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Texto de la Adoración Eucarística del 11 febrero 2014

Santísima Virgen María de Lourdes

Hoy es la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes y celebramos el día del enfermo. Este día ha sido siempre muy importante para nuestra comunidad, la Madre de la Eucaristía siempre ha demostrado estar interesada en esta fiesta exhortándonos a invitar al lugar taumatúrgico a los enfermos que conocemos, porque justamente aquí se pueden obtener gracias físicas y espirituales.

Recordemos las palabras de la Virgen: "Hoy es la gran fiesta de Lourdes. Muchos enfermos van a aquel santuario, grande y famoso, a pedir gracias. Vosotros también podéis pedir gracias, pero aquí, en el lugar donde estáis, bien sea porque es taumatúrgico, o porque Nuestra Señora de Lourdes es la Madre de la Eucaristía, soy la misma persona. Podéis pedir gracias para la conversión de vuestros seres queridos, de vuestros parientes, de vuestros amigos con el buen ejemplo, con la caridad y el amor. La Madre repite siempre las mismas palabras: caridad, amor, humildad, sencillez. Estas virtudes os llevan muy alto, a alturas estupendas y a gozar de Dios (...) Es una gran alegría para mi participar en esta fiesta tan grande, ver a los enfermos que vienen con gran esperanza a rezar y a pedir gracias. Como bien sabéis, las gracias no llegan para todos, sino para quien sabe esperar, porque, os lo repito, Dios es amor. En este momento ninguno de vosotros lo ve, pero Dios está alargando su mirada a los de vuestra comunidad que están lejos o que no han podido venir por problemas de familia. ¿Qué ha hecho vuestra hermana? Los ha puesto a todos a su lado, para ayudarlos". (De la carta de Dios del 11 de febrero de 2007)


Salmo 34

Bendeciré al Señor a todas horas, su alabanza estará siempre en mi boca; mi alma se gloría en el Señor, que lo oigan los pobres y se alegren; alabad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos su nombre todos juntos. Busqué al Señor y él me contestó, y me libró de todos mis temores. Los que miran hacia él quedan radiantes y su rostro no se sonroja más. Un mísero gritó: el Señor lo escuchó y lo libró de todas sus angustias; el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los salva. Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se refugia en él. Temed al Señor, vosotros, santos suyos, nada les falta a aquellos que lo temen; los ricos caen en la miseria y pasan hambre, pero a los que buscan al Señor nada les falta. Venid, hijos, escuchadme, os voy a enseñar. ¿Quién es el que ama la vida y quiere vivir años felices? Guarda del mal tu lengua, y tus labios de palabras mentirosas; apártate del mal y haz el bien, busca la paz y corre en pos de ella. El Señor mira por los que practican la justicia, sus oídos atienden a sus gritos; el Señor se enfrenta con los criminales para borrar su memoria de la tierra. Ellos gritan, el Señor los atiende y los libra de todas sus angustias; el Señor está cerca de los atribulados, él salva a los que están hundidos. El hombre justo tendrá muchas contrariedades, pero de todas el Señor lo hará salir airoso; él cuida de todos sus huesos, no se le romperá ni uno solo. La muerte del criminal será horrorosa, los que odian al justo tendrán su castigo. El Señor rescata la vida de sus siervos, los que en él se refugian no serán castigados.


Comentario

A través de este Salmo el Señor nos quiere enseñar que tenemos que confiarnos completamente a él; sobre todo cuando nos encontramos en la prueba él está cerca, ve nuestro sufrimiento y si nos refugiamos en Su abrazo podemos encontrar gran consuelo. El Señor es un Padre bueno que no abandona nunca a sus hijos, escucha su lamento y los salva de la tribulación. Él es Omnipotente y puede sanarnos de las enfermedades, si eso es conforme a Su voluntad; no tenemos que perder nunca la esperanza y permanecer serenos porque, en cada caso, tanto si vivimos como si morimos, permaneceremos siempre en compañía de Dios.


Evangelio según San Marcos (Mc 5, 21-43)

Cuando Jesús regresó en barca a la otra orilla, se reunió con él mucha gente, y se quedó junto al lago. Llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y, al ver a Jesús, se echó a sus pies rogándole con insistencia: "Mi hijita se está muriendo; ven a poner tus manos sobre ella para que se cure y viva". Jesús fue con él. Lo seguía mucha gente, que lo apretujaba. Y una mujer que padecía hemorragias desde hacía doce años, que había sufrido mucho con muchos médicos y había gastado toda su fortuna sin obtener ninguna mejoría, e incluso había empeorado, al oír hablar de Jesús, se acercó a él por detrás entre la gente y le tocó el manto, pues se decía: "Con sólo tocar sus vestidos, me curo". Inmediatamente, la fuente de las hemorragias se secó y sintió que su cuerpo estaba curado de la enfermedad. Jesús, al sentir que había salido de él aquella fuerza, se volvió a la gente y dijo: "¿Quién me ha tocado?". Sus discípulos le contestaron: "Ves que la multitud te apretuja, ¿y dices que quién te ha tocado?". Él seguía mirando alrededor para ver a la que lo había hecho. Entonces la mujer, que sabía lo que había ocurrido en ella, se acercó asustada y temblorosa, se postró ante Jesús y le dijo toda la verdad. Él dijo a la mujer: "Hija, tu fe te ha curado; vete en paz, libre ya de tu enfermedad". Todavía estaba hablando, cuando llegaron algunos de casa del jefe de la sinagoga diciendo: "Tu hija ha muerto. No molestes ya al maestro". Pero Jesús, sin hacer caso de ellos, dijo al jefe de la sinagoga: "No tengas miedo; tú ten fe, y basta". Y no dejó que le acompañaran más que Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago. Al llegar a la casa del jefe de la sinagoga, Jesús vio el alboroto y a la gente que no dejaba de llorar y gritar. Entró y dijo: "¿Por qué lloráis y alborotáis así? La niña no está muerta, está dormida". Y se reían de él. Jesús echó a todos fuera; se quedó sólo con los padres de la niña y los que habían ido con él, y entró donde estaba la niña. La agarró de la mano y le dijo: "Talitha kumi" que significa: "Muchacha, yo te lo digo: ¡Levántate!". Inmediatamente la niña se levantó y se echó a andar, pues tenía doce años. La gente se quedó asombrada. Y Jesús les recomendó vivamente que nadie se enterara. Luego mandó que diesen de comer a la niña".


