Texto de la Adoración Eucarística del 23 octubre 2016
Fiesta de la Madre de la Eucaristía
Nuestra fiesta
Participar en la celebración en honor de la Madre de la Eucaristía es siempre una emoción fuerte y conmovedora para nosotros ya que, en este lugar, la Madre de Dios ha aparecido presentándose con este título y, en el curso de los años, ha velado por nosotros con todo su inmenso amor, enseñándonos la importancia y la fuerza de este nombre. En el curso de los años sus enseñanzas no se han destacado nunca como las de un sabio profesor que enumera principios teológicos y explicaciones distantes de la vida cotidiana, sino que han sido amorosos como los de una madre que trata de inculcar en el corazón de sus hijos el deseo de conocimiento y de filiación al Corazón de Cristo. La Madre de la Eucaristía ha sido siempre fiel y obediente a Dios, ha vivido la virtud de la obediencia de una forma mucho más elevada de cuanto lo pudiese hacer cualquier criatura. Sólo Jesús, en cuanto verdadero Dios y verdadero Hombre, ha hecho sublime esta virtud en la donación de Su Cuerpo y de Su Sangre, con el sacrificio de la cruz. María ha demostrado el amor que siente hacia Dios a través de la obediencia y el abandono total a él, sin reservas y sin dudas, incluso en el conocimiento que el sufrimiento sería lo más duro posible para una madre: ver morir a su Hijo a manos de sus hijos. Jesús ha hecho de Su obediencia a la voluntad del Padre la demostración del amor hacia Dios y hacia el género humano, aceptando convertirse en cordero sacrificial para reabrirnos las puertas del Paraíso. El amor de María hacia Dios se ha cumplido, en gran parte, de manera escondida y reservada. Durante siglos han permanecido en la sombra muchas cosas que hacen referencia a esta excelsa mujer, pero como el más precioso de los tesoros, para ser encontrado, tiene que ser buscado con paciencia, tiempo y perseverancia, así muchas cosas que hacen referencia a esta mujer extraordinaria han permanecido ocultas en los siglos. Dios, en cambio ha permitido a nuestro Obispo que nos las pudiera mostrar como la más clara de las verdades. A través de la revelación privada, de hecho, hemos conocido episodios que, durante siglos, han permanecido escondidos y, gracias a ello, hemos podido comprender un poco más la grandeza de María, que se ha puesto siempre de lado para que su Hijo Jesús fuera el centro de nuestra atención. María estuvo en continuo y constante diálogo con Dios Padre, ya de pequeñísima, como también con su Hijo, desde el momento de su “sí”, cuando se realizó la Encarnación querida por el Padre.
Canto: PANIS ANGELICUS
Dios nos prepara y nos deja libres
Dios ha pensado, querido y creado a María, alma rica de gracias y de dones sobrenaturales, la criatura más perfecta, Madre de la Segunda persona de la Santísima Trinidad. María nunca ha sido ignorante de su papel como, por muchos años, los hombres de la Iglesia han creído y afirmado. Al contrario, Dios Padre la ha preparado y acompañado en un camino iniciado desde su tierna edad. En cuanto hija predilecta, destinada a acoger en su purísimo seno a Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, María sabía la misión a la que estaba llamada. Eh ahí porque ha podido escoger libremente, en cuanto sierva de Dios e hija enamorada del Padre celeste, para darle su “Sí”. Este es un aspecto fundamental: el libre albedrío, de hecho, es un don que Dios ha hecho a la humanidad desde la creación. Dios ha dejado libres a los hombres siempre y, para que cada individuo fuese responsable de tal libertad, ha dado el conocimiento del bien y del mal. Por eso, como ha dejado libres a los hombres, del mismo modo ha dispuesto que la criatura que sería la madre de Su Hijo, fuera consciente de sus proyectos. María era perfectamente consciente de lo que hacía en el momento en el que pronunció su sí. Dios quiso que la madre de Jesús fuese llena de gracia, colmada de todos los dones; como nos dijo el Obispo muchas veces, la gracia presente en María es más grande que la suma de toda la gracia de todos los hombres santos y virtuosos que se han distinguido en la historia de la humanidad, por eso una criatura así pura y perfecta no podía ignorar lo que Dios le pediría.
Canto: Verbum Panis
El amor que se pone al servicio de Dios
Dios ha preferido siempre a los hombres humildes y sencillos a los susodichos grandes teólogos y sabios, para revelar algunas realidades que permanecieron desconocidas para la mayoría, así ha escogido a nuestro Obispo para explicarnos algunas verdades espirituales y algunos particulares de la vida de la Virgen, que ella misma nos ha contado. Entre estos, por ejemplo, uno de los más significativos e indicativos, tanto de su perfección humana como de su obediencia a Dios, es el contado en el libro de su vida, cuando cuenta a Marisa el acontecimiento de la Anunciación: “Tienes que saber, Marisella, que yo era libre de aceptar o rechazar la llamada de Dios, porque él ha dejado a todos los hombres la libertad de decidir, pero yo que había recibido tantas gracias, que había sido preservada del pecado, dotada de dones sobrenaturales, preternaturales y naturales, ¿cómo podía rechazar la dulce llamada de mi todo? Para mí era una alegría hacer la voluntad de mi Dios. Mi querida Marisella hay una cosa muy importante que tienes que escribir: yo María, he aceptado convertirme en la Madre de Dios libremente, sin ser obligada, sin miedo, solo porque Dios me lo pidió. (Naturalmente ya sabía que me convertiría en la Madre de Dios y de todos los hombres).
María se define la sierva de Dios y, este calificativo, no se puede distinguir del amor que ella tiene por el Padre Celeste. No hay amor sin servicio, como Jesús nos ha enseñado, y María ha vivido esta enseñanza aún antes que su Hijo mostrara el poder con su muerte en cruz. María escogió libremente convertirse en Madre de Jesús, así como Dios Hijo escogió libremente el camino del sufrimiento para abrirnos las puertas del Paraíso. María aceptó aquella espada que le traspasaría el alma y, a pesar de ser consciente del sufrimiento al que iría al encuentro, dijo sí. Cristo dijo sí en el huerto de Getsemaní, cuando Su alma tuvo que soportar el más violento de los sufrimientos: sentirse abandonado del Padre. Cristo, aunque lleno de temor humano, confirmó Su adhesión a la voluntad del Padre, pronunciando aquellas palabras que más que nada indican el servicio que nace del amor: “Padre, si quieres, ¡aleja de Mí este cáliz! Pero no se haga Mi voluntad, sino la tuya” (LC 22, 42). Cuando Jesús pronunció estas palabras acababa de instituir el sacramento de la Eucaristía, el sacramento del don total de Sí, el sacramento que constituye el culmen del amor, del abandono, del servicio, de la libertad. María es la criatura que más que nadie ha ejercido estas virtudes, por lo que ella es Madre del Amor, Madre del abandono, Madre del servicio, de la libertad, Madre de Dios Hijo, Madre de la Eucaristía.