Texto de la Adoración Eucarística del 25 noviembre 2018
Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo
Hoy la Iglesia celebra a Cristo como Rey del Universo y nosotros nos unimos a estas celebraciones para reconocer la realeza y la soberanía de la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, que no se manifiesta a través de la corona, sino en la belleza, en la grandeza y sobre todo en la Misericordia de Su Corazón.
Durante tantos años en los cuales, gracias a la presencia de nuestra hermana Marisa hemos podido gozar escuchando a Jesús que nos hablaba, hemos aprendido a reconocer la humildad de Su realeza; en diversas cartas de Dios él mismo se ha definido o mejor dicho le ha gustado definirse Rey sin corona. En diversas apariciones, de hecho, ha subrayado y reiterado este concepto y que es el mismo que se lee en el Evangelio de Marcos: “Si alguno de vosotros quiere ser grande que sea vuestro servidor, y el que de vosotros quiera ser el primero que sea el siervo de todos. De la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir y dar la vida en rescate por todos” (Mc 10,32-45). Así en las cartas de Dios, Jesús repite: “Yo soy Cristo, Rey sin corona; vuestro siervo, soy siervo de todos y vosotros sois mis siervos” (23/11/1997), o bien: “Yo Jesús hoy estoy aquí como Cristo Rey, pero siervo de los hombres, Cristo amigo de los hombres, Cristo que muere por los hombres” (21/11/1999), y aún más: “Cristo no tiene corona, tengo la corona de espinas” (24/11/2002). Dios Hijo, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, nos habla y volviendo a escuchar sus palabras nos asombramos, hoy como entonces, de Su infinita humildad. Nuestro Dulce Maestro no deja nunca de guiarnos, amonestarnos y enseñarnos a seguir su camino y cómo debemos recorrerlo: revestidos de la armadura de la fe, encendidos por el amor a la Eucaristía, tranquilizados por Sus Palabras y protegidos por el manto de Su Madre y nuestra, la Madre de la Eucaristía.
Las enseñanzas del Dulce Maestro han sido innumerables: Él ha sido Maestro en el sacerdocio para nuestro Obispo, de hecho en su estilo encontramos los principios de Cristo. Nuestro amado Obispo encarnaba todas las características de un verdadero ministro de Dios: fuerte, firme en la fe, profundamente equilibrado. Incluso en los momentos en los que el sufrimiento era tanto que ofuscaría la mente de cualquier otro ser humano, él era capaz de permanecer lúcido; era amante de la verdad y a cualquier precio y profundamente enamorado de Cristo y de la Eucaristía. Él siempre puso a Dios en primer lugar con valor y determinación, pero también sencillez y humildad. Esto sobresale de su vida, plasmada de manera ejemplar, con sencillez y humildad al servicio del Rey de Reyes.
Pero hoy es también justo y apropiado recordar el milagro eucarístico del 26 de noviembre de 1995, el “milagro anunciado”, que patentizó la presencia de muchísimos fieles y diversos sacerdotes que vinieron aquí, al lugar taumatúrgico. ¿Dónde están ahora todos aquellos fieles y dónde los sacerdotes? Los que se han alejado han demostrado no haber comprendido para nada el estilo de Dios, que se manifiesta siempre en el silencio, en el ocultamiento y no en el clamor y en fragor de hechos sorprendentes. El Dios niño que se hizo hombre, quiso nacer en una cuna, no en un palacio solemne, llevó una vida humilde y sencilla, no rica y opulenta, por lo que aquellos que esperaban eventos impactantes se decepcionaron, porque Él se mostró de acuerdo con Su estilo, ciertamente no de acuerdo con el estilo del mundo. Dios no obedece a las expectativas de los hombres, más bien son los hombres los que tienen que adecuarse y obedecerle a Él, como han hecho siempre nuestro Obispo y nuestra querida Marisa y saber coger, en los acontecimientos, la mano de Dios