Texto de la Adoración Eucarística del 11 febrero 2019
Santísima Virgen María de Lourdes
Hoy es la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes y celebramos el día del enfermo. Cada día vemos cuántas personas sufren por enfermedades físicas y, a veces, el sufrimiento es una cruz que dura toda la vida. Vemos almas fuertes, espléndidas, que afrontan su enfermedad con valor y son capaces también de ayudar a quién está mejor que ellos. Vemos padres que luchan desesperadamente por salvar a sus niños, tienen el corazón a pedazos y son capaces sin embargo de sonreír. Algunos, a través del sufrimiento, vuelven a descubrir a Dios, renacen a la gracia divina y gritan al mundo lo maravillosa que es la vida que les ha sido dada. Otros, en cambio, no son capaces de aceptar su condición, no pueden encontrar la fuerza y se dejan llevar por la desesperación.
Esta tarde, Señor, queremos rogarte por estos últimos, para que puedan aceptar el sufrimiento en el cuerpo, porque esto es posible y es fuente de crecimiento personal y ejemplo para los demás.
El enfermo es más parecido y cercano al Cristo que gime y lo ayuda a llevar el peso de la Cruz.
Salmo 34
Bendeciré al Señor a todas horas, su alabanza estará siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor, que lo oigan los pobres y se alegren;
alabad conmigo la grandeza del Señor, ensalcemos su nombre todos juntos.
Busqué al Señor y él me contestó, y me libró de todos mis temores.
Los que miran hacia él quedan radiantes y su rostro no se sonroja más.
Un mísero gritó: el Señor lo escuchó y lo libró de todas sus angustias;
el ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los salva.
Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el hombre que se refugia en él.
Temed al Señor, vosotros, santos suyos, nada les falta a aquellos que lo temen;
los ricos caen en la miseria y pasan hambre, pero a los que buscan al Señor nada les falta.
Venid, hijos, escuchadme, os voy a enseñar.
¿Quién es el que ama la vida y quiere vivir años felices?
Guarda del mal tu lengua, y tus labios de palabras mentirosas;
apártate del mal y haz el bien, busca la paz y corre en pos de ella.
El Señor mira por los que practican la justicia,
sus oídos atienden a sus gritos; el Señor se enfrenta con los criminales
para borrar su memoria de la tierra.
Ellos gritan, el Señor los atiende y los libra de todas sus angustias;
el Señor está cerca de los atribulados, él salva a los que están hundidos.
El hombre justo tendrá muchas contrariedades,
pero de todas el Señor lo hará salir airoso; él cuida de todos sus huesos,
La Virgen ha definido muchas veces a este lugar como “mi pequeña Lourdes”, porque este lugar es taumatúrgico, aquí es posible encontrar a Dios y recibir gracias y curaciones, tanto físicas como espirituales, si esto es conforme a la voluntad divina. Cuando el sufrimiento se vuelve muy grande, nuestra debilidad humana se deja sentir y el demonio trata de alejarnos de Dios que, sin embargo, es nuestro único refugio. Esto nos lo ha enseñado y repetido muchas veces el Obispo Claudio: “Jesús es nuestro amigo. No lo olvidéis nunca. En los momentos en lo que la duda aparece, cuando la incertidumbre hace prisionero al corazón y el sufrimiento aplasta el alma en un agarre devastador, debemos mirar al cielo y, gritando, repetir el versículo que leeremos cuando sea leído el salmo responsorial: “¡Tú eres, Señor, nuestra salvación!
Y con esto queridos míos, termino, con estas palabras que salen del corazón; un corazón, creedme, bastante probado, pero que, en este momento se eleva a Dios y, elevándose hacia Él, encuentra la aportación, el sostén, la ayuda, el consuelo y la intercesión de María, Madre de la Eucaristía, de San José, Custodio de la Eucaristía, de la abuela Yolanda y de nuestra hermana Marisa, víctimas y adoradoras silenciosas, amantes de la Eucaristía”.
(De la homilía del Obispo Claudio Gatti del 14 de septiembre de 2009)