Texto de la Adoración Eucarística del 8 diciembre 2017
Solemnidad de la Inmaculada Concepción
De la homilía del Obispo del 8 de Diciembre 2008
Ahora os pido que hagáis un esfuerzo con la imaginación, el corazón y la inteligencia fijando la mirada en el alma de aquella que festejamos hoy: la Inmaculada Concepción. Alguno de vosotros podrá decir: “¿Pero cómo es posible? Nosotros no estamos todavía en condiciones de poder ver, admirar y permanecer estupefactos ante el alma de la Virgen”. Yo ahora os digo: atención, en la Palabra de Dios, en la Escritura encontramos siempre la posibilidad de entender la verdad, al menos de modo y en la medida adecuada a nuestra situación humana. Este fragmento de la carta de San Pablo Apóstol a los Efesios (II lectura) es providencial: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales y celestiales. él nos ha elegido en Cristo antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables a sus ojos. Por puro amor nos ha predestinado a ser sus hijos adoptivos, por medio de Jesucristo y conforme al beneplácito de su voluntad, para hacer resplandecer la gracia maravillosa que nos ha concedido por medio de su querido Hijo”.
Ya os he habituado a ver que todo lo que está presente en nosotros, dado por Dios, se multiplica por un número inmenso cuando nos referimos a la Virgen. Cuando Pablo afirma: “Dios nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales” significa que si Dios concede generosamente a sus hijos dones, carismas, ayudas y apoyo espiritual, a la Virgen se le dan de manera perfecta y completa. Si todavía hay dudas, os invito a leer nuevamente lo que Pablo dice después: “Nos ha elegido antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables”. Dios ha escogido a cada criatura. Quien elige a Cristo, y por medio de él se presenta al Padre aceptando la obra de la Redención, puede volverse santo e inmaculado. Por tanto, si quisieran, todos los hombres podrían ser tales delante de Dios y la Inmaculada por excelencia es la Virgen.
Imaginad un panorama o una obra maestra que ciertamente todavía no somos capaces de percibir en su profundidad y en su grandeza. Lo que podemos ver en María nos tiene que servir de impulso para complacernos, como se ha complacido Dios, ante esta obra maestra. Queridos míos, la Virgen es la obra maestra más perfecta, más noble, más santa que ha salido de su Omnipotencia; Dios no podía conceder a una criatura más de lo que ha concedido a la Virgen. En nuestras letanías la invocamos: “Madre y Maestra de toda virtud”; ella es Madre y Maestra del abandono más absoluto a Dios y nosotros, hoy, la tomamos como ejemplo luminoso a seguir. ¿Quién, aparte de María, ha recibido de Dios el don de la virtud teologal de la fe? Nadie. Porque sabéis que la cantidad y la elevación de cada virtud teologal “fe, esperanza y caridad” depende de la cantidad de la gracia santificante que hay en el alma que ama, espera y cree. Desde el momento en que María tiene esta gracia inmensa, su fe es inmensa, eh ahí porque os he puesto ante esta obra maestra y os digo: mirad, amad e imitad la fe de la Virgen.
Del libro “Tu eres Madre de la Eucaristía”
Estaba inmersa en la oración, alabando a Dios con salmos y cantos, cuando una fuerte luz brilló delante de mí; vi a mi arcángel Gabriel, que me ha acompañado desde el nacimiento, y le oí saludarme así: “Ave María llena de gracia el Señor es contigo”. Mi corazón exultó de alegría. Dios, mi Todo, había ordenado a los ángeles que cuando pronunciaran mi nombre tenían que alabar a la Trinidad Santísima: mi belleza interior y exterior era motivo para glorificar a Dios. Yo misma, la criatura escogida por Dios, estaba extasiada al ver lo que Dios había prodigado en mí: sólo el que ama verdaderamente a Dios puede darse cuenta de la belleza de sus obras. El sol, la luna y las estrellas, no son tan hermosas como un alma en gracia. Yo no me he preguntado nunca ningún por qué: todo había sido decidido por Dios para mí; acepté con amor y estaba feliz de hacer su voluntad. La gracia me hizo hermosa a los ojos de Dios".
De las notas explicativas de Don Claudio Gatti del libro “Tu eres Madre de la Eucaristía”
María es saludada como la llena de gracia, como la que está sin pecado original, sin sombra de la más pequeña imperfección, porque le han sido aplicados anticipadamente los méritos del Divino Hijo; por esto María es la primera de los redimidos. No sólo ha sido la primera redimida por el Hijo, sino que ha sido enriquecida por tantas gracias y tales dones que Dios mismo ha establecido con ella una unión ininterrumpida, completa y particular. Dios quiere que la encarnación se cumpla por libre aceptación de María; así Dios y el hombre se reconcilian, se encuentran y se aman en el corazón de la Virgen María. El hombre vuelve a Dios que lo reviste con el vestido más hermoso: la gracia; es admitido al banquete de Dios: la Eucaristía; se vuelve, así, comensal con Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo. La creación se renueva, el hombre se convierte en nueva criatura por el “Sí” de María. Ella, la Virgen Madre, es el lirio y la rosa. Es el lirio más hermoso, más perfumado y más agradable a Dios, porque engendra a Jesús por el poder del Espíritu Santo (Lc 1, 35); es la rosa que se abre al calor del amor de Dios. A nosotros nos gusta representar la virginidad de María con el lirio, su maternidad divina con la rosa. Con su “Sí” se convierte en tabernáculo viviente de Dios, cuya presencia hace sentir sus beneficiosos efectos en el hombre y en la creación. El hombre es, así, redimido; la creación es renovada. No debemos olvidar que el pecado hace cada vez más inhabitable la sociedad, la comunidad, la familia en la que vivimos, mientras la presencia de la gracia y del amor de Dios nos garantizan una existencia humana mejor, más rica de realizaciones satisfactorias y más abierta y sensible a las necesidades de los demás.
La gran riqueza que hemos meditado en esta adoración es un cofre precioso que nuestra comunidad guarda celosamente, no porque quiera guardar para sí las perlas que nos han sido dadas a través de las Cartas de Dios, el libro de la vida de la Madre de la Eucaristía y de nuestro Obispo en el lugar taumatúrgico, sino porque, después de más de dos mil años, Dios mismo ha querido hacernos comprender y experimentar la hermosura de la Criatura “por excelencia”, la que ha sido creada sin pecado original: María. La Inmaculada, la que es Corredentora del género humano, se convierte en Madre de la Eucaristía engendrando a su Hijo Jesús.
Hoy queremos dirigirnos a ella, porque Jesús mismo ha querido que fuese nuestra mediadora como aconteció durante las bodas de Caná. Pidamos a través de María las gracias que necesitamos tanto como individuos, como comunidad o como raza humana. En este momento tenemos el privilegio de encontrarnos ante la Madre “a través de la reliquia” y delante de su Hijo Jesús, presente en la Eucaristía que estamos adorando. Pidamos por intercesión de María, la Inmaculada, que sigamos su ejemplo al amar, perseverar y vivir de Jesús Eucaristía.