Texto de la Adoración Eucarística del 14 mayo 2017
FIESTA DE LAS ALMAS CONSAGRADAS
Hoy para nosotros es una fiesta muy emotiva, es la fiesta de nuestra madre espiritual. Es una fiesta que involucra no sólo nuestra espiritualidad, sino también nuestros sentimientos y nuestras emociones. El 13 de mayo es una fecha que nosotros hemos asociado siempre a Marisa desde que la conocemos, porque ella amaba particularmente el evento que recordaba, los votos de castidad, obediencia y pobreza que había contraído con Su Esposo. Estos votos ratificaban una unión aún más profunda y cada año la emoción que sentía en la celebración de este día se hizo cada vez más intensa. Era evidente como, a medida que pasaba el tiempo, este amor crecía cada día más y cada año, en la vigilia del 13 de mayo, ella tenía un corazón aún más lleno de amor hacia Dios. Nos gusta pensar en este día como el día de amor en el cual el esposo acoge a la esposa y la esposa se da al esposo aún con mayor dedicación.
El esposo a la esposa
Te mandé al mundo amada mía,
a la tierra de corazón desolado
a sanar las heridas de mi amor,
verdugos mis hijos predilectos.
Todavía amarga mi cáliz
al ver al médico descuidado
de mi pueblo sufriente.
Aquél que tendría que tener piedad
avaro, no sana
el alma herida que gime.
La promesa que me hiciste
de darte toda
para recuperar las almas perdidas,
para sanar los espíritus heridos,
para reverdecer los corazones marchitos,
es bálsamo de mis cicatrices,
es aceite perfumado para Mi,
alivia el dolor
de la corona real.
Tomaste sobre ti
parte de la cruz,
aligerabas el peso
pero era tu amor
el que aligeraba mi corazón.
Cada gemido tuyo, cada lamento tuyo,
cada mirada, cada sonrisa,
cada golpe amargo de quien te ha escarnecido
forjaron la escalera
que llevaba al Paraíso.
Goza amada mía,
ahora, aquí, conmigo.
Los votos de castidad, obediencia y pobreza han sellado la voluntad de Marisa al adherirse perfectamente a los planes que Dios tenía sobre ella. Esta mujer, candorosa chiquilla, pura en la belleza de su alma, no ha querido nunca decir que no a su Todo, con la dulce complicidad de la Mamá del Cielo que la custodiaba y consolaba con su abrazo protector cada vez que el dolor resultante de su “Sí” era más doloroso. El pacto que se había establecido entre Cielo y Tierra, veía un maravilloso anillo de unión. Marisa, desde pequeña, ha estado habituada a la dulzura del Paraíso, crecía jugando en compañía de los ángeles y asistida por la Virgen, que para ella era madre, amiga, confidente y educadora. Como una delicada flor se ha regado con el rocío más suave, para fortificar su espíritu y transformarlo y preparado consciente del "sí" que años después pronunciaría. En todos los años de su formación se alternaron momentos de amargura y alegría, de tristeza y consolación como pocas almas, escogidas por el Señor, han experimentado. Recordamos siempre, lúcidamente, cuanto se le pidió; las noches y los días de duro sufrimiento se sucedían sin descanso, a medida que pasaban los años… Y su esposo no se contentaba fácilmente, conocía la capacidad de su esposa de no negarse nunca, de decirle siempre “sí” en virtud de aquel amor que le había capturado. De hecho, nuestro amado Obispo más de una vez le había dicho a Marisa que pidiese dulcemente que Dios disminuyese, aliviase sus sufrimientos, aunque obediente a la solicitud del Obispo de la Eucaristía, hizo sus peticiones tímidamente y sutilmente, estaba sin embargo dispuesta a soportar la pasión que una y otra vez la aprisionaba. La medida del amor no se cuenta con cuanta felicidad se puede acercar al amado, sino sobre cuanto se está en grado de soportar por amor suyo. El Divino Maestro nos ha indicado el camino; con Su pasión, muerte y resurrección nos ha mostrado realmente a lo que Dios se ha querido someter para hacernos comprender cuanto nos ama. Marisa ha dado a su esposo sus joyas más preciosas, aquellos votos que son gemas preciosas y que ha querido engarzar en un anillo de abandono y dedicación. Y su esposo ha aceptado con alegría este don y lo ha tenido consigo, sabiendo que se convertiría en una de las joyas más brillantes del Paraíso.
