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Texto de la Adoración Eucarística del 29 junio 2014

Fiesta del Triunfo de la Eucaristía y de la ordenación episcopal de S. E. Mons. Claudio Gatti

Introducción

Antes de empezar la adoración ante Jesús Eucaristía, pidamos perdón a aquél que era nuestro director espiritual, S.E. Mons. Claudio Gatti, por haber escogido comentar la Palabra de Dios. No es ciertamente una tentativa de imitación, porque estamos muy lejos de su preparación, de su espiritualidad y naturalmente no tenemos sus inspiraciones. Pedimos perdón si también repetimos algunos conceptos sobre la figura del Obispo que ya hemos reiterado tantas veces. Pero quién esté hoy aquí seguramente es manso y humilde de corazón y gozará de todos modos al oír hablar de nuestro amado Obispo.

Hoy sólo queremos tratar de ofrecer algunas reflexiones sobre los fragmentos que hemos escogido en este día de solemnidad de San Pedro y San Pablo. Notamos mucho la falta del encuentro bíblico y sentimos la falta de sus enseñanzas de vida que tomaban como punto de partida el Evangelio o la Biblia. Recemos, pues, todos juntos a Jesús Eucaristía para que en esta jornada podamos hacer nuestra la Palabra del Señor y tenerla siempre presente en cada acción, pensamiento, obra y sobretodo que este gran don esté al servicio del hermano y permanezca en la gracia de Dios.


De los Hechos de los Apóstoles (Hc. 20, 28-38)

"En aquellos días, Pablo decía a los ancianos de la Iglesia de Éfeso: "Cuidad de vosotros y de todo el rebaño del que el Espíritu Santo os ha constituido como guardianes para apacentar la Iglesia de Dios, que ha adquirido con su propia sangre.

Yo sé que después de mi partida se introducirán entre vosotros lobos crueles, que no perdonarán al rebaño; y que de entre vosotros mismos surgirán hombres que enseñarán doctrinas perversas con el fin de arrastrar a los discípulos en pos de sí. Por lo cual, estad alerta y recordad que durante tres años no he cesado noche y día de aconsejar con lágrimas en los ojos a cada uno de vosotros.

Y ahora os encomiendo a Dios y a su mensaje de amor, que tiene poder para construir el edificio y dar la herencia a todos los consagrados.

De nadie he deseado plata, oro o vestidos. Vosotros mismos sabéis que estas manos han provisto a mis necesidades y a las de los que andan conmigo. En todo os he mostrado que se debe trabajar así para socorrer a los necesitados, recordando las palabras de Jesús, el Señor: "Hay más felicidad en dar que en recibir"".

Cuando terminó de hablar, se puso de rodillas y oró con todos ellos. Todos rompieron a llorar, se echaron al cuello de Pablo y lo besaron, afligidos sobre todo porque les había dicho que no volverían a verlos. Y lo acompañaron hasta el barco."

Palabra de Dios


Comentario

Este fragmento de los Hechos de los Apóstoles, para quien frecuenta desde hace años esta comunidad, no tendría ni siquiera necesidad de ser comentado. Cada palabra que Pablo pronuncia podría ser perfectamente atribuida a nuestro querido Obispo. Son palabras de despedida llenas de amor hacia los hermanos que lo han sostenido. No niega que haya amonestado a cada uno de ellos, tal como el Obispo ha hecho con nosotros. No se ha abstenido nunca de hacernos notar las cosas, a pesar del pesado fardo que llevaba sobre sus espaldas cada día. Era su trabajo, su misión, la de hacernos notar donde nos equivocábamos, porque su fin último era el de hacernos llegar a la santidad, y no importaba si estaba cansado o lleno de pensamientos, él tenía que anunciar la verdad a toda costa, independientemente de las consecuencias y con sufrimiento en el corazón. Claro que así se ha granjeado varios enemigos, pero a él no le importaba y nos decía bromeando, que no quería hacer ni una hora de Purgatorio por no haber cumplido hasta el fondo la corrección fraterna.

Mons. Claudio, como Pablo, no ha deseado ni plata ni oro ni el vestido de nadie. Todo lo que anhelaba era una palabra de consuelo de la Madre de la Eucaristía, sólo ella era capaz de consolarlo y transmitirle la fuerza para que siguiera adelante en su difícil misión. Deseaba ver la capillita llena para poder divulgar a más almas el amor hacia Dios y hacia Jesús Eucaristía. También él ha provisto a las necesidades de los demás y nos ha pedido que nos ocupemos de las necesidades de las personas enfermas, ancianas y de los niños. Por tanto también Mons. Claudio ha hecho suyas las palabras de Jesús: "Hay más felicidad en dar que en recibir"

Y ésta es su herencia, y es un legado que no tiene parangón. Nosotros, como dice Pablo al inicio de su discurso, somos ahora los custodios, no de la Iglesia porque sería demasiado presuntuoso, pero al menos de este lugar taumatúrgico que ha contemplado una serie de numerosos milagros eucarísticos. Dones que todavía hoy tenemos ante nuestros ojos y adoramos.

A diferencia de la comunidad de Éfeso, nuestro Obispo no se ha despedido nunca de nosotros oficialmente, porque quizás no ha tenido la posibilidad o porque era la voluntad de Dios. Pero en cierto sentido es como si no se hubiera ido, porque él está siempre presente aquí en el lugar taumatúrgico y nos ayuda a todos de la manera que mejor se adapta a Dios.


