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Texto de la Adoración Eucarística del 14 septiembre 2017

Fiesta de la Exaltación de la Cruz
22° Aniversario del primero milagro eucarístico
18° Aniversario de la investitura del Obispo Claudio Gatti
17° Aniversario de la firma del decreto episcopal como reconocimiento de las apariciones de la Madre de la Eucaristía a Marisa Rossi, de los milagros eucaristicos y de las teofanías trinitarias ocurridas nel lugar taumatúrgico

Hoy, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, festejamos diversos aniversarios que nos inducen a detenernos y a pensar: “¿Qué ha hecho Dios por nosotros?” ¿Qué significado tienen estos acontecimientos? ¿Qué importancia damos a estos hechos acaecidos en el tiempo? ¿Qué gracias han generado?”. Nos referimos a los aniversarios del primer milagro eucarístico ocurrido en 1995, al inicio del servicio episcopal de Mons. Claudio Gatti, a la firma del decreto del reconocimiento de las apariciones, de los milagros eucarísticos y de las teofanías trinitarias, todo ello acaecido en el lugar constituido taumatúrgico por Dios. Uno solo de estos acontecimientos podría servir para que se convirtiesen muchas personas, acercarlas a Dios y alentarlas a emprender un verdadero camino y la vida cristiana.

Este camino, aunque duro y fatigoso, llena y transforma cada instante de la jornada si es vivida como un darse uno mismo a los demás, como nos ha sido enseñado y transmitido por la Madre de la Eucaristía, por el Obispo y por Marisa. La vida del cristiano, como sabemos, es cada día más cuesta arriba, un ascenso agotador que a veces abate, desalienta y consume, pero que, si se aborda de la manera correcta, alienta, estimula y llena de amor hacia uno mismo y hacia los demás. Precisamente esto es lo que más se necesita hoy en día.

Nos encontramos en un momento histórico en el que parece que el sufrimiento que Jesús sintió en la cruz haya sido vano: hay guerras en diversos países del mundo y el peligro de una tercera guerra mundial es fuerte. Se habla de odio, de violencia, de abusos y de atropellos, hay una total ausencia de amor. Cambian los hombres y los hechos, pero la historia se repite. Por tanto, hoy más que nunca, la oración sigue siendo un arma poderosa frente a las guerras, la violencia y la falta de amor por el prójimo, desde el más cercano al más lejano.

Hoy en particular, día de la Exaltación de la Santa Cruz, queremos pedir que la muerte de Cristo no haya sido en vano sino que, con las gracias que ella ha emanado, lleve al hombre más cerca de Dios y lo empuje a darse y a ponerse al servicio del prójimo.


“Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él”. (Jn 3, 16-17)

Dios Padre tiene un gran amor por el hombre, un amor tan profundo que revoluciona y altera todo razonamiento. Para los antiguos Romanos la cruz constituía instrumento de muerte para infames y malhechores, por lo tanto completamente desprovisto de un significado de gloria, sino más bien de muerte y humillación atroces.

La cruz era un instrumento de castigo con el cual los romanos mantenían el orden y la disciplina, porque infundía terror. En cambio la cruz de Cristo, para nosotros los cristianos, es motivo de luz y gloria, que sale del misterio de la redención. Jesús se ha dado al mundo a través de Su Pasión: él, siendo Dios, la ha identificado como el único camino posible que lo llevaría a abrir el Paraíso para cada hombre. Con su sacrificio Jesús reparó los pecados cometidos por los hombres antes y después de su venida; nos ha dado la gracia, nos da el perdón cuando, arrepentidos, nos acercamos al sacramento de la confesión.

La Cruz suscita en nosotros, que seguimos el camino cristiano, dos sentimientos opuestos: sufrimiento y alegría. Sufrimiento porque abrazar la cruz quiere decir padecer, tanto en lo físico como en el alma, y solo a la luz del amor de Cristo, solo al alimentar la propia alma de la Eucaristía uno puede soportar y aceptar su propia cruz, mirar en ella la luz del amor de Jesús que pide participar en su cruz. Pero la cruz es también alegría, porque sabemos que es desde la cruz que llega la redención, la felicidad y el triunfo del amor puro.

