Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Texto de la Adoración Eucarística del 28 octubre 2018

Fiesta de la Madre de la Eucaristía

Hoy es la fiesta de la Madre de la Eucaristía, la Madre de Dios, que durante muchos años nos ha atendido, nos ha escuchado, nos ha guiado en este lugar taumatúrgico. Recordamos el silencio y el recogimiento que descendía entre nosotros cada vez que nos reuníamos alrededor del Obispo Claudio y de Marisa para esperar a la Madre Celeste, después del canto que la llamaba y de improviso, el éxtasis, la alegría y el asombro en el rostro de Marisa: “¡Qué hermosa eres!”. Entonces cada uno de nosotros de rodillas se sumergía en aquella realidad sobrenatural, alejaba los pensamientos y gustaba aquellos momentos de Paraíso. Cada vez que la Virgen venía entre nosotros, primero nos llamaba: “Mis queridos hijos” para recordarnos cuanto nos amaba y cuanto se preocupaba por nosotros. ¡Qué gran gracia hemos recibido! La Madre de la Eucaristía nos ha llamado por su nombre uno por uno, para ser sus apóstoles: “Sed instrumentos de salvación y de paz para vuestro prójimo con la oración, el sacrificio, el ejemplo y el amor” (Carta de Dios del 2 de febrero de 1991); entonces éramos muchachos muy jóvenes e inexpertos, no sabíamos exactamente como sería nuestro camino hacia Cristo, pero decidimos seguir las huellas del Obispo y de Marisa y también nosotros pronunciamos nuestro “Sí” a Dios.


El Señor, a través de la Madre de la Eucaristía, pidió nuestra colaboración para convertir a las almas: “Hijitos míos, preocupaos, rezad y actuad para la salvación del alma de vuestros hermanos, si cooperáis a la salvación de una sola alma, seréis preciosos a los ojos de Dios que os recompensará con el Paraíso” (Carta de Dios del 5 de febrero de 1989)

La Virgen nos ha cubierto siempre con su manto materno, es decir, ha seguido cada paso nuestro y nos ha dado muchas enseñanzas para conducirnos a la santidad: “Vosotros no me veis, pero yo estoy con vosotros y os he elegido porque quiero llevaros a la santidad” (Carta de Dios del 1º de enero de 1993). Recordamos las continuas exhortaciones de que pusiéramos a Dios en primer lugar, a no dejar nunca la S. Misa cotidiana y a rezar en cada ocasión de la jornada: “Mis queridos hijos, cuanto os he dicho al inicio os parecerá difícil, pero después os daréis cuenta de que todo se volverá más fácil y sentiréis el gran deseo de rezar cada día hasta tres horas como mi Hijo Jesús quiere. Os repito, rezad lentamente y con el corazón; el primer lugar reservadlo a Dios. ¡Si no crecéis en la vida espiritual es porque no lo querréis! (Carta de Dios del 2 de octubre de 1988).

Tal como una madre trata, por todos los medios, de preservar a sus hijos del mal, la Madre de la Eucaristía ha tratado siempre de protegernos del demonio: “Mi mayor deseo es protegeros contra las insidias del demonio que trata por todos los medios de infiltrarse dentro de vosotros para destruiros. No digo esto para asustaros sino solo para poneros en guardia” (Carta de Dios del 7 de octubre de 1990).

La Virgen siempre ha demostrado que se preocupaba mucho por nuestro grupo y nos ha invitado siempre a permanecer unidos, a no desanimarnos ante las dificultades de la vida y a ayudarnos mutuamente: “Tenéis que estar unidos entre vosotros como están unidos los puntos que forman un círculo. Daos recíprocamente el buen ejemplo para caminar en la vida espiritual. Si veis un alma que avanza en el campo espiritual id detrás de ella o mejor poneos a su lado, si uno no avanza, no lo critiquéis, sino tratad de ayudarlo con la oración y con la caridad” (Carta de Dios del 31 de julio de 1989). “Mis queridos hijos, tenéis que amaros, no lo olvidéis nunca. Para amaros, tenéis que alegraros con el que se alegra, sufrir con el que sufre, llorar con quien llora y sonreír con quien sonríe” (Carta de Dios del 4 de noviembre de 1990)


Hoy, en apariencia, parece que nos hemos quedado solos y que la Madre de la Eucaristía ya no esté presente en nuestras vidas; en realidad Ella no nos ha abandonado nunca; todavía hoy nos guía por el camino, aunque no nos demos cuenta y con su manto materno protege nuestras familias: “Yo rezo con vosotros cuando vosotros rezáis a mi Hijo Jesús, yo estoy con vosotros cuando vosotros estáis con Dios” (Carta de Dios del 4 de julio de 1992). “Yo, vuestra Madre, no quiero dejaros, no puedo abandonaros y, si me lo permitís, os llevaré conmigo delante de Mi Dios, de vuestro Dios” (Carta de Dios del 5 d diciembre de 1992).

Recordamos con nostalgia las palabras de nuestro querido Obispo Claudio: “Cuando el Obispo ya no esté para daros algún golpecito en la espalda y, a veces, alguna patada, cachete o caricia, vosotros tendréis que caminar con vuestras piernas, razonar con la cabeza, tendréis que trabajar duro porque el Reino de Dios se conquista con el compromiso. Las almas se convierten con la fatiga, con la oración y con el sufrimiento. Habéis aprendido en estos años cuánto ama Dios a las almas y cuánto hace pagar a otras almas contribuciones, para que todas puedan elevarse hacia el Cielo. No seáis dependientes de nadie, depended solamente de Cristo. No tenéis que sentiros abandonados al pensamiento: “Pero ¿quién nos protegerá mañana? Porque os protegerá Cristo, que sabe hacerlo mejor que cualquier otra persona. No os atéis nunca a las personas, ataos solo a Cristo, a la Madre de la Eucaristía y cuando estéis en su compañía, ¿qué os podrá dañar? ¿Qué podréis temer? Nada, porque es la mejor compañía (…) No tengáis miedo de nada, no tengáis miedo de nadie; no temáis al demonio, porque el que está en gracia es más fuerte que el demonio, no temáis a los hombres, porque pueden hacer solo lo que Dios les permite realizar. No tenéis que temer a nada ni a nadie, sino vivir serenos, confiados y dado que el Señor (…) os llama a dar testimonio de él, lo tenéis que hacer con fuerza, valentía, sinceramente y alegres (…) cada uno de vosotros y todos juntos podéis ser testigos, misioneros y apóstoles, para la alabanza de Dios, por la salvación de las almas y por el renacimiento de la Iglesia " (De la vigilia de oración del 14 de mayo de 2005).