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Texto de la Adoración Eucarística del 20 noviembre 2016

Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo

Canto: Estoy aquí para alabarte


Nuestra fiesta

En el último domingo del Año Litúrgico, la Iglesia celebra la fiesta de Cristo Rey del universo. Esta ocasión representa para nosotros un momento de gracia en el que poder hacer un balance de nuestra fe. Reflexionemos sobre la figura de Cristo que es el Alfa y el Omega, el principio y el fin, la piedra angular en los fundamentos de la vida de cada hombre, pero es también Rey que sacia a su pueblo, Rey sin corona que sufre con su pueblo, es Misericordia que perdona y que salva.

En este día se termina también el año jubilar de la Misericordia, de hecho en la Basílica de San Pedro el Papa se está preparando para celebrar este evento. Nosotros que estamos aquí reunidos delante de Ti, Jesús, en profunda adoración, queremos darte las gracias porque has escogido ser Rey de nuestros corazones y porque continúas repartiendo tu infinita Misericordia. De hecho, no podemos olvidar que en este lugar, pequeño a los ojos del mundo, Tú continúas dando la posibilidad a quienquiera que lo desee, de atravesar la puerta santa que, por Tu Voluntad, has querido que permaneciese abierta.

Nuestro corazón sólo puede llenarse de gratitud por todo el amor que inmerecidamente no das. Has escogido la Cruz como trono, Te has hecho presencia real en la Eucaristía, continúas derramando Tu sangre para la remisión de nuestros pecados y cogiendo sobre Tus hombros todos nuestros dolores. Tu sacrificio es cotidiano y, como nos ha explicado nuestro gran Obispo, se repite en todas las Santa Misas que se celebran en cada rincón de la Tierra. Para nosotros criaturas es imposible comprender Tu amor, demasiado grande para nuestros parámetros humanos y por esto nos limitamos a contemplarte con los ojos del buen ladrón, conscientes de nuestras miserias y necesitados de Tu perdón. Queremos venir contigo al Paraíso, claro que no por nuestros méritos, sino porque confiamos en Tu infinita Misericordia.


El reino de Dios

Del Evangelio de S. Juan Apóstol

Entonces Pilatos volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le dijo: “¿Eres tú el rey de los Judíos?”. Jesús respondió: “Dices esto por ti mismo o te lo han dicho otros de mi?”. Pilatos respondió: “¿Acaso soy yo judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí; ¿Qué has hecho?”. Respondió Jesús: “Mi reino no es de este mundo: si mi reino fuese de este mundo, mis súbditos lucharían para que no fuera entregado a los Judíos; pero mi reino no es de aquí”. Entonces Pilatos le dijo: “Luego ¿tú eres rey?”. Respondió Jesús: “Tú lo dices; yo soy rey. Para esto nací y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”

El reino del que habla Jesús en el Evangelio no es de este mundo, no tiene una proveniencia humana, sino que tiene las raíces en el mismo Dios; Cristo no tiene en mente un reino impuesto con la fuerza de las armas, no en vano le dice a Pilatos que si su reino fuera una realidad terrena sus súbditos “lucharían para que no fuera entregado a los judíos”. Jesús se refiere a un Reino que se hace con la fuerza de la Verdad y del Amor. Los hombres pueden entrar con armas, pero no con aquellas a las cuales estamos habituados a pensar, sino la armas de la penitencia, de la fe y de la caridad, pero sobre todo gracias a la Misericordia Divina.

Cada vez que leemos los fragmentos que cuentan la Pasión de Jesús, nuestro corazón no puede permanecer indiferente ante la grandeza de su amor. La liturgia del Evangelio, en esta solemnidad, nos cuenta cada año un momento diferente de la Pasión de Jesús. Para celebrar a Cristo Rey, para que se comprenda plenamente la realeza que Cristo se atribuye, contemplamos el relato maravilloso de la Teofanía que sería más apto a la realidad humanidad de la realeza, pero la Iglesia nos propone la escena desgarradora de Jesús con cadenas ante Pilatos.

“¿Eres tú el rey de los Judíos?”, Pilatos hace esta pregunta porque no es capaz de comprender ni a Jesús ni a los judíos.

Jesús, por el contrario, aprovecha la ocasión para hacer comprender a todos cuál es el sentido profundo de su venida: “para dar testimonio de la verdad”.

Pero la realeza de Cristo es una realeza hecha de servicio y de donación total de Sí mismo; Su reino no es un reino de poder, de hipocresía, de oportunismo, sino un reino de verdad, de bondad y de justicia. El Rey-Mesías ofrece Su vida derramando hasta la última gota de Su sangre Divina en el sacrificio cruento de la cruz, para la salvación y la redención de todos los hombres. Su origen es eterno, porque residen en la soberanía misma de Dios, aquél Dios que Cristo ha venido a revelar: un Dios de amor que quiere salvar al hombre con Su Misericordia infinita. Es esta la verdad que Jesús ha venido a traer y a dar testimonio, aquella verdad de la que es testigo el buen ladrón y que lo lleva a hacer el don total de Sí mismo en la Cruz para reabrirnos las puertas del Paraíso.

