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Texto de la Adoración Eucarística del 24 de noviembre 2013

Fiesta de Cristo Rey

Hoy adoramos a Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. Jesús Dulce Maestro es el Buen Pastor que se ha inmolado para salvar a todos los hombres. Él no ha venido a la Tierra para ser servido, sino para servir a los hombres y liberarlos de la esclavitud del pecado. Jesús ha escogido el trono glorioso de la Cruz como signo de su realeza y nosotros tenemos que estarle infinitamente agradecidos, porque lo ha dado todo de sí mismo y tenemos que tratar de imitarle poniéndonos al servicio de nuestros hermanos.


"Yo soy Jesús misericordioso, soy Jesús dulce maestro, soy el buen pastor, soy Dios; Yo soy Dios" (De la carta de Dios del 11 de abril de 1999).

Del libro del profeta Ezequiel (Ez 34,11-12.15-17)

Pues esto dice el Señor Dios: Yo mismo cuidaré de mi ganado y le pasaré revista. Como un pastor pasa revista a su ganado cuando se encuentra entre su rebaño disperso, así pasaré yo revista a mis ovejas y las recobraré de todos los lugares donde se habían dispersado en día de nubes y tinieblas. Yo mismo llevaré mi rebaño a pastar y lo devolveré al lugar de su descanso, oráculo del Señor Dios. Buscaré la oveja perdida y haré volver a la descarriada; vendaré a la herida, fortaleceré a la flaca, cuidaré de la gorda y robusta; las apacentaré como es justo. En cuanto a vosotros, rebaño mío, esto dice el Señor Dios: Yo mismo juzgaré entre oveja y oveja, entre carnero y macho cabrío.


De la carta de Dios del 21 marzo 2004

Nuestra Señora - Mis queridos hijos, gracias por vuestra presencia. Os invito a invocar a mi Hijo Jesús, el buen pastor. Vosotros sois sus ovejas y él es el buen pastor; dirigíos a él en cada necesidad vuestra y, si es la voluntad de Dios, os concederá la gracia. Aquí se han concedido varias ayudas y se han realizado muchos milagros que no todos conocen. Todo esto es debido al gran amor de vuestra hermana, que ama demasiado a todos, incluso a los que le hacen sufrir. Os invito cada día a decir: "Jesús, buen pastor, ayúdanos porque somos pobres ovejas" y veréis que seréis más fuertes, más valientes y más sensibles al sufrimiento del prójimo, porque a veces falta la sensibilidad hacia quien sufre. No me obliguéis a repetir siempre las mismas recomendaciones: sinceridad, humildad, sencillez, sensibilidad, amor, el gran amor que lo abarca todo. Si os amáis como mi Jesús os ama, os daréis cuenta de que todo será fácil, incluso si encontráis dificultades y sufrimientos.


Jesús es el Buen Pastor que conoce a sus ovejas, se preocupa de ellas, las guía por el camino, a través de los Sacramentos y la Palabra que les da el alimento justo y trata por todos los medios de protegerlos de todo peligro. Eso que Cristo ha realizado durante su vida pública en la Tierra, lo continúa haciendo incesantemente también ahora que ha ascendido al Cielo. Cristo continúa trabajando en su Iglesia, pero ama a cada individuo de manera diferente, según la diversidad histórica, cultural, social, ambiental y familiar de cada uno. Cristo está presente en la vida de todos los hombres, incluso de los que no lo aman. De hecho, hacia estos últimos el Buen Pastor se preocupa de una manera particular, porque quiere que se conviertan y le sigan al redil. Para seguir a Cristo tenemos que comprometernos a darle cada día nuestro corazón, tenemos que confiarnos a Él y ponernos en sus manos cada día de nuestra vida; si somos capaces de ver a Jesús como el Rey de nuestro corazón, entonces nos dejaremos guiar por Él, como sus siervos llevaremos amor al mundo y sabremos ponernos al servicio de nuestros hermanos.


"Yo Soy Cristo, Rey de reyes, sin corona… No tengo corona, pero tengo mi corazón grande y lleno de amor por todos" (De la carta de Dios del 25 noviembre 2001)

De la primera carta de san Pablo apóstol a los Corintios (1Cor 15,20-26.28)

Hermanos, Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicia de los que han muerto. Porque, si por medio de un hombre vino la muerte, así por un hombre, la resurrección de los muertos. Y como todos mueren en Adán, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada uno por su turno: el primero, Cristo; luego, cuando Cristo vuelva, los que son de Cristo. Entonces vendrá el fin, cuando él destruya todo señorío, todo poder y toda fuerza y entregue el reino a Dios Padre. Pues es necesario que él reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte; porque todo lo puso bajo sus pies. Cuando todo le esté sometido, entonces también el Hijo se someterá al Padre, que le sometió todo a él para que Dios sea todo en todas las cosas.


