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Texto de la Adoración Eucarística del 26 noviembre 2017

Nuestro Señor Jesucristo Rey del Universo

Querido Jesús Eucaristía,

hoy estamos aquí reunidos delante de Ti para amarte, alabarte y festejarte como Cristo Rey del Universo. Deseamos reconocerte único Rey de nuestras vidas. Nuestro Obispo Claudio nos explicó que ponerte en primer lugar significa amarte con todo nuestro ser, sin reservas, significa ponerte “en la cresta de la jerarquía de los amores que tenemos” (Homilía de S.E. Mons. Claudio Gatti del 8 de junio de 2008). Cuanto más fuerte sea el amor hacia ti, más fuerte es el amor que tenemos y demostramos hacia los demás, comenzando por nuestra familia, amigos y comunidad. Una vez extendido a los otros, el amor, después vuelve a Ti. Volver a pensar en conceptos espirituales tan profundos, en este momento en el que nos dirigimos en adoración a Ti, oh Señor, nos permite vivir Tu presencia mejor y más profundamente. Sabemos que por el simple hecho de estar a Tu lado nuestra alma ya está obteniendo grandes beneficios, aunque no nos demos cuenta. En tus cartas, la Madre de la Eucaristía nos ha enseñado siempre: “Primero aprended a amar, luego rezad”. Jesús Tú has hablado a menudo a nuestra comunidad de amor recíproco, invitándonos a rezar el uno por el otro. Hoy todos nosotros aquí presentes deseamos hacer justamente esto, queremos ofrecerte nuestro amor imperfecto de seres humanos y nuestras oraciones, por los componentes de la comunidad que están enfermos, que sufren y que viven situaciones difíciles desde cualquier punto de vita. Sabemos que estás a nuestro lado y que no abandonas a tus hijos porque nos has dicho: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá, porque quien pide recibe, el que busca encuentra y al que llama se le abre” (Mt 7, 7-8). Señor, esperamos con confianza Tu ayuda y sabemos que la espera no será vana, porque ya has realizado grandes obras y no solamente en este lugar taumatúrgico, sino sobre todo en la vida de cada uno de nosotros.


Jesús, Rey sin corona

Señor Jesús, Tú eres el verdadero Rey, pero sin corona. No eres como los reyes de esta Tierra en busca espasmódica de poder y honor. Por desgracia por muchos hombres eres considerado un Dios molesto, porque hablas de amor, de justicia, de paz, de gracia y de humildad. En un mundo en el que la prevaricación sobre el otro es un método válido para lograr respeto, Tú, Señor, sólo puedes ser rechazado. Del mismo modo también aquellos que, durante el curso de los siglos, te han seguido fielmente y han hecho de Tu amor el propio estilo de vida, han sido rechazados y considerados molestos. Los profetas y todos los que han predicado Tu palabra y no la propia y llevado a cabo misiones que Tú les has confiado, a menudo han sido alejados, rechazados o incluso asesinados, como Tú. Nuestro Obispo y nuestra hermana Marisa han dado la vida por hacer Tu voluntad y por amor a los hermanos, pero a cambio han recibido calumnias, humillaciones, ofensas, sobre todo de los que habrían tenido que amarles y sostenerles en mayor medida. A menudo el Obispo, cuando estaba particularmente amargado o decepcionado, decía: “Estoy en buena compañía, también Tú, Señor, has sufrido el mismo tratamiento, has sido traicionado y calumniado”. Nuestros padres espirituales se han puesto al servicio de tu Iglesia y de las almas, puesto que esta es la enseñanza que nos has dejado: “El que quiera ser grande entre vosotros que se haga vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros que sea el siervo de todos. El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida en rescate por muchos” (Mc 10, 32-45). Se trata de un cambio radical de mentalidad, de corazón y de espíritu, que pone al primer lugar el don de sí y el servicio de los demás. Este espíritu de servicio y disponibilidad, generosidad, capacidad de amar a todos, son un reflejo del amor que Tú, Dios, nos das. Sólo de este modo se adquiere la certeza de que hay más alegría en dar que en recibir.


El milagro anunciado

Hoy es el aniversario del milagro Eucarístico del 26 de noviembre de 1995, el "milagro anunciado". Aquel día el lugar taumatúrgico fue literalmente invadido por centenares de personas, estaban presentes muchos sacerdotes que confesaron durante toda la mañana y hubo muchísimas conversiones, especialmente entre los jóvenes. A pesar de la lluvia, la mayor parte de las personas se quedaron rezando y adorándote, Jesús Eucaristía, venido milagrosamente en medio de nosotros. Había personas que iban en busca de Ti, Jesús, porque sentían que tenían necesidad de Ti. En un mundo que huye de Ti, hay muchas personas que Te buscan, especialmente los más débiles, y cuando encuentran a alguien que se preocupa por ellos y los guía hacia Ti, lo siguen porque buscan una luz que ilumine su camino, buscan un sentido a su existencia. Así fue para nosotros que pertenecemos a esta comunidad: la luz que encontramos en los ojos del Obispo nos llevó a Ti, Cristo, a través de la Madre de la Eucaristía. Muchos todavía, por desgracia, no han descubierto la alegría de amarte, también por culpa de algunos grandes hombres de la Iglesia que se comportan como si la Iglesia fuera de su propiedad, olvidando que es tuya y, como Tú, deberían ejercer el poder para servir y no para ser servidos. Esto, desafortunadamente, lo podemos constatar todavía hoy, a pesar de que ya han pasado ocho años desde la partida del Obispo y de Marisa. De hecho, hacia los hechos extraordinarios ocurridos en el lugar taumatúrgico y hacia nuestra comunidad hay todavía prejuicios y obstáculos, sin la firme voluntad y el coraje de iniciar un proceso de investigación correcto. Los sacerdotes, sobre todo los de Roma y de Italia, tienen miedo y no vienen al lugar taumatúrgico, ni estimulan a los fieles a hacerlo, excepto algún sacerdote extranjero.

El Obispo y la Madre de la Eucaristía han repetido a menudo que la Iglesia, para renacer verdaderamente, no tiene necesidad de tantos sacerdotes, sino que éstos tienen que ser fuertes, valerosos y santos. Te pedimos, Señor, para que la figura de Cristo Rey sin corona triunfe cada vez más en la Iglesia y continúe dando un nuevo vigor, sostenida por el compromiso y por las oraciones de cada uno de nosotros. En fin, queremos darte las gracias por una gracia particular que el mismo 26 de noviembre de 1995 hiciste a la ciudad de Roma. Un terremoto, que habría tenido que alterar y abrumar a nuestra ciudad no ocurrió, precisamente, por el amor y el poder de la Eucaristía. (De la oración formulada por el Obispo Claudio Gatti el 25 de noviembre de 2007) Gracias por haber realizado ese milagro, denigrado por la mayoría de los hombres, pero grandioso a tus ojos y a los ojos de aquellos que te aman.