Texto de la Adoración Eucarística del 14 enero 2018
16° Aniversario del anuncio del triunfo de la Eucaristía
Señor, hoy festejamos un acontecimiento importante para la Historia de la Iglesia; el anuncio de la victoria proclamada por el Obispo Claudio y por Marisa. Había una firme voluntad, por parte de ciertas personas situadas en la cima de la Iglesia, de ponerte de lado y limitar a un simple símbolo y recuerdo, lo que constituye la centralidad de Tu Iglesia: Tu presencia viva y real en las especies eucarísticas. Por otra parte, su intención era abolir aquellos mandamientos que, evidentemente, para ellos eran particularmente incómodos. En un mundo lleno de personas descarriadas, descorazonadas o que persiguen milagros sorprendentes y manifestaciones sensacionalistas, se ha perdido la belleza de reconocer en la Eucaristía y en la Santa Misa la grandeza de lo que es, en realidad, el mayor regalo que Dios nos ha dejado: y es ese pequeño trozo de pan que, por obra del Espíritu Santo, se convierte en el verdadero Cuerpo y la verdadera Sangre de Cristo. En cada Misa, que es la actualización de Tu sacrificio, Te volvemos a encontrar nacido por nosotros, sufriendo y muerto por nosotros y de nuevo vivo por nosotros y dentro de nosotros, porque nos permites que nos nutramos de Ti. Nuestro amado Obispo nos ha enseñado a amar la Misa, vivir intensamente Tu sacrificio eucarístico como si fuese el último de nuestra vida, porque no existe oración más grande que la que Te hace descender en medio de nosotros para permitirnos vivir en comunión contigo, alimento del alma. La grandeza, la belleza, el amor y el poder de la Eucaristía nos permite acercarnos a Dios como ninguna otra cosa puede hacerlo, y nuestra devoción y dedicación amando la Eucaristía es la mejor manera con la que podemos demostrar el amarte y honrarte. Eh ahí porque nuestro amado Obispo, sostenido por el amor y los sufrimientos de nuestra querida madre espiritual Marisa, ha dedicado toda su vida a honrarte, defendiendo y haciéndonos conocer en todos los sentidos el poder y la grandeza de la Eucaristía.
Primer momento
Recordamos las palabras de la Madre de la Eucaristía del 10 de enero del 2002 dirigidas al Obispo y a Marisa, durante una aparición reservada:
“Mis queridos hijitos, habéis obtenido vuestra victoria. Tú, excelencia, has vencido por tu fuerza y tu valor al combatir a los que no viven en gracia. Tú, Marisella, has vencido por tu inmolación vivida en el silencio y en el ocultamiento”.
Nuestro Obispo nos ha explicado siempre lo importante que es vivir en gracia, factor determinante e indispensable para poder recibir la Eucaristía, para poder sacar así la fuerza y ser refrescados por el amor que Dios ha otorgado a través de su Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Vivir en gracia nos permite llegar al Paraíso y, comulgar en gracia, significa permitir que el Paraíso entre dentro de nosotros. La oración que recitamos a Jesús Dulce Maestro nos lo recuerda: “Cuando Te reciba en mi corazón, dame Tu paz, hazme sentir que estás conmigo, para afrontar juntos la jornada que deseo vivir como un don Tuyo”. Eh ahí porque nuestro Obispo quería que, al final de la Misa, recitásemos esta oración, para poder tener bien presente la importancia de la Eucaristía y de Jesús que entra en nuestros corazones y para darle las gracias por el don recibido. A través de la Eucaristía recibimos el amor de Jesús y la posibilidad de crecer en el amor. Era normal que, un hombre unido a Dios, como era nuestro Obispo, se preocupase y sufriese por el hecho de que los hombres de la Iglesia, que tendrían que dedicarse a la Eucaristía como su bien más precioso, como la perla más preciada de aquel cofre de tesoros sacramentales que Jesús nos había dejado con su sacrificio, la estuviesen, en cambio, tratando como un acontecimiento de poca relevancia, intentando reducirla, progresivamente a un “mero recuerdo”. El Obispo ordenado por Dios luchaba y sufría cotidianamente con Marisa, para que eso no ocurriese. Y fue justamente Marisa la que nos contó que había visto un gran escrito de oro que rezaba así: “Mi sacerdote predilecto, mi Obispo, ordenado por Mí, ha obtenido la victoria”. ¡Estas eran: Palabra de Dios!
