Texto de la Adoración Eucarística del 11 marzo 2018
Fiesta del Sacerdocio
Hoy es una gran fiesta para nuestra comunidad porque es el 55 aniversario de la ordenación sacerdotal de Don Claudio, el Obispo de la Eucaristía, el Obispo del amor. Pero en este día, a pesar de que fuera su fiesta, nuestro Obispo prefería siempre celebrar de manera solemne el gran sacramento del sacerdocio, esto hace que Cristo esté presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad y actualice el sacrificio de la cruz en todo tiempo y lugar.
Ya hace varios años que él ha volado al Paraíso, pero lo sentimos siempre en medio de nosotros, cerca de nuestras familias; lo imaginamos con aquella gracia que hacía brillar de amor sus ojos. Estamos seguros de que está al lado de Marisa, nuestra madre espiritual, con la que compartió experiencias sobrenaturales indescriptibles y sufrimientos más allá de cualquier resistencia humana.
El Obispo fue para nosotros un padre amoroso, una guía segura, un cálido refugio, una persona insustituible, como lo es todo verdadero padre para su hijo, y lo echamos de menos, como si su partida hubiera ocurrido ayer.
Por desgracia muchas personas que lo han conocido no le han comprendido, no le han querido escuchar y le han dado la espalda, pero un día el mundo lo reconocerá como el gran profeta que ha sido, el gran sacerdote que ha cambiado la Historia de la Iglesia con la oración, el sufrimiento y el abandono total a Dios.
En cada una de sus palabras y en cada uno de sus gestos resplandecía siempre el rostro de Jesús, Dulce Maestro, que ha obrado por medio suyo. La Madre de la Eucaristía, en la carta de Dios del 13 abril de 2003, ha reiterado: “Vuestro Obispo dice la verdad: habla como un sabio, como un profeta, habla en nombre de Jesús, porque Jesús está en él”. En particular, a Monseñor Claudio Gatti le fue concedido por Dios el don de conocer posteriores verdades y hechos referentes a la vida de Jesús y de Su Madre. Él los ha regalado a nuestra comunidad con gran alegría y amor y, por voluntad divina, serán parte del patrimonio de la Iglesia. Estas verdades nos han ayudado a aumentar nuestra devoción y fe y por esto estaremos siempre agradecidos a Dios. Hoy, en esta adoración, queremos meditar algunas de estas perlas únicas y darte las gracias, Jesús, que con Tu presencia aquí en medio de nosotros, podremos volverlas a escuchar y redescubrirlas más profundamente.
María, Madre de la Eucaristía, estaba al lado de Jesús durante la última Cena
Gracias a las cartas de Dios y a nuestro Obispo, Monseñor Claudio Gatti, sabemos con certeza que la Virgen no abandonó nunca a su Hijo Jesús, sino que siempre estuvo a su lado, de manera natural o en bilocación. Entre Jesús y María, desde el primer instante de la Encarnación, hubo intensos coloquios y grandes oraciones dirigidas al Padre, y durante estas disertaciones, uno de los argumentos más tratados era la Eucaristía. Jesús habló a Su Madre de lo que diría y haría y se demoraba muchas veces sobre la Institución del Sacramento de la Eucaristía.
En el Evangelio se habla poco de la Virgen, a petición suya, porque quería que el primer lugar fuera ocupado por completo por su Hijo, el Mesías.
Cuando después Jesús empezó su vida pública y con los Apóstoles se desplazaba de un pueblo a otro para anunciar el Evangelio, la Virgen estaba siempre a su lado. En el Evangelio de Lucas leemos que con Jesús y los Doce estaban también algunas mujeres, que le servían ofreciendo todo lo que tenían y formando así una comitiva que le seguía.
El día de la Institución de la Eucaristía, Jesús, como nos cuenta Juan, le pidió a él y a Pedro que prepararan lo necesario para la celebración de la Pascua; los dos Apóstoles no habrían podido hacerlo todo ellos solos en tan poco tiempo, si no hubieran sido ciertamente ayudados por la Virgen y las pías mujeres.
Como solo la Virgen sabía para qué serviría aquella sala, se puso humildemente al servicio de Dios Hijo, limpiando y adornando con amor la sala para la Pascua. Era consciente de que la vida de su Hijo estaba llegando a su fin y que tendría que afrontar la traición, la captura, la pasión y la Muerte. A pesar de que la alegría y el sufrimiento estaban presentes ambos en su corazón, oraba y estaba feliz de que el fruto de su trabajo pudiese servir para la primera, grande y solemne S. Misa que celebraría su Hijo.
Jesús, una vez llegado al Cenáculo, y acogido por su Madre y por las otras mujeres que, bajo sugerencia de la Virgen, por reserva y discreción, se reunieron en otra habitación contigua, para dejar así a Jesús la posibilidad de hablar todavía una vez más a los apóstoles. Poco antes de la Institución de la Eucaristía, Jesús llamó a su Madre y la hizo sentar a su lado.
Durante la aparición reservada al Obispo y a la Vidente, el 24 de octubre de 2007, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo bendijeron una estatua de la Madre de la Eucaristía realizada por un miembro de nuestra comunidad. Al inicio del encuentro de oración, la estatua fue llevada por el Obispo a nuestra capilla y colocada exactamente en el espacio vacío entre Jesús y Juan, representados en la escultura de la última Cena de Leonardo de Vinci. Ésta es otra verdad importante: María, Madre de la Eucaristía estaba al lado de Jesús durante la última Cena.