De la carta de Dios del 20 noviembre 2005

Marisa - Finalmente estás con nosotros todo el tiempo de la aparición junto a tu Madre. Te he conocido y he vivido contigo cuando llevabas la corona de espinas, ahora te veo Cristo Rey, pero no te has querido poner la corona real. Ahora tú estás aquí, como Rey, ayúdanos.

Jesús - Mis queridos hijos, lo que ha dicho vuestra hermana es la verdad. He llevado la corona de espinas, he sangrado por todas partes y después he subido al Padre, que me ha proclamado Cristo Rey, pero no me he querido poner la corona, como hacen tantos personajes, especialmente los reyes, que les gusta mucho la corona. Yo no he querido ponerme la corona, he tratado por todo los medios de dar mi corazón, mi corazón. Para mí es mucho más importante quitarme la corona y dar mi corazón a todos. Ya sé que estáis viviendo un momento difícil y os parece que yo no os ame como querríais, pero yo os amo a todos, mis queridos hijos. Cuando Dios Padre me dijo: "Da tu corazón a todos tus hijos, buenos y malos, a quien lo merece y a quien no lo merece", yo lo he dado a todos. Por desgracia a veces tampoco yo soy comprendido. También vuestro Obispo muchas veces repite: "Yo no soy comprendido, no soy capaz de hacerme comprender, y sin embargo amo a todos".


Cristo es el eterno cabeza de toda la Iglesia. Él es el Rey de la Iglesia militante constituida por la comunidad de los bautizados que viven en gracia en la Tierra; a éstos el Señor les da la asistencia ayudándoles en la lucha contra el pecado, hasta el punto de que derrocará a todas las autoridades humanas y diabólicas que se opongan a Él.

Cristo es Rey de la Iglesia purgante, formada por los que han muerto en gracia de Dios, pero todavía tienen una deuda que expiar por los pecados cometidos.

Finalmente, Cristo es Rey de la Iglesia triunfante, la única que permanecerá incluso después del juicio final. Con el juicio de Dios y la resurrección de la carne, también el último enemigo, la muerte, será destruida y los que han muerto en gracia resucitarán con toda su belleza. La resurrección de la carne afectará a todos, incluso a los condenados, pero éstos serán de una fealdad horripilante. En ese momento la Iglesia militante ya no existirá y por tanto ya no habrá ninguna razón de que Cristo sea el Mesías combatiente. Jesús entregará el reino a su Padre y se colocará a su derecha, como Hijo de Dios, ante el cual todo el Paraíso, en su realidad de comunidad y de Iglesia triunfante tendrá que inclinarse a su vez.

En este punto de vista atribuir a Cristo las comunes divisas reales, el trono, el cetro y la corona, significa disminuir su grandeza de Rey.

Jesús nos asombra porque su modo de actuar es completamente opuesto respecto al de los hombres. A estos les gusta sobresalir y en el curso de la historia se han impuesto sobre sus semejantes. A veces también con la fuerza se han autoproclamado reyes y emperadores, reclamando todas las insignias reales típicas de los que reinan sobre los pueblos. "Jesús en cambio no se siente rey como los reyes de la tierra, sino que se siente padre, hijo, hermano" (De la carta de Dios del 24 de noviembre de 1996). Él no busca las insignias reales: siendo Dios desde la eternidad se sienta en un trono infinitamente glorioso; encarnándose ha escogido tronos que los hombres no aprueban, el último es el más importante en el tiempo, es el trono de la cruz, de hecho ha dicho: "Cuando sea levantado en la cruz atraeré a todos los hombres hacia mí". Este trono, que según la mentalidad de los hombres era el más humillante que podía ser ofrecido a los condenados, exalta a Dios, porque indica su soberanía.

Cristo Rey viene a nuestro encuentro mostrándonos los signos de su pasión, son éstos los signos de su realeza, trofeos gloriosos y signos de victoria. Si nos inclinamos delante de Él diciendo como St. Tomás: "Señor mío y Dios mío", entonces seremos confirmados en la dignidad de ser hijos de Dios y miembros del Cuerpo Místico.

Si crecemos en la gracia, nos asemejaremos cada vez más a Jesús y por tanto también nosotros seremos soberanos, como nos ha dicho la Virgen: "¿Os acordáis cuando Jesús dijo: Soy Rey, pero sin corona? Nosotros no estilamos llevar la corona. No es la corona lo que nos hace soberanos, sino el corazón y el alma; todo lo que es justo, que es casto, que es puro nos hace Rey o Reina; así también vosotros podéis obtener la realeza. Sed perfectos delante de Dios. Vosotros diréis que sólo Dios es perfecto. Es verdad, pero también el hombre puede volverse, pero no al nivel de Dios, perfecto por su caridad, por su bondad, por su paciencia, si tiene el alma limpia y vive siempre en gracia" (de la carta de Dios del 12 de noviembre de 2006).

Por eso nuestro Obispo y Marisa, que nos han amado como a hijos, oraban por nuestro crecimiento espiritual y temblaban para que nos elevásemos cada vez más hacia Dios y nuestro apego a la Eucaristía fuera cada vez más fuerte y auténtico.