Jesús es un Rey que no quiere manifestar su poder como lo entiende el mundo, sino que quiere hacernos conocer la fuerza de su amor para permitirnos que nos acerquemos a Dios y que le podamos llamar “Padre”. Jesús nos quiere dar la ocasión de que nos sintamos hijos de Dios y con su muerte nos hace dignos del amor de Dios.

Jesús, Rey del universo, hace una nueva alianza con los hombres y nos abre las puertas del Paraíso: las almas de los justos, que estaban a la espera, pueden finalmente gozar de la visión y del amor de Su Madre, la única que ha comprendido y aceptado plenamente Su divina voluntad.

Oh Jesús, Rey de nuestros corazones, nunca Te agradeceremos lo suficiente por habernos elevado a la dignidad de ser hijos de Dios, porque, a pesar de nuestros pecados, Tú crees todavía en los hombres y quieres llevarnos a Tu Reino, para que permanezcamos contigo para siempre.


CANTO: Servir es reinar


Jesús Rey de la Iglesia

En esta gran fiesta queremos recordar el gran Milagro Eucarístico ocurrido el 26 de noviembre de 1995 en presencia de centenares de personas.

Han pasado muchos años, pero el recuerdo y la emoción están todavía vivos en nosotros y es por esto que hoy, delante de Ti, queremos recitar la “Oración por la Iglesia” nacida del corazón de nuestro Santo Obispo que habitualmente recitamos antes de la Santa Misa.

Lo haremos en Tu presencia porque, si abrimos los ojos del corazón, podemos ver, en este pequeño lugar, a La Madre de la Eucaristía, al Obispo de la Eucaristía y a La Víctima de la Eucaristía adorándote en profundo recogimiento, mientras recitan esta oración junto a nosotros:

Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, Dios Uno y Trino, te encomendamos a Tu Iglesia, azotada por las tempestades peligrosas. Sabemos que nunca perecerá, porque tal como prometiste, Tú la sostienes, con tu gracia, con Tu poder y con Tu amor. Por desgracia, nuestros ojos contemplan una triste realidad: la barca que has confiado a los apóstoles y a sus sucesores tiene grietas en el casco y las velas están rasgadas por vientos contrarios. Tu barca está a merced de las olas y no puede ir a mar adentro como Tú has ordenado. El viento del Espíritu Santo pasa en vano a través de las velas destrozadas que no lo frenan, porque los conductores de la barca, en lugar de repararla, duermen y piensan sólo en sus propios intereses. Manos sucias hacen girar en el vacío el timón, por lo que la barca en lugar de esquivar las rocas sumergidas, se estrellan contra ellas, causando grietas cada vez más grandes. De la barca, caen continuamente al mar muchos pasajeros, porque los han dejado solos y sin guía.

Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, Dios Uno y Trino, apresura Tus poderosas intervenciones en favor de Tu Iglesia, hazla renacer humilde, pobre y fiel. Arrincona y derrota a los que la han devastado, saqueado y herido. Líbrala de los mercenarios y confíala a pastores que son expresión de Tu Corazón.

Madre de la Eucaristía, hoy más que nunca, el Cuerpo Místico de tu Hijo tiene necesidad de sentir el calor de tu amor, el calor de tus abrazos y la protección de tu manto materno. Mira cuantas heridas sangrantes tiene el Cuerpo Místico de Cristo. Los buenos continúan siendo perseguidos y condenados por los mercenarios y los malos continúan lanzando flechas, dardos y tiros de arma de fuego contra tu Hijo, en la estúpida ilusión de creer que pueden matarlo, pero no saben que cada gota de sangre que derraman tus hijos purifica y refuerza la Iglesia.

San José, amado esposo de María, a ti que has recibido de Dios la importante misión de custodiar y proteger al pequeño Jesús, confiamos la Iglesia, nacida del costado traspasado del Crucificado, verdadero Dios y verdadero hombre, al que tú has amado como hijo.

Oh Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, Dios Uno y Trino, nosotros esperamos con confianza que Tú puedas anclar la barca a las dos columnas, en una de las cuales está colocada la Madre de la Eucaristía y en la otra impera la Eucaristía, porque sólo entonces asistiremos al triunfo de Tu Iglesia y tendremos un solo rebaño y un solo pastor.

Con los ángeles y con los santos cantamos: “Alabanza y gloria a Ti, Dios nuestro, por todos los siglos de los siglos. Amén”