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Texto de la Adoración Eucarística del 14 abril 2019

Domingo de Ramos

Jesús Eucaristía, hoy queremos hacerte compañía, queremos seguirte y compartir contigo la alegría de tu entrada triunfal en Jerusalén, donde muchas personas con cantos de alegría demostraron que Te amaban y Te reconocían como el Salvador, el Rey de Israel. Te habías presentado al mundo como un rey sin corona, contra toda lógica humana vinculada a la riqueza, al éxito y a la sujeción. Para todos había gozo y alegría, pero solo para Ti había también dolor, de hecho para Ti había llegado “la hora” en la que tenías que manifestarte como Rey y Mesías. Pasaste de los Ramos a la cruz con una extraordinaria mezcla de melodías: del Hosanna al “Crucifica”; de los gritos de alegría acompañados por los ramos de olivo en fiesta, al silencio del monte de los Olivos en Getsemaní, donde experimentaste el espasmódico sufrimiento del abandono, de la multitud que te aclamaba rey, a las piadosas mujeres que se golpeaban el pecho y se lamentaban a lo largo del calvario. Es el amor que triunfa y vence pero a través de la Cruz.

Tú, Jesús, en una carta de Carta de Dios, nos dijiste: “Bendecid la Cruz, alegraos de la Cruz, vivid de la Cruz. Viva la Cruz. He muerto en cruz por todos vosotros aquí presentes, por todas las personas del mundo para reabrir el Paraíso y para conduciros al Padre. No miré a aquellos que me querían, o a los que no me querían, ni a los que querían matarme; morí por todos. Por esto os invito a amar la Cruz, a alegraros de la Cruz, a morir por la Cruz” (De la Carta de Dios del 2 de marzo de 1997)

¡Hosanna a Ti, Señor obediente hasta la muerte y una muerte de cruz!

¡Hosanna a Ti, Mesías Crucificado y humillado que Te has dado todo para abrirnos las puertas del Paraíso!

¡Hosanna a Ti, Jesús nuestro Hermano y Amigo, que llevas en tus hombros toda la historia del dolor del hombre, todas las lágrimas y los sufrimientos físicos y espirituales!

¡Hosanna a Ti, Jesús Salvador nuestro, que estás realmente presente en la Eucaristía y continuas derramando tu sangre para la remisión de nuestros pecados y tomando sobre tus hombros todos nuestros dolores.


Himno a la Cruz

La gloriosa cruz del Señor resucitado

es el árbol de mi salvación

de ella me alimento, me deleito en ello,

en sus raíces crezco,

en sus ramas descanso.

Su rocío me alegra,

su brisa me fertiliza,

a su sombra puse mi tienda.

En el hambre el alimento, en la sed la fuente,

en la desnudez la vestidura.

Un camino angosto, mi camino estrecho

escalera de Jacob, lecho de amor,

donde el Señor nos ha desposado.

La cruz gloriosa del Señor resucitado

es el árbol de mi salvación

de él me alimento, me deleito en él,

en sus raíces crezco

en sus ramas descanso.

En el miedo la defensa,

en el tropiezo el apoyo,

en la victoria la corona,

en la lucha tú el premio.

Árbol de vida eterna

pilar del universo,

esqueleto de la tierra, tu cima toca el cielo,

y en tus brazos abiertos

brilla el amor de Dios.

La cruz gloriosa del Señor resucitado

es el árbol de mi salvación

de él me alimento, me deleito en él,

en sus raíces crezco

en sus ramas descanso.


Antes de la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén, en el Evangelio está escrito un episodio, una escena que anticipa el misterio pascual: la unción de Betania.

Jesús, seis días antes de la pascua, fue a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los comensales. María, por su parte, tomó una libra de perfume de nardo puro, de gran precio y ungió los pies de Jesús, enjugándolos luego con sus cabellos, por lo que la casa se llenó del olor del perfume. Entonces dijo Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que lo iba a entregar: «¿Por qué no se ha vendido este perfume a gran precio y se ha dado a los pobres?». Esto lo dijo no porque le preocuparan los pobres, sino porque era ladrón; y como tenía la bolsa, robaba de lo que había en ella. Jesús dijo: «Déjala que lo haga para el día de mi sepultura. A los pobres siempre los tenéis con vosotros, pero a mí no me tendréis siempre». (Jn 12,1-8)

Mira, Jesús, no podemos permanecer indiferentes ante tu sufrimiento, durante los intensos y dramáticos momentos del Triduo Pascual: la agonía en el huerto de Getsemaní, la detención, la negación de Pedro, los maltratos, el proceso, la condena, la crucifixión y la muerte en cruz. Queremos “gritarTe nuestro amor y demostrarTe la voluntad de recorrer el camino que Tú has empezado y recorrido antes que nosotros” (Del Vía Crucis elaborado por el Obispo Claudio Gatti)

Queremos ser como la mujer que en Betania derramó del frasco de alabastro el aceite precioso sobre Tu cabeza, antes de Tu pasión. Nuestro aceite perfumado es todo nuestro amor, todos los sacrificios y florilegios que hemos hecho durante la Cuaresma Eucarística, todas las cruces que nos pides que abracemos según nuestras fuerzas. No tememos los juicios, las críticas, las burlas, como las de tu gente de pensamiento contemporáneo: "¿Por qué desperdiciar todo este aceite?" No nos importa si somos considerados locos o estúpidos. Nada se desperdicia en nombre de Tu amor.