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Texto de la Adoración Eucarística del 18 mayo 2014

FIESTA DE LAS ALMAS CONSAGRADAS

Canto: Quiero estar a Tu lado

Quiero estar aquí, a Tu lado y adorar tu presencia,

yo no puedo vivir sin Ti, quiero estar a Tu lado.

Quiero estar a Tu lado, vivir en tu casa,

en tu lugar santo morar, para quedarme a Tu lado.

A Tu lado, Señor, quiero morar,

regocijarme en tu mesa, respirando tu gloria,

En tu amor, yo quiero vivir, Señor,

Quiero estar contigo, quiero estar contigo Jesús.

quiero estar aquí a Tu lado, para entrar en tu presencia,

yo no puedo vivir sin Ti, quiero estar a Tu lado.

Mi Señor, Tu eres mi fuerza, la alegría de mi canto,

la fortaleza de mi corazón.


INTRODUCCIÓN

Este es un día importante para nuestra comunidad porque celebramos la fiesta de las almas consagradas. Este aniversario y, quien conoce nuestra comunidad, lo sabe perfectamente, se celebra en el día del aniversario en el que Marisa se ha consagrado a Dios con los votos de pobreza, castidad y obediencia. A continuación la fiesta se ha dedicado a todas las almas que, como ella, se han dado completamente a Dios, convirtiéndose así en la "Fiesta de las almas consagradas". Marisa que ha sido amada por Dios con un amor particular, ha demostrado siempre alegría y un profundo deseo de dar la propia vida a su Todo de manera sencilla y humilde, como sólo un alma hermosa y pura como ella lo podía hacer; la adhesión total a los votos ha representado para Marisa la unión profunda a su Todo; ella ha dado a Dios todo lo que le pertenecía y podía, porque el único bien del que sentía necesidad era Dios.

La fiesta de las almas consagradas ha sido siempre, junto a la del sacerdocio, una fiesta particularmente querida y amada por Marisa y por el Obispo Claudio, y no es exagerado decir que cada aniversario era esperado con alegría y emoción, aunque muchas veces era vivido en la prueba.

De hecho, a menudo, al acercarse estos aniversarios, nuestros padres espirituales estaban aplastados por el dolor y el sufrimiento, y nuestro Obispo se ha visto obligado más de una vez a repetir estas palabras: "Ante ciertas situaciones, inclinar la cabeza y asentir a la voluntad de Dios es una empresa que extenúa, porque hay que decir "Sí" cuando todo tu ser querría gritar, sin embargo, "No", se tiene que inclinar la cabeza cuando se querría, además, huir y el ejemplo nos viene de Él". Estas pocas palabras dan la medida de los sufrimientos que han tenido que soportar.

Pero hoy queremos celebrar este aniversario con la alegría que Marisa habría querido, conscientes de que ella ahora, cercana a su Todo, es feliz como tanto deseaba, sobre todo en los últimos años de su vida. Queremos hablar de ella tal como hemos vivido con ella y deseamos que, en esta adoración, se perciba la luz y la brillantez que sabía emanar toda ella. Dios nos ha dado la posibilidad de estar al lado de una criatura que era una gema a Sus ojos y que iluminaba todo lo que la circundaba con la belleza de su alma.

Ella es sencillamente nuestra "Marisella".


Canto: Yo creo en ti Jesús

A ti mi Dios, me confío, con lo que soy, por Ti Señor,

mi mundo, está en tus manos, yo soy tuya para siempre.

Yo creo en Ti Jesús, Te pertenezco Señor,

es por ti que yo viviré, por Ti yo cantaré, con todo el corazón.

Te seguiré por donde quiera que vayas, entre lágrimas y alegría, tengo fe en ti.

Caminaré en tu camino, en las promesas, para siempre.

Yo creo en Ti Jesús, te pertenezco Señor,

Es por ti que yo viviré, por Ti yo cantaré.

Yo creo en Ti Jesús, Te pertenezco Señor,

es por ti que yo viviré, por Ti yo cantaré, con todo el corazón.

Yo te adoro, yo te adoro y te adoraré…

Yo creo en Ti Jesús, te pertenezco Señor,

Es por ti que yo viviré, por Ti yo cantaré.

Yo creo en Ti Jesús, Te pertenezco Señor,

es por ti que yo viviré, por Ti yo cantaré, con todo el corazón,

es por ti que yo viviré, por Ti yo cantaré, con todo el corazón.