Segundo momento
Las cartas de Dios que la Madre de la Eucaristía nos trajo en el mes de enero del 2002, están llenas de referencias a la victoria obtenida por el Obispo y Marisa. La Virgen definió al Obispo como la roca de aquella victoria. En particular, en una carta del 17 de enero se lee: “El Obispo tiene miedo de decir que él es la roca de la Iglesia. Es la roca porque ha luchado muchos años, porque ha estado siempre solo luchando, defendiendo la verdad y sobre todo a la Eucaristía. La victoria ha sido obtenida justamente por su valor y su fuerza”·. Y es una vez más el estilo reconocible de Dios, el que nos lo revela, al escoger personas humildes y fuertes, sencillas y valerosas, equilibradas y preparadas, exactamente como era nuestro Obispo. Dios quería confiar una tarea tan pesada a un hombre único y excepcional, aunque él sabía de la grandeza de su misión a la cual había sido llamado, no se ha sentido más que un humilde servidor de Dios. Todavía están vivos en nuestros recuerdos, la conmoción y la vergüenza que sentía cuando escuchaba a la Virgen o a Dios mismo darle las gracias por su dedicación, el amor y el valor que había puesto al llevar a cabo aquella misión. La misión que Dios confió a sus dos hijitos predilectos consistía, es oportuno recordarlo, en destruir el plan diabólico-masónico que preveía la eliminación de la Eucaristía y la abolición del culto eucarístico, plan al cual los hombres de la Iglesia estaban llegando, progresivamente, incluso a través de la tentativa de la eliminación del 3er y el 6º mandamiento, como la misma Virgen nos había revelado
Tercer momento
Desde decenios los eclesiásticos masones estaban llevando a cabo este innoble proyecto, que preveía en primer lugar la abolición de los primeros nueve viernes de mes y de los primeros cinco sábados, siguiendo con la disminución hasta la definitiva desaparición de la catequesis y de la predicación centrada en la Eucaristía, así como la desaparición de la adoración eucarística, moviendo la Eucaristía en capillas laterales de los altares centrales, para después llegar a la prohibición de la celebración de la Santa Misa, cuando hubiera presentes pocos fieles. En los seminarios se hablaba de la Eucaristía como una conmemoración de la muerte de Cristo, hasta llegar a hablar de la Eucaristía como un pan bendito. La conclusión a la que querían llegar éstos era a la eliminación de la Eucaristía. Es cierto que escuchar estas palabras hoy nos hace estremecer, pero muchos de nosotros recordamos, incluso hoy, en cuántas iglesias se dejó de lado a la Eucaristía, o como en las homilías solo hablaban de la palabra de Dios, dejando de lado por completo el corazón de la misma palabra, la Eucaristía.Recordamos bien cómo, en tantas iglesias, la Misa diaria fue reemplazada por la sola lectura del Evangelio, como si las dos cosas no fuesen complementarias entre sí, sino completamente independientes, también recordamos cuántas iglesias se han reformado o construido con el tabernáculo colocado en lugares poco visibles o incluso ocultos, obligando a los fieles a una investigación real para comprender dónde se colocó. Eh ahí por lo que sufría nuestra Marisa, esto es por lo que luchaba nuestro Obispo, con el ejemplo de una vida sacerdotal integrísima y devota, realizada sin ceder nunca a compromisos, porque su único interlocutor era Cristo, su único objetivo era que Cristo triunfara, que los hombres de la Iglesia recordasen que Cristo continúa y continuará por siempre siendo el Cabeza de la Iglesia, que el centro, la culminación de la Iglesia no está constituida por hombres, sino por Cristo, y por Cristo Eucaristía.