Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Texto de la Adoración Eucarística del 16 septiembre 2018

Fiesta de la Exaltación de la Cruz
23° Aniversario del primero milagro eucarístico
19° Aniversario de la investitura del Obispo Claudio Gatti
18° Aniversario de la firma del decreto episcopal como reconocimiento de las apariciones de la Madre de la Eucaristía a Marisa Rossi, de los milagros eucaristicos y de las teofanías trinitarias ocurridas nel lugar taumatúrgico

Querido Jesús Eucaristía, hoy estamos aquí reunidos alrededor Tuyo para adorarte y hablar contigo en voz alta o en el silencio de nuestro corazón. Deseamos confiarte nuestros pensamientos, nuestras esperanzas, nuestros temores, pero también darte las gracias por todo lo que has dado a esta pequeña comunidad tuya, por las grandes obras que has realizado en este lugar y por los que has realizado en nuestra vida. A ti queremos dar todo lo que de bueno y hermoso hay en nosotros; transfórmalo con Tu amor y purifícalo de nuestras faltas y nuestros egoísmos. Elévalo al Padre, a Dios Papá junto a nuestras oraciones. Sabemos que sin Ti estamos solos, perdidos, y que la vida misma no tendría sentido y junto a Pedro estamos dispuestos a preguntarte “Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Hoy empieza un nuevo año social, en nuestro corazón sentimientos y pensamientos contrapuestos se persiguen y se anulan entre sí: por una parte el deseo y la certidumbre de que las grandes obras que Tú has realizado sean finalmente reconocidas por los hombres de la Iglesia y por la otra el temor de que el silencio en el que está envuelto cuanto ha ocurrido en el lugar taumatúrgico todavía pueda prolongarse. Esto nos duele, no por nosotros mismos, sino por los que hemos amado y continuamos amando, a los que hemos visto sufrir y ofrecerte su sufrimiento día tras día: nuestro Obispo y nuestra hermana Marisa.

Tus hijos predilectos han dado la vida por Ti, Señor, han renunciado a todo por amor a la Iglesia y a las almas. Nos gustaría que todos reconocieran su gran sacrificio de amor. La única certeza que tenemos es que deseamos seguir el camino que estas dos criaturas Tuyas nos han indicado, el camino que lleva a Ti, Jesús Eucaristía. Confiamos en tu ayuda y en el apoyo de tu querida madre y nuestra, la Madre de la Eucaristía, que cada día, lo sabemos, nos cubre con su manto materno.

Hoy litúrgicamente se celebra la Exaltación de la Cruz que nosotros festejamos junto al aniversario del inicio del servicio episcopal de nuestro amado Obispo, el 14 de septiembre de 1999, de la firma del decreto que reconoce las apariciones y los milagros eucarísticos precisamente por el Obispo Claudio Gatti el 14 de septiembre del 2000 y el aniversario del primer gran milagro eucarístico ocurrido el 14 de septiembre de 1995. Estos acontecimientos no pertenecen solo a nuestra comunidad, sino que forman parte de la historia de la Iglesia porque son para beneficio de todos los seres humanos.


El milagro eucarístico en Roma, en via delle Benedettine, 91

Roma, 14 de septiembre de 1995 – hora 17:47

Informe de don Claudio Gatti

El 10 de septiembre de 1995 durante la aparición la Virgen ha dicho a Marisa: “Para la fiesta de la Exaltación de la Cruz estaré aquí para rezar delante de la Cruz con vosotros. Tú, Marisella, tomarás la Cruz y la llevarás en procesión”

El 14 de septiembre, de hecho, mientras los fieles estaban recogidos en oración, Marisa estaba parada al principio de la escalera, sentada en una silla de ruedas. Sosteniendo la Cruz, me puse a la cabeza de la procesión dirigiéndome hacia Marisa. Llegado a pocos metros de ella, la he visto levantarse sin ninguna ayuda externa, y caminar hacia la Cruz, siguiendo, como ella me dirá después, una orden precisa de la Virgen.

Marisa besa a Jesús en la frente y, según ella, ve salir del costado la hostia. Yo, puesto que sostenía la Cruz, no he visto esta “salida”, pero he visto inmediatamente después la hostia sobre la palma de la mano izquierda de Marisa.

