Texto de la Adoración Eucarística del 8 diciembre 2016
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
Querido Jesús Eucaristía, hoy, fiesta de la Inmaculada Concepción, queremos cobijarnos bajo el manto materno de Tu querida Madre y nuestra. Cada vez que celebramos este aniversario, con la mente recorremos los años y los momentos vividos por nuestra comunidad. Justamente en Lourdes el Obispo y Marisa empezaron aquella misión que los llevó a inmolarse por la Iglesia y construyeron con amor y sufrimiento aquel hilo, invisible a los ojos de los hombres, que une las apariciones de la Inmaculada Concepción a la de la Madre de la Eucaristía. Su vida ha sido impresa con la marca de Dios, una marca de originalidad y pureza y la Madre de la Eucaristía estuvo siempre a su lado, como Madre, consejera, animadora, consoladora y protectora pero sobre todo custodia de sus hijos a los que se ha dado del todo. El título de Madre de la Eucaristía es el más hermoso e importante que la misma Virgen nos ha confiado para que lo amemos de manera particular, a través de las cartas de Dios. La Virgen ha hecho conocer su vida dictando a Marisella el libro “Tú eres Madre de la Eucaristía”, para indicarnos a todos nosotros el camino que teníamos que recorrer siguiendo su ejemplo. Nosotros, hoy, queremos releer algunos pasajes del libro de la vida de la Madre de la Eucaristía, porque son preciosos para comprender aún más la importancia que María ha tenido en la Historia de la redención humana. Justamente de este libro cada uno de nosotros puede aprender y remodelar el estilo de vida cristiana.
Del libro: “Tú eres Madre de la Eucaristía”
… él ha creado al hombre porque lo ama; el hombre, por tanto, debe dirigirse a Dios con la oración del corazón. Dios me hacía ver y gustar el universo que ha creado. él Uno y Trino no tiene necesidad de nadie ni de nada; ni siquiera de los hombres. Sin embargo creó al hombre y lo amó con un amor más grande que el universo: Adán y Eva fueron creados perfectos, dotados de dones grandes y maravillosos. Por voluntad divina Adán se convierte en cabeza y señor de la tierra, pero junto a Eva, rechazó a Dios y pecó por orgullo. Escuchando la voz de la serpiente, él, de hecho, prefirió a Satanás en vez de a Dios, su Padre y Creador, lo traicionó; así fue arrojado del paraíso terrenal, del jardín del Edén. A pesar de esto, Dios continuó amándolo como a su hijo y criatura: quiso realizar para él el plan de salvación: la Encarnación del Divino Hijo. Yo fui escogida para ser la Madre de Dios: siempre presente en su mente, fui creada perfecta, inmaculada, sin mancha de pecado y sin defectos. Dios derrochó en mí aquellos dones por los que me invocáis: “Mujer llena de gracia e inmune de toda culpa”, “Criatura humana dotada por Dios de dones sobrenaturales, preternaturales y naturales”… Dios me creó hermosa, pura y llena de gracia, puso su mirada sobre mí, se quedó encantado y enamorado de mi alma. Cuando oraba en casa o en el Templo comprendía qué inmensas eran las obras que Dios había obrado en mí. Los ángeles y los arcángeles cantaban conmigo la inmensa gloria de Dios, mi Todo, mi Padre. Yo fui plenamente obediente a mis padres; la virtud de la obediencia crecía cada vez más en mí después de la muerte de mis padres. Era la humilde esclava de Dios, siempre dispuesta a obedecer y a seguir su camino, de él, que ama a los sencillos y a los humildes: Dios rechaza a los soberbios, a los prepotentes, a los orgullosos y colma de amor paterno a los que se sienten pobres. Ya no tenía a mis padres, no tenía ningún afecto terreno, ¡me quedaba solamente Dios! A mi alma le bastaba él, mi Todo. Desde la salida del sol hasta el atardecer, mi alma era arrebatada en éxtasis delante de Dios, mi Todo… Esta continua unión entre Dios y yo me hacía crecer espiritualmente: me daba cada vez más cuenta de que era su humilde esclava; cuando rezaba a Dios, mi Todo, en el Templo estaba tan recogida que atraía la atención de los maestros y de los sacerdotes. Me sentía una nada delante de Dios, pero su amor entraba en mí e inundaba y trabajaba mi alma y la preparaba para grandes cosas. El Espíritu Santo me daba forma para mi gran misión. Cuando el hombre llega a una profunda unión con el Todo, a una altura elevada, puede repetir con S. Pablo “No soy yo el que vive, es Cristo que vive en mi” (Gal 2, 20)
Recemos a María Inmaculada, la llena de gracia, que, para estar más cerca de nosotros, ha querido compartir con la humanidad los sufrimientos más profundos: se quedó huérfana de Joaquín y Ana a una edad temprana, se vio obligada al exilio cuando, junto al Niño Jesús y a San José, huyó a Egipto por culpa de Herodes, se quedó viuda pronto, después de la larga enfermedad de San José, viviendo siempre en condiciones de pobreza. Ella fue la Madre a quien mataron el Hijo inocente a través de la muerte más dolorosa e infame que existía en aquella época; a pesar de esto María no profirió la más mínima palabra de rebelión contra Dios. Ella no pretendió una condición privilegiada, por ser inmune del pecado original, y aceptó convertirse en madre de todos los pecadores. Tenemos que tomar ejemplo y dar gracias a Dios por esta extraordinaria criatura y por haber tenido el privilegio de conocer de manera profunda su existencia. Supliquemos a María que interceda ante Su Hijo, por todos los que hoy comparten los mismos sufrimientos que ella padeció durante su vida terrena.
