Texto de la Adoración Eucarística del 23 noviembre 2014
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo
Recuerdo del milagro eucarístico del 26 noviembre 1995
Introducción
Hoy, Jesús, te festejamos como Rey del Cielo y de la Tierra. Tú eres el centro de la Historia de toda la humanidad y de todo hombre, de cada uno de nosotros.
Dentro de algunos días recordaremos el milagro eucarístico ocurrido el 26 de novembre 1995, milagro denigrado por los hombres que no lo han comprendido; querían que te manifestaras de manera espectacular, tal como están acostumbrados a hacer todos los gobernantes de la tierra, pero Tú, tal como es tu estilo, te has servido de un humilde sacerdote y de una sencilla criatura para hacer comprender a todos que Tú no sigues las lógicas del mundo, que Te has manifestado Rey naciendo en una sencilla gruta, así has querido manifestar Tu realeza en un pequeño y sencillo lugar que Te ha acogido con Amor.
A Ti Jesús te lo confiamos todo: nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestra vida. En la cruz el ladrón arrepentido te ha dicho: “Acuérdate de mí, cuando entres en tu reino” (Lc 23, 42). Y nosotros en la intimidad de nuestro corazón osamos decirte: “Ten piedad… acuérdate de mí, acuérdate de nosotros”. Piedad, Señor, para el que está enfermo en el cuerpo y en el espíritu, para quien sufre a causa de las injusticias, para quien llora en la soledad y en el abandono. Todos tenemos necesidad de Tu Amor y lo esperaremos siempre. Mi reino no es de este mundo
Del Evangelio según san Juan (Jn 18, 33b-37)
En aquél tiempo, Pilatos dijo a Jesús: “¿Eres tú el rey de los Judíos?”. Jesús respondió: “Dices esto por ti mismo, o te lo han dicho otros de mi?”. Pilatos dijo: “¿Soy yo acaso judío? Tu pueblo y los sumos sacerdotes te han entregado a mí. ¿Qué has hecho?”. Respondió Jesús: “Mi reino no es de este mundo; si mi reino fuese de este mundo, mis súbditos lucharían para que no me entregasen a los judíos, pero mi reino no es de aquí”.
Cuantas veces nuestro Obispo nos ha invitado a reflexionar sobre la enorme diferencia que hay entre el modo de razonar humano y el camino que Jesús nos ha enseñado para formar parte del Reino de Dios. El Reino de Dios no sigue las lógicas humanas, no es una institución política, pero como dice S. Pablo: “… es justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo: el que sirve a Cristo en esto, agrada a Dios y es estimado por los hombres” (Rm 14, 17-19 El Reino de Dios que cada uno de nosotros puede alcanzar en la Tierra está hecho del amor que viene de nuestras acciones, de nuestros gestos. Si todo se realiza en el amor y en la gracia de Dios podemos formar parte de Su reino.
Si miramos alrededor, nos damos cuenta que vivimos en un mundo alejado del Reino de Dios, que gira de manera opuesta a lo que él quiere, porque en vez de la paz hay divisiones, guerras y corrupción, frutos de la presencia del pecado mortal en el alma. Si nosotros los hombres rechazamos el Reino de Dios, nunca podremos tener la verdadera paz en el corazón. El único camino y la solución para construir en la Tierra el Reino de Dios, nos lo ha dado una vez más Jesús, con ocasión del milagro eucarístico en 2001, cuando trajo dos hostias y las depositó en una escultura de madera que reproducen dos manos estrechando el cáliz y la hostia. él dijo: “Sólo si los hombres vienen a Mí, Jesús Eucaristía, podrán obtener el don de la paz, sino estallará una tremenda guerra que sembrará muchos muertos, muertos, muertos”. (4 octubre 2001)
Si los hombres, como los grandes políticos y los eclesiásticos que gobiernan el mundo, tratasen de llevar la realeza de Jesús en su obrar, las heridas en los corazones poco a poco se curarían y partiendo de una alma después dos, tres, cinco, diez, mil se llegaría a un mundo entero de paz y de amor para construir el Reino de Dios en la vida terrena.
La gracia y los sacramentos construyen la realeza de Cristo dentro de nosotros y es la única cosa que nos puede hacer verdaderamente libres, libres para amar y llenar el vaso de amor para llevarle a Jesús en el Paraíso. Jesús nos ha enseñado: “En verdad, en verdad o digo que el que comete pecado es esclavo del pecado. El esclavo no vive por siempre en la casa; el hijo sí.
