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Texto de la Adoración Eucarística del 8 diciembre 2018

Solemnidad de la Inmaculada Concepción

Querido Jesús Eucaristía,

Gracias, porque una vez más nos has dado la oportunidad de estar aquí en Tu Divina Presencia. Qué hermoso, suave e importante es estar delante de Ti. Es un don que se renueva cada vez, una presencia única que otorga gracias de las que no nos damos cuenta. A veces estamos distraídos, invadidos por cosas terrenales y no podemos vivir al máximo el misterio de Tu presencia, pero hoy deseamos tener un maravilloso diálogo contigo, Dios Uno y Trino.

Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo permítenos que hoy, en el día de la fiesta de la Inmaculada Concepción, dirijamos algunos pensamientos a tu Madre y nuestra que nosotros hemos conocido y a la que invocamos como Madre de la Eucaristía.

Tú, Dios Creador del Cielo y de la Tierra, has querido plasmar la obra maestra más perfecta y más santa; brotó una blanca flor de Tu Omnipotencia a la que has elevado por encima de todas las criaturas, de todos los ángeles y de todos los santos.

Por deseo tuyo, nuestra Madre, además de ser Inmaculada y sin pecado original, tiene también la plenitud de la gracia. Esta gracia, inmensamente superior a la de todas las criaturas celestes y terrestres, la ha elevado a alturas inalcanzables. Así también las virtudes teologales, la fe, la esperanza y la caridad que se nutren de la gracia, han alcanzado en ella la plena y total realización. De hecho en las letanías que ha escrito nuestro Obispo, la invocamos como: “Mujer llena de gracia, inmune de toda culpa y Criatura humana dotada por Dios de dones sobrenaturales, preternaturales y naturales”.


María Inmaculada, Madre de la Eucaristía, en nuestras debilidades y fragilidades humanas, nos consuela y sorprende tu inmensa gracia. Nos aferramos a tu manto maternal; lleva nuestros afanes, nuestras preocupaciones y nuestras fatigas a Tu Divino Hijo. Amplía tu mirada maternal a nuestra comunidad, a nuestras familias y a nuestros hijos.


La Madre de la Eucaristía, en diversas ocasiones, ha hablado del fuerte vínculo que une Lourdes y Roma, de hecho ella ha definido a menudo el lugar taumatúrgico como “Mi pequeña Lourdes”. Durante la aparición del 18 de febrero de 1996 ordenó a Marisa que comiera hierba de nuestro jardín, como hizo también con Bernadette, para demostrar que es taumatúrgica, es decir sanadora de los males del cuerpo y del espíritu. Este vínculo con la gruta de Lourdes tiene sus raíces en 1972, cuando hubo el famoso anuncio de la gran misión confiada al Obispo Claudio y Marisa. “Es una misión que concierne a toda la Iglesia y al mundo entero… sois libres de aceptarla o rechazarla, pero recordad: sufriréis muchísimo. (…) Mi hijo, para salvar el mundo, sufrió muchísimo y desea que os unáis a Él y a Mí en el amor sufrido para salvar las almas” (Carta de Dios, 6.8.1972).

Este anuncio profético a lo largo del tiempo se ha realizado plenamente hasta una fusión completa con Jesucristo nuestro Salvador. Él nos ha demostrado que nos ama no con palabras, ni con las enseñanzas, ni con los milagros, sino que nos ha hecho tocar su amor a través del sufrimiento. Del mismo modo a sus dos hijitos no se les ha escatimado nada en 38 años: tremendos sufrimientos morales y físicos los han consumido; cuando Marisa compartía con su Esposo también los sufrimientos de la pasión, nuestro Obispo estaba siempre a su lado, participando plenamente de su dolor. Y, como Cristo en Getsemaní, han gritado en su corazón: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

La Virgen ha estado siempre cerca de ellos, ha sufrido junto a ellos y no ha dejado nunca de hacerles llegar su materno consuelo, solo ella era capaz de consolarlos y de transmitirles la fuerza de seguir adelante en la dificilísima misión. Ha sido: “Refugio en el dolor, apoyo en la prueba, consuelo en la hostilidad”.


María, Madre de la Eucaristía, Corredentora del género humano, tú has sido la primera persona que ha vivido los dolores y los sufrimientos de la Pasión de tu hijo Jesucristo Redentor. Los mismos golpes fuertes del azote romano que han desgarrado el cuerpo de tu divino Hijo, el inocente por excelencia, se han abatido también sobre ti, Inmaculada y pura. También tus dos hijitos han seguido el camino del Gólgota, para la resurrección espiritual de los hombres, para el triunfo de la Eucaristía. Cada uno de nosotros desea comprometerse a dar, a amar y a perdonar como María, como el Obispo de la Eucaristía y la Víctima de la Eucaristía para contribuir a la renovación del mundo y de la Iglesia.


Esta importante fiesta cae justamente dos días después de una fecha muy importante para nosotros, el 6 de diciembre, día en el que recordamos la partida de nuestro Obispo ordenado por Dios. Él fue un enamorado de la Eucaristía y de la Madre de la Eucaristía, la ha amado mucho también como “Maestra y ejemplo de toda virtud”. Nuestro Obispo nos ha confesado muchas veces que, gracias a las apariciones, ha recibido enseñanzas de altísimo valor teológico y sobre todo el de considerar la Eucaristía como el don más grande, más hermoso e infinito que Dios nos ha dado. Él nos ha transmitido estas enseñanzas, a nosotros, “el pequeño rebaño”, para ayudarnos a madurar espiritualmente, a ser testigos de Cristo, a ser la luz del mundo y la sal de la Tierra.

El Señor ha querido premiar este gran amor del hijo por la Madre, reservándole el don de la presencia espiritual de la Madre de la Eucaristía en cada Santa Misa celebrada.

Ahora dejemos la palabra a nuestro amado Obispo:

“Hay otra gran y maravillosa verdad de la que yo mismo alguna vez os he hablado y que me hubiera gustado que os hablase de ello, ella misma: al lado del Rey está la Reina, al lado del Señor está la Señora, al lado del Redentor tiene que estar la Corredentora. Dios no tenía necesidad de los enormes méritos de María para realizar Su designio de redención, pero Él ama y respeta al hombre tanto que ha querido, incluso sin ser necesario, que a los méritos infinitos se añadieran los inconmensurables de María. Él puede hacer lo que quiera: “Yo soy la Eucaristía, tú eres la Madre de la Eucaristía; Yo soy el Redentor, tú eres la Corredentora”

María Corredentora ha de ser una verdad que tiene que entrar en el equipaje de fe de toda la Iglesia y yo deseo que se empiece enseguida a reconocer también este dogma. Espero que sea un Papa enamorado de la Eucaristía y enamorado de la Madre de la Eucaristía que pueda poner en la cabeza de la Virgen esta última gema. (…) En esta santa Misa, tendrá prioridad exactamente esta intención: que Dios ilumine a los hombres de la Iglesia, los pastores verdaderos, sabios y honestos, para que puedan trabajar para llegar a esta definición y en ese momento seremos nosotros quienes nos inclinaremos ante la que llamamos Madre y le daremos las gracias, porque, por voluntad de Dios, compartió los sufrimientos de Cristo". (De la Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 15 septiembre 2007)