La esposa al Esposo
Chiquilla fui tomada,
capturada en la red
cuerdas de amor y sufrimiento
ceñían mi corazón.
Recorría el camino,
ella como luna,
luz en la noche
la Madre celeste,
indicaba a mis ojos
llenos de maravilla
lo que me esperaba,
el astro luminoso,
el Sol, la Eucaristía,
fuente de toda alegría.
Cómo negarme
cómo esconderme
a la luz de mi esposo,
a la voz de mi Todo.
Qué darte
que no me pidieras,
que nos atase
más allá de todo límite.
Tres dones nos ataron,
tres nudos nos unieron,
aquellas tres rosas que Te di,
de tu perfume alimentadas.
Y entonces mi corazón
empezó a latir con el tuyo,
tus heridas mis heridas,
tu alegría mi alivio,
mi vida en la tuya.
Miradlo, ¡es mi Esposo!
Marisa nos ha enseñado siempre y empujado a dirigir todo lo que somos, lo que hacemos y, además, nuestros pensamientos, a Jesús. Señor, estamos aquí hoy en profunda adoración, queremos agradecerte una vez más por esta criatura extraordinaria que nos has puesto en nuestro camino; Te damos las gracias porque, a través de ella, nos has hecho comprender de manera tangible lo grande que es Tu amor hacia Tus criaturas. Te pedimos humildemente, en virtud del don que nos has concedido, que nos dirijamos directamente a ella…
Queridísima Marisa, han transcurrido ya 8 años desde que volaste al Paraíso… durante años hemos rezado para que este momento llegase pronto; tú lo deseabas y nosotros contigo, porque se había convertido verdaderamente en demasiado difícil de asistir a tus continuos sufrimientos y tú ya estabas completamente consumida. La grandeza de la obra de Dios radica en el hecho de que, aunque no había más que una onza de fuerza física en ti, tu amor se había hecho aún mayor; no lo comunicabas en palabras, ya no tenías fuerzas, pero podías a pesar de todo transmitir el bien que sentías por todos nosotros. Pero hoy es un día de fiesta y, a pesar de que nuestras cicatrices debidas a tu ausencia son todavía dolorosas, queremos recordar los momentos felices pasados contigo, todas las veces que Dios te permitía levantarte de tu lecho de dolor y estar presente entre nosotros durante una gran fiesta. A veces te gustaba bromear también de tu dolorosa situación, convirtiéndote para nosotros en un ejemplo de cómo se puede sonreír a través de las lágrimas; pero sobre todo recordamos la felicidad en tus ojos por cada niño que llegaba, don de Dios, a esta comunidad. Tu amor por los niños, como tú misma eras inocente chiquilla, era tal que sonriendo te gustaba definirlos como “tus” niños… y ¡cómo negarlo! Para cada uno de ellos has derramado lágrimas y sufrimientos. Si hoy podemos contemplar estas maravillosas alhajas lo debemos a Dios, pero también a ti. Nos conforta pensar, y tú misma nos lo has prometido, que tendrán siempre una madre espiritual amorosa como tú velando por ellos. Te echamos mucho de menos, esta es la verdad, aunque tu presencia aletea siempre entre nosotros y podemos sentirla durante la S. Misa y en particular en las fiestas que celebramos aquí, en el lugar taumatúrgico, tan querido por ti. Nuestra alegría es tu felicidad, ahora que sabemos que estás cerca de tu Esposo y, contigo, tu amado padre espiritual, aquél cuyo sacramento sostenías con todas tus fuerzas, tu Obispo de la Eucaristía y nuestro.
Gracias Jesús por lo que has querido darnos, regalándonos el afecto y los cuidados de esta criatura tan única.