a paso
por su paternidad ora dulce e indulgente, ora intransigente dependiendo de los
casos, pero siempre iluminadora para nuestras mentes y nuestros corazones, hemos
aprendido a comprender su felicidad al ofrecernos su gran sabiduría teológica,
pero también sus silencios, sus amonestaciones, su expresión molesta
cuando algo no iba bien en la comunidad.
Hemos valorado sus interpretaciones de la Sagrada Escritura, homilías
y encuentros bíblicos, con la sensación, más aún,
con la certeza, de no haber aprendido nunca de los otros sacerdotes nada tan
puntual, profundo y meditado; hemos tenido de él verdaderos y propios
poemas, como los definía la Virgen, capaces de dar alma, vida e inmediatez
confiriendo un salto de siglos a las avaras palabras del Evangelio o de la Biblia,
presentadas por lo general con una tal aridez que no llegaban al alma ni desvelaban
su significado más profundo o escondido; hemos sentido emociones de Cielo,
transportados a lo alto por su extraordinario sentimiento y por su preparación
teológica; hemos vivido verdaderamente instantes intensos de Paraíso,
suspendidos a medias entre la realidad y lo sobrenatural, tanto es así
que hemos salido de este lugar bendito de Dios reconociéndonos mal en
aquella humanidad trastornada, enloquecida y sin sentido que nos salía
al encuentro fuera de la verja, a la que, si solamente hubiésemos hablado
de nuestro privilegio de haber tocado con la mano la verdad escondida en los
entresijos de sus frases, quizás oídas mil veces en la Iglesia
sin adecuada enseñanza, nos habrían recibido con total incomprensión.
Nuestro Obispo nos lo ha dado todo: amor, paciencia, humildad, esperanza continua,
fe inquebrantable, pero ante todo su rigor y la profunda honestidad de sentimientos,
de respuestas, de comportamiento: era riguroso sobre todo consigo mismo, nunca
se ha dejado llevar por los compromisos, tendiendo como tendía hacia
el Señor, escuchando Su voluntad para traducirla después en su
vida de cada día; nunca ha fallado en este escrúpulo incluso excesivo,
pero era su rectitud la que lo quería. Pocas personas he conocido en
mi vida, capaces de conjugar la realidad y la verdad con tanta severidad, empezando
por sí mismo, pero pretender o esperar lo mismo de los otros, creo que
ha sido su tortura, su tensión más pesada y fatigosa al intentar
arrastrar a la verdad a tantas almas recalcitrantes.
Se ha empleado siempre a fondo en todas las desaventuras con los otros sacerdotes,
que lo han atormentado desde que en 1994 las apariciones de la Madre de la Eucaristía
han sido publicas, empezando un camino accidentado, lleno de tribulaciones,
obstaculizado por la ceguera de muchos, por la aversión de muchos otros,
por las incomprensiones de la jerarquía eclesiástica, por las
desilusiones y amarguras tenidas con cristianos, por palabras, ni siquiera leves
ni sinceras, que han venido a este lugar y se han ido esparciendo calumnias
e insinuaciones pérfidas incluso contra los milagros eucarísticos
de los que habían sido testigos.
He conocido la personalidad recta y sin titubeos del Obispo en junio de 1995
y la he constatado después en el siguiente septiembre cuando ocurrió
el primer milagro eucarístico: siempre atento a no ceder a las emociones
del momento, también en las siguientes manifestaciones eucarísticas
"quería", no deseaba, que todo ocurriese en el más profundo
silencio para acoger con recogimiento al Señor y también allí
hemos aprendido de él a considerar las hostias eucarísticas aparecidas
de varias maneras, con la devoción debida a la recepción de dones
excepcionales, de gracias extraordinarias de las que dar gracias al Señor,
sin abandonarse a exclamaciones exteriores del todo superfluas y disonantes.
Cuando el 20 de junio fue ordenado Obispo por Dios, el impacto de los otros
fue decisivamente negativo y muchas fueron las traiciones que le hicieron sufrir;
yo misma estuve tan apesadumbrada que estuve mal durante más de dos meses
durante las vacaciones de verano, pero me había acostumbrado demasiado
bien a sus catequesis y no quería renunciar a ellas, al mismo tiempo
me parecía estar fuera de la Iglesia. Recuerdo que al volver a Roma,
incapaz de vivir en la fluctuación maléfica de dudas y ambigüedades,
¿será o no verdad?, la primera cosa que hice fue la de presentarme
a él en confesión. Él, ya vestido de Obispo, me recibió
con extrema humildad y me dijo en dos palabras sinceras que recordaré
siempre: "He tenido que aceptar de Dios la ordenación episcopal,
aun sabiendo a que riesgo me expondré por la incomprensión de
todos: te dejo libre de decidir. Si quieres venir, serás bienvenida;
en caso contrario no te censuraré". Mi elección de quedarme
pertenece a aquel día y a la decisión de abandonarme a Dios.
Las batallas con la jerarquía eclesiástica continuaron, cada vez
más duras y difíciles; nuestro Obispo, impávido, un verdadero
guerrero fuerte y generoso, ha resistido a todos los terremotos y a los golpes
de Satanás con la sola arma de la verdad y de la obediencia a Dios. No
ha habido un día de paz y cuando me entregó para que lo corrigiera,
el libro de su vida con Marisa y de la misión especial de las que estas
dos almas han sido investidas, he podido adentrarme aún más en
su existencia extraordinariamente límpida, cristalina, con la alegría
de tocar la verdad a la que también yo soy tan devota.
Eh aquí el primer Don Claudio, eh ahí el Obispo ordenado por Dios,
eh ahí el Obispo de la Eucaristía: una figura de altísimo
espesor cristiano, teológico y humano, un fúlgido ejemplo para
todos nosotros que hemos sido conquistados por su carisma y por su estilo de
vida, al que debemos la enseñanza magistral de las cosas de Dios y la
obediencia total a Su voluntad.
Hoy nos sentimos huérfanos, aturdidos y sin amarras, como los discípulos
de Jesús al día siguiente de Su muerte en Cruz. Él muerto
por amor, el Obispo muere en Getsemaní por obediencia a Él; ellos,
los Apóstoles, incapaces de entender el significado de tanto dolor y
sufrimiento, nosotros incapaces de comprender un martirio a dos que ha durado
38 años, cada vez más pesado y terrible, mientras estábamos
a la espera, más bien, de otra cosa, del cumplimiento de los designios
de Dios.
Como el Obispo, inclinamos la cabeza y ofrecemos nuestra obediencia a Su voluntad,
sabiendo sin embargo que tenemos sobre los discípulos de Jesús,
una gran ventaja: todas las grabaciones de los encuentros, de las homilías,
de las Santas Misas de nuestro Obispo que serán piedras angulares en
nuestra vida.
Lejos de nosotros la desconfianza, el desánimo, la desilusión,
como ayer nos exhortó en su homilía Don Ernesto: no conocemos
todavía la voluntad de Dios sobre nuestro grupo, pero es cierto que continuaremos
rezando, releyendo los mensajes de la gran Maestra, la Madre de la Eucaristía,
para sacar de tan considerable material, la enseñanza viva para nuestro
espíritu y nuestro deseo es ser verdaderos cristianos como él,
nuestro Obispo, ha deseado al instruirnos y prepararnos.