"Cristo siervo de los hombres. Cristo amigo de los hombres. Cristo que muere por los hombres"

De la carta de S. Pablo apóstol a los Filipenses (2, 5-11)

Procurad tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, el cual, teniendo la naturaleza divina, no consideró como codiciable tesoro el mantenerse igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo tomando la naturaleza de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, en su condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por ello Dios le exaltó sobremanera y le otorgó un nombre que está sobre cualquier otro nombre, para que al nombre de Jesús doblen su rodilla los seres del cielo, de la tierra y del abismo, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre.


De la carta de Dios del 21 noviembre 1999

Jesús - Yo, Jesús, hoy estoy aquí como Cristo Rey, no con la corona, sino como siervo que quiere ayudar a sus hijos. Si se salvaran pocos hijos, mi muerte habría sido inútil. Cuando os digo que os alegréis, que gocéis, que sonriáis, no bromeo, porque vosotros habéis escogido la mejor parte, no os echéis atrás. Vosotros sois mis dos hijito predilectos escogidos por Dios y a vosotros os pido ayuda, oraciones y sufrimientos para salvar a los hombres que me conocen, pero que no aceptan lo que he enseñado… En este momento el que tiene más necesidad es vuestro obispo; tiene necesidad de ayuda, de oración y de fuerza. Dios vela por él, pero, creedme, a veces es difícil aceptar lo que Dios quiere. Yo, como Segunda Persona de la Stma. Trinidad, lo veo todo y lo sé todo; Yo, como hombre, entiendo la lucha del Obispo, sus dificultades y su deseo de abandonarlo todo y decir: "¿Pero quién me lo hace hacer?". Tenía que reabriros el Paraíso y lo he hecho. No os escondo que también Yo estaba decaído, preocupado y, como hombre, llamaba siempre a Dios en mi ayuda. También Yo tenía ganas de echar fuera a quien venía a Mí, porque venía para pedir ayuda y luego se alejaba una vez que obtenía lo que quería. Yo he salvado a todas las personas que me pedían ayuda y venían a escucharme. Desde que ha empezado la historia de la salvación hasta hoy, son muy pocas las personas que aman a Dios verdaderamente, que aman al Espíritu Santo, que me aman a mí y a la Madre de la Eucaristía. No digáis Cristo Rey, sino Cristo siervo de los hombres, Cristo amigo de los hombres, Cristo que muere por los hombres. Éste es el verdadero Cristo Rey.


En la realización de sus designios Dios no tiene necesidad del hombre, pero ya que lo ama inmensamente, desea que también sus hijos contribuyan. Al mismo tiempo, el Señor desciende a nuestro nivel dándose completamente a nosotros en la Eucaristía, nos da su gracia perdonando nuestros pecados, nos da carismas particulares y nos concede todas aquellas gracias materiales y espirituales de las que tenemos necesidad, incluso cuando no se las pedimos. He ahí, por tanto, que nos convertimos en siervos inútiles en el momento en el que damos a Cristo nuestro corazón, pero es Él el primero que se hace nuestro siervo dándonos su corazón que nos lleva a la salvación eterna. Este intercambio impar entre nosotros y Jesús, nuestro Rey, llevará grandísimos frutos a través de Él, nosotros que somos pequeñas criaturas, seremos poderosos instrumentos en sus manos, porque "Quien cree en mí hará las obras que yo hago y las hará aún mayores" (Jn 14, 12).

Ciertamente, los que han imitado fielmente a Cristo han sido nuestro Obispo y Marisa. Sí, ellos se han puesto siempre en el último lugar y nos han servido realmente en toda necesidad espiritual; ellos han sido nuestros amigos, con los que hemos compartido momentos hermosos, alegres, intensos pero también otros más tristes y llenos de sufrimiento. A nuestros padres espirituales hemos confiado muchos de nuestros problemas, ellos han tratado de resolverlos con las palabras, con la oración y con el sufrimiento.

La interpretación dada por Dios del tercer secreto de Fátima nos dice que el Obispo, asistido por Marisa, ha muerto por los hombres porque se ha inmolado por la Iglesia.

No es fácil seguir a Cristo, como no es fácil seguir el ejemplo de nuestros padres espirituales, pero cada vez que lo hacemos, también nosotros escogemos la mejor parte y, a pesar de las dificultades, nuestros errores y defectos y de los sufrimientos, tenemos que dar gracias a Dios por habernos llevado a escoger la mejor parte. Ahora es nuestro deber continuar en este camino y hacer que también nuestros hermanos la escojan a través de nuestro ejemplo y testimonio, de este modo haremos realidad las palabras de Jesús: "Me gustaría que todos los hombres fuesen rey sin corona, sin poder o riquezas para gozar de la verdadera vida. Es hermoso ser rey, pero hay que vivir honestamente, sinceramente y en humildad. Me gustaría que todos vosotros fueseis todos rey como yo, porque el amor que tenéis por la Eucaristía es grande y es lo que cuenta" (De la carta de Dios del 26 noviembre 2000).