LA PUREZA Y LA MATERNIDAD

Hemos desentrañado muchas veces la importancia de los votos pronunciados por Marisa y de cuanto su fidelidad a estos nos ha permitido, y nos permite todavía hoy, verla como ejemplo para las almas consagradas. Nuestro Obispo, como era habitual en él, ha hecho un poema explicando el significado de los votos de pobreza, obediencia y castidad. Los votos pronunciados por Marisa no han sido nunca traicionados, porque en la base de todo estaba el amor, un amor activo y grande, porque participaba del sufrimiento. Este mismo amor lo volvemos a encontrar en cada enseñanza de la Madre de la Eucaristía, aquel amor descrito en la Epístola de Juan de la que trasladamos fielmente las palabras:

"Hijitos, amémonos no de palabra ni de boquilla, sino con obras y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia delante de él: en que, si alguna vez nuestra conciencia nos acusa, Dios está por encima de nuestra conciencia y lo sabe todo.

Queridos míos, si nuestra conciencia no nos acusa, podemos estar tranquilos ante él. Todo lo que pidamos, él nos lo concederá porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos los unos a los otros, según el mandamiento que nos ha dado. El que guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él. Por esto conocemos que él permanece en nosotros: por el Espíritu que nos ha dado". (1Jn 3, 18-24)

Esa es Marisa: la esposa de Cristo, amadísima de su esposo justamente por su pureza, una virtud que nunca le ha abandonado y que con los años ha aumentado cada vez más, es por su capacidad de amar sin reservas, con un amor materno que manifestaba en la capacidad de dar a todos su ayuda. De hecho, ella poseía aquella capacidad de ver claramente en los corazones y dar los consejos apropiados como haría la más amorosa de las madres. Pureza y maternidad, la pureza de espíritu, conjugada con el amor, es capaz de producir frutos de maternidad sorprendentes. Aún ahora la recordamos así, capaz de reír o hacer chistes incluso cuando todo su ser estaba estrujado por el sufrimiento, dándonos una luz de esperanza que se transparentaba de sus ojos límpidos.

Quizás sólo una madre puede comprender la altura del amor al que Marisa era capaz de llegar; una madre es capaz de escalar una montaña por su propio hijo, es capaz de estar despierta toda la noche para ayudarlo cundo no está bien, es capaz de rezar sin descanso cuando está preocupada por él. Así, y mucho más, Marisa nos ha amado. Ha rezado por nosotros cuando no sabíamos ni siquiera que teníamos necesidad, nos ha confortado y comprendido cuando nadie lo ha hecho, nos ha regañado y llevado al camino correcto cuando caminábamos por senderos peligrosos. Cuando estaba entre nosotros muchas veces le hemos dado las gracias, y ella no quería, pero ¿Cómo se da las gracias a una madre?

En nuestro corazón ha dejado una enseñanza profunda, y si no sabemos amar como ella, tratemos al menos de imitarla; ésta será la enseñanza que le gustará a ella.

Como olvidar su sencillez y aquella alegría que mostraba cuando Dios le permitía ver escenas maravillosas y ella, con entusiasmo, decía al Obispo: "¿Has visto que hermoso?" y él, sonriendo, le respondía: "No, Marisa, no veo nada". Estos recuerdos están dentro de nosotros y nos enseñan que ante nuestros pequeños sufrimientos e incomprensiones, deberíamos acordarnos de cómo ella ha sabido afrontarlo todo, incluso con más de una lágrima, conservando de todos modos en su corazón aquella "perfecta alegría" que nace sólo de un corazón enamorado del Amor verdadero, de un corazón que verdaderamente ha sabido decir y adherirse a aquel "Sí".

Te damos gracias Señor porque, desde la cruz, has querido dejar a tu Madre como madre de toda la humanidad, y a nosotros, pocos miembros de una pequeñísima comunidad, has querido darnos como madre espiritual a ésta tu esposa tan amada.


Canto: Tú eres misericordia

Tú eres misericordia, Tú eres la verdad,

y si yo te sigo, tu cruz tomaré,

Si caigo tú me sostendrás.

Tú has muerto por mí para siempre,

con tu sangre derramada Tú me has purificado,

del enemigo que me oprime, me has rescatado

de la muerte me has librado.

Tú eres mi victoria, Tú eres la libertad,

has sufrido por amor, me has dado la salvación,

a mi grito Tú responderás.

Tú has muerto por mí para siempre,

con tu sangre derramada Tú me has purificado,

del enemigo que me oprime, me has rescatado

de la muerte me has librado.

Tú eres mi morada, sólo en Ti descansaré,

tu espíritu de vida me dará consolación,

mi alma tú saciarás.

Tú has muerto por mí para siempre,

con tu sangre derramada Tú me has purificado,

del enemigo que me oprime, me has rescatado

de la muerte me has librado, de la muerte me has librado .