Un grandísimo ejemplo de amor total por la cruz y de aceptación continua hasta el completo martirio, nos lo han dado nuestro Obispo y nuestra hermana Marisa; ellos han revestido su cruz de un amor auténtico hacia Jesús, el prójimo y hacia la misión de la que nunca se han alejado, a pesar de que todo les ha costado enormes sufrimientos. La luz que emanaba su cruz ha llegado a personas y lugares lejanos de este lugar taumatúrgico y ha mostrado al mundo el prototipo de la vida cristiana que abraza la cruz de Cristo.

Durante una homilía nuestro Obispo nos explicó la centralidad de la cruz en la vida cristiana. “Nosotros ahora estamos habituados a considerar la historia dividida en dos partes, antes y después del nacimiento de Cristo. Pero yo hoy querría indicaros otro criterio de división: la cruz. Si miráis la historia del mundo, su evolución, los pueblos que se han sucedido y observáis todo esto antes de la cruz, antes de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, veréis que hay situaciones en que a lo sumo se puede llegar a la justicia, a la comprensión y a la aceptación del otro, pero no a la santidad ni a indicar y, mucho menos, a vivir el concepto y la sustancia del amor.

Después imaginad con los ojos del alma, no con los del cuerpo, que en el mundo en un cierto lugar se destaca una gran cruz: es la muerte, es la pasión, es la redención. La situación, a los ojos profanos no cambia, pero a los ojos de Dios, los que cuentan, cambia radicalmente: las tinieblas son rechazadas y son sustituidas por la luz. El respeto, la atención, están flanqueadas y reemplazadas por el amor; la justicia, entendida en términos humanos, es reemplazada por la justificación y la gracia de Dios.

¿Qué sería nuestra vida sin la cruz? Estaríamos en la misma condición que los Babilonios, los Asirios, los Fenicios, los Griegos, los Romanos y las poblaciones que habitaban en el continente americano antes de su descubrimiento, o en Asia, o en cualquier otra parte. Comparad la verdad que proviene de Dios y la verdad que proviene de los hombres: solo la verdad que proviene de Dios, solo su palabra tiene la fuerza de la justificación, la redención y el cambio.

Y aquí está la cruz que se destaca.

Es la cruz que tenemos en el alma la que nos abre las puertas del Paraíso, es la señal de pertenencia a Dios, de adhesión a Dios, es la señal que indica que nosotros nos inclinamos ante él, que aceptamos la redención y la cruz. En vuestra vida mirad la cruz, no paséis de manera distraída frente a ella sin casi deteneros o echar una mirada, porque allí encontráis a Aquel que nos asombra por el amor que nos ha dado. Amadla, miradla a menudo, dirigíos a la cruz y entonces vuestras jornadas serán más luminosas y vosotros os sentiréis más fuertes, porque como de la cruz, el famoso 14 de septiembre de 1995, salió la Eucaristía, de la cruz continúan saliendo el amor y la gracia de Dios.”

(Sacado de la homilía de Mons. Claudio Gatti del 14 septiembre de 2008)

Este árbol es para mí de salvación eterna:

de él me alimento, de él me nutro.

En sus raíces hundo mis raíces,

a través de sus ramas me estoy expandiendo, de su rocío me embriago,

de su espíritu, como un aliento delicioso, estoy fecundado.

Bajo su sombra he plantado mi tienda y he encontrado refugio del calor del verano.


Este árbol es alimento para mi hambre,

fuente de mi sed, manto de mi desnudez;

sus hojas son el espíritu de la vida y no las hojas de higuera.

Este árbol es mi protección, cuando temo a Dios,

apoyo cuando vacilo, premio cuando lucho,

trofeo cuando gano.

Este árbol es para mí "el camino estrecho y el camino angosto";

es la escalera de Jacob, es el camino de los ángeles,

en cuya cumbre el Señor está realmente "apoyado".

Este árbol celestial ha subido de la tierra al cielo

fundamento de todas las cosas, soporte del universo,

apoyo de todo el mundo,

enlace cósmico que mantiene unida la inestable naturaleza humana,

asegurándola con los clavos invisibles del Espíritu,

de modo que ya no puede separarse de él estando cerca de la divinidad.

Con el extremo superior toca el cielo,

con sus pies él reafirma la tierra,

se mantiene ceñido por todos lados, con brazos ilimitados,

el espíritu numeroso e intermedio del aire.

él está en todas las cosas y en todas partes.

Y mientras llena todo el universo consigo mismo,

se ha desnudado para ir desnudo en la lucha contra los poderes del aire.

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Del Tratado “Sobre la Santa Pascua” del Anónimo Cuartodecimano (Pseudo-Hippolytus)