Dios papá
En una homilía del 11 de febrero de 2008 nuestro Obispo arrojó una nueva semilla a la Iglesia, de la cual surgió una nueva relación entre Dios y el hombre, una relación padre-hijo nunca antes experimentada por los hombres y que la hace brillar con una luz diferente. Fue muy emocionante sentir a nuestro padre espiritual hablar de Dios como de un Papá que ama, guía y protege a Sus hijos, permitiéndonos dejar atrás la imagen tradicional, estereotipada, vacía y retórica de un Dios inaccesible o distante. Cambia así completamente la perspectiva con la que nos dirigimos a Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. Él nos ha creado a Su imagen, conoce todo lo de cada uno de nosotros y si le ofrecemos un corazón limpio, bueno y en gracia, ya no somos “huérfanos”, sino que somos abrazados por el Padre Celeste que nos toma de la mano, nos guía, está a nuestro lado como padre, hermano, amigo y nos abre el único camino posible para vivir una vida mejor y un mañana alcanzar el Paraíso.
Como nos ha explicado nuestro Obispo: “Dios es el soberano, el Todo, ante Él incluso la Virgen se inclina y se arrodilla en reverente adoración, pero es también el que sabe sonreír, jugar y bromear, que besa y acaricia a sus hijos aunque estos no se den cuenta. El Dios lejano e inaccesible tiene que ceder ya el lugar al Dios presente y afectuoso. Este concepto en la Iglesia debe entrar y estad seguros que entrará” (De la homilía del 11 de febrero de 2007 de Mons. Claudio Gatti). Por eso, cada uno de nosotros puede saborear una nueva relación con el Creador, no estar ya apegados a una idea abstracta de Dios, sino sentirlo como una presencia real en el corazón y en el alma. Justamente esto fue vivido en primera persona por nuestro Obispo y nuestra hermana Marisa: de hecho, cuando los dos queridos hijitos vivían la dolorosa experiencia del Getsemaní, Dios Papá no los abandonó nunca, sino que quiso tomar parte de sus sufrimientos, como nos confió nuestro Obispo durante una conmovedora oración: “Dios mío, nos has desvelado que Tú estás siempre con nosotros, con tus dos queridos hijitos, cuando sufrimos y gemimos, aunque la mayor parte de las veces no Te hemos visto, ni sentido, ni percibido. Tú, Dios Papá, así como Te has impuesto el sufrimiento en el momento de la pasión y de la Muerte de Tu Hijo, has querido también sufrir junto a dos corderos que se inmolan por el renacimiento de la Iglesia y esta noche estabas allí cerca de nosotros” (De la oración del 11 de marzo de 2007 de Mons. Claudio Gatti).
Así como Dios no quiso ahorrarle a Su Hijo Jesús la Pasión, sino que lo sostuvo sin abandonarlo nunca, también hace lo mismo con nosotros, incluso si no nos ahorra dolores y sufrimientos en los tiempos difíciles de la vida en los que nos sentimos abandonados o aplastados por la prueba. Dios no nos abandona porque es nuestro Papá.
La Resurrección vista por el Paraíso
En el momento de la muerte de Cristo la tierra tembló, el cielo se oscureció y el velo del Templo se rasgó en dos; esto provocó arrepentimiento en los soldados, los paganos tuvieron miedo, los pocos amigos que permanecieron ligados al recuerdo de Jesús sintieron incerteza, incredulidad y sentido de abandono, sólo la Virgen sabía exactamente lo que ocurriría.
En la realidad sobrenatural la muerte de Cristo sin embargo provocó una reacción completamente diferente, porque con ella se cumplió la Redención, fue borrado el pecado y el hombre se reconcilió con Dios.
Después de Su muerte, Jesús fue a recoger a todas las almas de los justos del Antiguo Testamento; por tanto todos aquellos exultaron viendo esta luz divina, gloriosa y sobrenatural envolverlos y transportarlos al Paraíso, a gozar finalmente de la visión beatífica de Dios. El cuerpo de Jesús estaba todavía en el sepulcro, pero Su alma, siendo Dios, estaba junto al Padre y al Espíritu Santo.
Cuando llegó el momento establecido por Dios para la Resurrección, todo el Paraíso descendió ante el Sepulcro: estaban presentes Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, los Ángeles y los Santos, que se inclinaron reverentes en adoración, regocijándose y exultando. Los que gozaron más fueron San José y la Virgen, presente en bilocación delante de la tumba y en el Cenáculo.
Todo el Paraíso asistió al evento de la Resurrección.
Cristo resucitó por virtud y poder propio en cuanto Dios; la persona de Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, recompuesto en Su unidad, resplandeció con el fulgor de Su divinidad.
En el momento en que este espectáculo maravilloso terminó, cesó también la bilocación de la Virgen, por tanto Jesús fue a encontrarse con su Madre en el Cenáculo junto al Custodio de la Eucaristía.
Mientras las mujeres, con las primeras luces del alba del Domingo, se acercaron al Sepulcro, seguidas por Juan y Pedro, Jesús resucitado estaba en compañía de su Madre y de su padre y juntos hablaron durante horas de la Eucaristía, de esta presencia de Cristo en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad que, por voluntad de Dios, permanecería en la Tierra hasta el fin del mundo. En aquellos momentos por lo tanto la realidad humana era triste, la sobrenatural en cambio era alegre.
“Cerrad los ojos de la carne y abrid los ojos del alma y podréis ver lo que os he descrito. Sé muy bien que es una descripción limitada, pero por ahora esto es lo que se nos ha dejado saber. Ciertamente un mañana en el Paraíso veremos, gozaremos y sabremos mucho más y todas nuestras preguntas tendrán una respuesta, de manera tal que el conocimiento pleno y total que deriva de la visión de Dios nos pueda sostener y acompañar por toda la eternidad. Daremos gloria continua, incesante a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo, junto a los ángeles y a los santos. Esto es el Paraíso, nos vemos en el Paraíso”. (Sacado de la homilía de Pascua de 2004 del Obispo Claudio Gatti)