Por tanto si el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres” (Jn 8, 34-38). Por lo tanto, el que, por el contrario rechaza a Cristo y usa su propia libertad para el poder o el dinero se vuelve esclavo de ellos y su alma es como un vaso agujereado. La libertad espiritual es uno de los más grandes dones que Cristo hace de su realeza, él nos hace libres si le hacemos Rey en nuestra alma.
Jesucristo Rey de las mentes, de los corazones y de la verdad
De la carta encíclica del Papa Pio XI
“Ha sido costumbre muy general y antigua llamar Rey a Jesucristo, en sentido metafórico, a causa del supremo grado de excelencia que posee y que le encumbra entre todas las cosas creadas. Así, se dice que reina en las inteligencias de los hombres, no tanto por el sublime y altísimo grado de su ciencia cuanto porque El es la Verdad y porque los hombres necesitan beber de El y recibir obedientemente la verdad.
Se dice también que reina en las voluntades de los hombres, no sólo porque en El la voluntad humana está entera y perfectamente sometida a la santa voluntad divina, sino también porque con sus mociones e inspiraciones influye en nuestra libre voluntad y la enciende en nobilísimos propósitos. Finalmente, se dice con verdad que Cristo reina en los corazones de los hombres porque, con su supereminente caridad y con su mansedumbre y benignidad, se hace amar por las almas de manera que jamás nadie, entre todos los nacidos, ha sido ni será nunca tan amado como Cristo Jesús”.
Leyendo estas palabras del Papa Pío XI podemos reconocer que están en perfecta sintonía con cuanto se nos ha enseñado por nuestro querido Obispo durante los numerosos encuentros bíblicos y homilías que nos ha regalado durante su vida terrena; de hecho, él nos ha dicho siempre que la verdadera libertad para el hombre no consiste en hacer lo que se quiere sino en hacer hasta el final la voluntad de Dios. Solamente si Cristo reina en cada uno de nosotros podemos tener la certeza de no fallar y de recorrer el camino justo que es el de la vida de gracia que está alimentada por los sacramentos. Hacer la voluntad de Dios, aunque comporta sufrimiento y sacrificio, es la meta que tenemos que alcanzar y que nos lleva a la santidad. Sabemos que en este mundo corrupto, que persigue sólo los propios intereses económicos y políticos, esta mentalidad nos expone a encontrar dificultades y obstáculos que a veces nos parecen insuperables sobre todo si las personas más cercanas a nosotros son justamente las que más nos obstaculizan el seguir el camino indicado. Cristo Rey quiere reinar en nuestro corazón para traer frutos de paz y de caridad y si todos los ombre comprendiesen esto, nuestro planeta sería un oasis de paz y no habría más conflictos por dominarla y destruirlas como está sucediendo.
En el Evangelio de Juan, Jesús dice a Pilatos: “Sí Yo soy Rey, para esto he nacido, para esto he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad” (Jn 18, 37). Aceptar y comprender la verdad que nos indica Jesús corresponde a no dejarse engañar por lo que corresponde a la verdad según los cánones humanos, sino perseguir a través de las enseñanzas de la revelación pública y privada una realidad diversa y absoluta. A la pregunta de Pilatos a Jesús: “¿Qué es la verdad?” (Jn 18, 38) Pilatos mismo huye, se va, no quiere saber la respuesta porque vive sólo de la preocupación humana de perder su poder. También la historia de la Iglesia está llena de muchos “Pilatos” que han preferido aferrarse a la silla que afirmar la verdad en desventaja de los que por defenderla han llegado al maritirio. Sólo con los ojos del verdadero amor y de la verdadera fe podemos llegar a descubrir la verdadera libertad, de hecho, a través del abandono y la aceptación de los designios de Dios podremos alcanzar la serenidad que nos une a Dios y que nos sotiene en los momentos de incomprensión y de conflicto hacia los que obstaculizan nuestro camino. Oremos para que podamos, nosotros en primer lugar, hacer honor a la verdad haciendo siempre la voluntad de Dios incluso cuando todo se derrumba sobre nosotros y empeñémonos a fin de que con nuestro ejemplo y testimonio podamos contagiar a otros corazones donde pueda dominar Cristo.