Comentario

Durante Su vida terrena Jesús ha realizado numerosas curaciones milagrosas, la narración de estos hechos ha llegado a nosotros para que podamos conocer la gloria de Dios Padre a través de la obra del Hijo y, para que aprendamos lo importante que es no perder nunca la fe en el Señor.


Roma, 11 de febrero del 2003 - h. 8:30 p.m. (Carta de Dios)

Nuestra Señora - Sea alabado Jesucristo. Mis queridos hijos, gracias por vuestra presencia. Vosotros sois pocos y los enfermos son muchos. ¡Cuántos enfermos hay!. Celebráis el día del enfermo y yo estoy con vosotros. Pensad en los numerosos enfermos que están en los hospitales y que no están bien cuidados: vosotros estáis en conocimiento de esta situación por experiencia. Orad por estos enfermos y, sobretodo, orad por vuestros enfermos, empezando por los que forman parte de la comunidad: Ana, Pedro, abuela Yolanda y por todas las personas que han llamado por teléfono y se han encomendado a vuestras oraciones porque tienen enfermos en la familia. Orad por los que podían venir, pero por pereza no han venido. El día del enfermo tendría que ser una fiesta grandísima, una ocasión para reunirse juntos y orar por todos los enfermos. Cuando un enfermo muere, los parientes tienen sufrimiento y dolor, pero si muere en gracia de Dios, irá directamente al Paraíso o si su alma tiene necesidad de ser purificada, pasará antes por el Purgatorio.

Yo sufro porque veo muchos enfermos en los hospitales que no están bien atendidos, especialmente los ancianos. Un joven simpático que habla bien, que hace reír y sabe bromear, está bien cuidado; mientras que los ancianos son casi dejados de lado y luego se mueren porque sienten la falta de los familiares; son muchos, creedme; vosotros orad por estos enfermos.

Orad, para que la guerra no estalle, porque si hay guerra, entonces habrá verdaderamente llanto para todos.

Me gustaría pediros una oración particular por vuestro obispo y por sus 40 años de ordenación sacerdotal. Orad para que Dios haga lo que ha prometido, arranquemos juntos esta gracia a Dios. Gracias, mis queridos hijos.

Marisa - Ahora ha llegado la Madre de la Eucaristía; hay dos Vírgenes, está Bernardette y está Marisella. Bernardette está al lado de la Inmaculada y Marisella está al lado de la Madre de la Eucaristía.

Nuestra Señora - Marisella, no te escondo que tendrás que sufrir todavía muchísimo.

Marisa - ¿Y qué tengo que responder?. Haced un poco vosotros, espero que me deis la fuerza.

Sí, veo la pequeña Sara. Adiós, pequeño, adiós amor, ora por papá y por mamá.

Nuestra Señora - Junto a mi obispo y vuestro os bendigo, a vuestros seres queridos, vuestros objetos sagrados. Bendigo a todos los enfermos uno a uno, los que están en los hospitales y los que están en las familias. Os traigo a todos junto a mi corazón y os cubro con mi manto materno. Te bendigo también a ti, Marisella, querida hija, esposa de mi Hijo Jesús. ¡Cuánto sufrimiento tienes tú!. ¡Cuánto sufrimiento tiene abuela Yolanda!. Os bendigo con todo el corazón.

Id en la paz de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo. Sea alabado Jesucristo.

Marisa - Oye, ¿me haces estar un poco mejor, sólo para bajar, así puedo participar en la Misa?. No hoy, porque no puedo, el doctor me ha dicho que tengo que hacer reposo absoluto, sino el domingo. No te pido que me quites la enfermedad, pero que pueda bajar para participar en la Santa Misa.

Nuestra Señora - Veremos, será lo que Dios quiera.

Marisa - Sí, siempre Dios; ¿Querrá Dios?. ¿Querrá Dios?. Está bien.

Nuestra Señora - Sea alabado Jesucristo.

Marisa - Adiós. ¿Podrías decirle a Dios que haga también un poco nuestra voluntad?. De todas formas has visto que lo pensaba y entonces lo he dicho. Adiós.