Aunque para mí no es la primera vez que presencio este fenómeno, la emoción ha sido igualmente muy fuerte. Los que nos rodeaban, que se han dado cuenta de que la hostia era visible, han reaccionado con estupor y asombro, como puede testificar la filmación disponible. Entre tanto, en el desconcierto general y mío particular, la Virgen “se hace cargo de la situación” y sugiere a Marisa paso a paso lo que hay que hacer. En primer lugar me ha dicho a través de Marisa que me pusiera el alba y que encendieran las velas. Por mi parte asumo solo la iniciativa de tomar el ostensorio (a través de la filmación me daré cuenta, después, de lo sucio que estaba ya que no se había utilizado desde hacía mucho tiempo). Entre tanto, Marisa, sosteniendo la hostia de manera visible a todos, guía la oración. A mi regreso de la sacristía, me arrodillo delante del Santísimo, lo expongo en el ostensorio e invito a todos a adorar al Señor presente en medio de nosotros.

Es en este momento que Marisa manifiesta un fortísimo dolor por todo el cuerpo y la hace caer. Mientras se la ayuda a levantarse, susurra haber experimentado los sufrimientos de la pasión del Señor. Reemprendemos la procesión, que abre Marisa con la Cruz, inmediatamente seguida por mí que sostengo el ostensorio. Marisa guía la oración alternándola con el canto “Tú eres Dios”: a ella se le une el coro. Se hacen breves paradas, durante las cuales invito a las personas a recogerse en silencio y en adoración. Recorremos el circuito completo de nuestro jardín y volvemos a entrar en la iglesia. Pongo el ostensorio en el altar y no arrodillamos; también Marisa, que mientras tanto había dejado la Cruz a un lado, se arrodilla, un gesto que no ha podido hacer durante mucho tiempo. Terminada la oración coral y la adoración silenciosa personal, pido a Marisa, en voz alta, y con un cierto embarazo: “¿Qué tengo que hacer?” De hecho, estoy debatiendo entre el deseo de conservar la Eucaristía como un signo milagroso en nuestra capilla y la obligación de obedecer la prohibición del Vicariato de conservarla.

También Marisa con la mirada me manifiesta la misma perplejidad. Para quitarnos toda incertidumbre interviene de nuevo la Virgen que, por medio de Marisa, me dice que parta la hostia en dos para que ella y yo podamos recibir la Santa Comunión. Mientras damos gracias, los presentes continúan rezando en silencio. Todo termina con la bendición impartida por mí.

Hasta aquí la crónica objetiva de los hechos.


«Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí”. (Jn 12,32)

La expresión “sea levantado de la tierra” significa ser levantado en cruz y ser glorificado al mismo tiempo. La pasión y la muerte de Cristo son la gran demostración del amor de Dios por la humanidad. Después de la muerte hay la Resurrección, la gloria de Dios y la salvación para todos los hombres. La llave del cristianismo reside justamente en esto: no se puede separar la cruz de la gloria, no se puede separar el Crucificado del Resucitado. La Cruz representa la salvación, aunque humanamente hablando da miedo, incluso el simple pensamiento del sufrimiento nos infunde temor. Es un aspecto de la vida humana que a menudo no podemos comprender y es difícil de aceptar. Y sin embargo Dios exalta la Cruz, de leño verde, y es incomprensible como un feroz instrumento de tortura y de muerte en Sus manos se vuelve fuente de Vida. Nuestro Obispo en el comentario a la séptima estación del Via Crucis escribe: “

Es natural que la cruz como sufrimiento dé miedo, pero tenemos que tener presente que, si queremos salvar a nuestros seres queridos, a los hijos, los amigos, éste es el único camino. ¿Vosotros creéis que si hubiese sido posible recorrer un camino diferente del sufrimiento y de la cruz, no lo habría quizás preferido Cristo? Si lo ha escogido ha sido porque éste es el único, válido y justo para derrotar el mal y el pecado del mundo. Demos gracias al Señor que abraza, ama y estrecha contra sí la cruz y de ahora en adelante podremos comprender mejor lo que S. Pablo dice: “Yo predico a Cristo y Cristo crucificado” (1 Cor 2, 2),

porque la salvación viene solo de la cruz”.

Hoy Jesús resucitado nos atrae hacia Sí mismo para darnos la fuerza que necesitamos para afrontar cada día las pequeñas y grandes dificultades de la vida. El amor de Cristo por nosotros, que dio su vida en la cruz y la alegría de haber encontrado a personas que, en su nombre, nos han amado con un amor gratuito e incondicional, sin pedir nada a cambio, son para nosotros un apoyo en los momentos de prueba. Nuestra felicidad está únicamente en continuar viviendo en el amor de Jesús: “

Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado a vosotros. Permaneced en mi amor” (Jn 15, 9).