De las notas explicativas de don Claudio Gatti del libro: “Tú eres Madre de la Eucaristía”
“… No nos damos cuenta plenamente de la plenitud de gracia en María, porque no somos capaces de comprender a qué perfección y riqueza espiritual Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo ha elevado a esta criatura humana. Se puede afirmar que la plenitud de gracia es la característica principal de María; de hecho el arcángel Gabriel la saluda como “llena de gracia”: esto significa que la identidad de María es dada por el hecho de ser “llena de gracia”. La última parte del saludo angélico: “el Señor es contigo”, nos hace comprender que María desde el primer instante de su existencia y para siempre, ha tenido esta plenitud de gracia: ha sido la primera en ser redimida por Cristo, porque le han sido aplicados anticipadamente los méritos de Cristo. Que María es inmune del pecado original y de cualquier culpa es un dogma de fe proclamado por Pío IX en 1854 y confirmado por la misma Virgen en Lourdes cuando apareciendo en 1852 a Bernadette, dijo: “Yo soy la Inmaculada Concepción”. Con esta criatura la humanidad vuelve a reconciliarse con Dios y Dios vuelve a familiarizarse con la humanidad. Por el hecho de ser “llena de gracia” María es particularmente poderosa ante Dios en nuestro favor. Nos dirigimos a esta mujer, no como extraños, sino como hijos atraídos por su amor, cubiertos por su protección, sostenidos por su ayuda. Gracias a los dones sobrenaturales, a aquellos preternaturales y a los naturales que ha recibido de Dios, María vivió una relación íntima, profunda y exclusiva con la Santísima Trinidad, como hija predilecta de Dios Padre, madre llena de amor de Dios Hijo, hija y esposa casta y humilde de Dios Espíritu Santo. La gracia que ha adornado de modo pleno y permanente el alma de María, le ha permitido participar de la naturaleza divina de manera inmensamente superior a los mismos ángeles. Las virtudes teologales –la fe, la esperanza y la caridad- han estado presentes en María de modo tan rico y vivo que estaba continuamente y profundamente unida a Dios. Dios también concedió a María dones preternaturales. Incluso siendo inmune al sufrimiento, ha sufrido muchísimo porque ha querido estar íntimamente unida a los sufrimientos del divino Hijo. Dios Padre le manifestó que ésta era su voluntad mientras Dios Espíritu Santo la sostenía con la plenitud de gracia al afrontar todos los sufrimientos… El tercer don preternatural que Dios concedió a María es el estar exenta de la muerte. La muerte es la consecuencia y la pena del pecado original (Gen. 3, 3). Con el pecado, la muerte ha alcanzado a todos los hombres, porque todos han pecado (Rm. 5, 12). Sólo la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su Concepción: esto por singular gracia y privilegio de Dios Omnipotente, en referencia a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”
Roguemos a Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo para que también en la prueba podamos abandonarnos completamente. Queremos pedir que los grandes dones concedidos al lugar taumatúrgico puedan ser aceptados por todos y llevar aquellos frutos de amor y de paz de los cuales el mundo tiene tanta necesidad. Pidamos perdón por cuando no hemos seguido el ejemplo de María al abandonarse a Dios o cuando no hemos sido apóstoles y testigos de las grandes obras realizadas por el Señor. Pidamos también, por intercesión de María, que podamos crecer en el amor hacia Dios y hacia los hermanos, siguiendo el camino recorrido por ella.