LA HUMILDAD Y EL VALOR

Otra característica que ha alimentado con vigor la unión entre Marisa y Dios es la humildad. Esta virtud, hoy tan poco conocida y apreciada, ha sido cultivada por Marisa como una delicada flor. Marisa lo ha ofrecido todo a Dios, con generosidad y sufrimiento. Muchos han sido los largos e interminables silencios en los que Marisa habría querido cantar con toda su fuerza cantos e himnos a su Todo. Muchísimas han sido las veces en que ha sufrido en el silencio y en el ocultamiento. Muchas han sido las veces en que ha repetido esta frase: "No soy yo la que tiene que sobresalir, sino el sacerdote". Marisa, en su generosidad lo ha ofrecido todo a Dios, y Él ha abierto sus manos para acoger sus dones.

La misión que le ha sido confiada está por encima de nuestra imaginación, como a menudo hemos oído repetir." Vosotros no sabríais soportar ni siquiera pocos minutos los sufrimientos de vuestra hermana Marisa". Frecuentemente ocurría que era ella la nos daba ánimos y nos consolaba por nuestras pequeñas dificultades que encontramos viviendo en la Tierra. Demasiado a menudo nos hemos lamentado porque habíamos tenido que renunciar a alguna cosa o porque habíamos tenido que soportar pruebas, juzgadas por nosotros de injustas, dirigiendo nuestros lamentos al Señor. De este modo habíamos demostrado verdaderamente poca de aquella docilidad que habríamos tenido que demostrar como verdaderos hijos de Dios, forjados en la escuela de nuestros padres espirituales, ejemplo de docilidad y mansedumbre. ¡Cuánto hemos de aprender y crecer todavía!

Seguir sus enseñanzas, sobre todo con el testimonio, es el regalo más grande que les podemos hacer. La humildad, la sencillez y la pureza, virtud que Marisa ha sido capaz de ampliar a la enésima potencia, nos traen a la mente un fragmento muy notorio del evangelio que a veces se ha malentendido: "Entonces Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: "En verdad os digo: si no cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos. Así pues, quien se haga pequeño como este niño, será el más grande en el reino de los cielos" (Mt 18, 2-4)

Pensando en Marisa, podemos comprender qué quería decir Jesús cuando decía que nos volviéramos como niños; no quería que fuéramos infantiles, sino sencillos y puros; podemos ver en Marisa la definición de alma consagrada tal como está presente en la mente de Dios, podemos ver puestos en práctica las enseñanzas de Cristo, podemos ver una alma que tiene la verdadera nostalgia del Paraíso. Los años de sufrimientos, los días y las noches de oraciones que ella ha dirigido a Dios pidiendo las gracias para nuestro Obispo, para la Iglesia y para nosotros, han sido sostenidas por el alimento por excelencia, la Eucaristía.

El encuentro cotidiano con el Santísimo Sacramento era esperado por Marisa como el encuentro con el esposo, con el amado, un momento indispensable y necesario para reencontrar la fuerza para afrontar otra jornada. Hace pocos días ha sido el aniversario en el que Dios declaró santa a Marisa, sin necesidad de estandartes ni muchedumbres; dirijámonos a menudo a ella recordando lo cercana de Dios que está en estos momentos: confiémonos a su intercesión, pero estando dispuestos a inclinar la cabeza y a decir aquella frase tan comprometida: "Que se haga la voluntad de Dios".

Amar de verdad, amar con el corazón comporta también tener profundo valor. Es convicción común que el que ama es una persona débil, pero nosotros hemos tenido la prueba de lo contrario. Nuestro dulce Maestro Jesús nos ha enseñado, con el sacrificio de la cruz, que quien ama, sufre. He ahí el ejemplo de Cristo puesto en práctica por Marisa. La hemos visto muchas veces soportar y vivir la cruz de Cristo, aceptarla en nombre del amor que alimentaba por su esposo, el cual le pedía indecibles sufrimientos para salvar a las almas. Ha aceptado la cruz incluso cuando se refería a la salvación de las almas, causa de gran sufrimiento para el Obispo y que ofendían a Cristo. El pensamiento de verla sufrir para salvar a estos va contra la razón humana y el buen sentido común, pero ella lo afrontaba todo con profunda abnegación.

El sí pronunciado con el conocimiento de abrazar la cruz ha sido, no sólo un sí de amor, sino también de valor. El valor no se realiza únicamente al aceptar los sufrimientos, sino también al permanecer tenazmente apegados a la fe, a no perder nunca la esperanza cuando se está sumergido en las tinieblas más profundas. Marisa nos ha dejado también esta enseñanza. Las veces que estos acontecimientos nos dejaban estupefactos y consternados, cuando parecía que no había vía de escape, ella lo afrontaba todo con valor sin perder nunca la esperanza.

Cuando a veces los pensamientos y las preocupaciones afloren en nuestra mente, pensemos en ella, en su sonrisa radiante, en su fe invulnerable, en su perseverancia, en su capacidad de no rendirse nunca y su ayuda no se hará esperar.