De la carta de S. Pablo Apóstol a los Efesios (Ef 4,7.11-15)

"Hermanos, cada uno de nosotros hemos recibido un don en la medida en que Cristo nos lo ha querido dar.

Él a unos constituyó apóstoles; a otros, profetas; a unos evangelistas, y a otros pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los cristianos en la obra de su ministerio y en la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y al conocimiento completo del Hijo de Dios, y a constituir el estado del hombre perfecto a la medida de la edad de la plenitud de Cristo, para que no seamos niños vacilantes y no nos dejemos arrastrar por ningún viento de doctrina al capricho de gente astuta que induce al error; antes al contrario, practicando sinceramente el amor, crezcamos en todos los sentidos hacia aquel que es la cabeza, Cristo".

Palaba de Dios.


Comentario

El don del episcopado que Jesús ha dado a Mons. Claudio ha sido el acontecimiento más criticado de la historia de esta comunidad. Bastaba quizás reflexionar sobre esta carta para comprender el fin último de Dios que es, como dice Pablo, la unidad de fe y del conocimiento del Hijo de Dios, para que se llegue al estado de hombre perfecto.

En este fragmento se habla también de la gracia: "La gracia, se nos da según la medida del don de Cristo". La gracia representa la participación llena a la vida de Dios, nos hace partícipes de la vida Trinitaria. La traducción literaria es "el favor", el "socorro" que Dios nos da para que respondamos a su llamada.

El estado de gracia nos permite, por tanto, acercarnos espiritualmente a Dios y libremente a los sacramentos que Él nos ha dado. Al hombre le ha dejado el libre albedrío de participar o no a la gracia de Dios y en el momento en el que el hombre expresa el deseo, Dios lo acoge sin ninguna restricción.


La gracia y San Pedro

Cuando Dios envía al Espíritu consolador sobre María y los apóstoles reunidos en el cenáculo, todo adquiere un aspecto diferente. El apóstol Pedro débil y claudicante (recordemos su negación ante los guardias que querían arrestar a los seguidores de Jesús) deja espacio al apóstol fuerte y valeroso, capaz de sacrificarse con el martirio en nombre de Cristo. Jesucristo ha confiado a Pedro y a los otros apóstoles la misión importantísima de difundir la Iglesia de Cristo por el mundo y solamente con la acción santificante del Espíritu Santo, el que concede las gracias, ha sido posible. El primer Papa de la Iglesia católica ha pasado de la negación al martirio a través de la gracia del Señor.


La gracia y San Pablo

Pablo, del mismo modo que Pedro, pero con diferente modalidad, ha volteado, literalmente, su vida espiritual: de perseguidor se ha convertido en mártir por la Iglesia de Cristo. En esta situación notamos diversidades respecto a San Pedro; de hecho, Pablo perseguía a los discípulos de Jesús porque había sido educado de esta manera y fundamentalmente porque no conocía realmente a Cristo. Pero cuando Cristo se le ha aparecido pidiendo su vida en nombre de Dios, él, después de lo que había visto y oído, según su propia voluntad, como le fue indicado por Ananías, pide perdón al Señor y, convertido, se dedica en alma y cuerpo a la misión que Dios le ha confiado.


La gracia y Mons. Claudio

La gracia también en la vida de nuestro Obispo ha tenido un papel fundamental. Todos nosotros sabemos lo que ha tenido que soportar, tanto asistiendo a nuestra querida hermana Marisa, en su camino y pasión y sufrimiento hacia Cristo, como en la áspera lucha contra los hombres de la Iglesia que han tratado por todos los medios de obstaculizar las intervenciones de Dios. La gracia que Mons. Claudio ha cultivado desde siempre a través de un sacerdocio de dedicación y sacrificio ha sido colmado por ulteriores dones a través del Episcopado, justamente para soportar el peso de una cruz pesada y dolorosa.


La gracia y Marisa

La vida de Marisa ha sido una sucesión de dolores y sufrimientos, morales y físicos. Ella ha dedicado toda su vida para la salvación de las almas con un trabajo hecho en total ocultamiento. El don que le ha sido confiado, la videncia, ha sido pagado por un estado de gracia que ha llegado a niveles altísimos, justamente para soportar tanto sufrimiento.

En la vida de cada uno de nosotros la gracia de Dios, mantenida por nosotros libremente, realiza un continuo trabajo de perfeccionamiento. De hecho, en el camino espiritual que estamos recorriendo, nuestro crecimiento espiritual está relacionado al crecimiento en la vida de gracia, un crecimiento que nunca se detiene ni siquiera en el Paraíso. ¿Cuántas veces Marisa nos ha contado que ve a las almas del Paraíso cada vez más hermosas a medida que pasa el tiempo? Esto es porque el camino hacia la santidad nunca tiene fin, precisamente porque la santidad es vivir en estrecha unión con Dios que, siendo infinito, no es alcanzable. De aquí deriva que la gracia es un camino infinito hacia Dios.


¿Cómo podemos mantener la gracia en nosotros? Con la oración, la Palabra de Dios, el sacrificio, los florilegios, la comunión diaria con Dios a través de la Eucaristía y, cuando sea necesario, a través del sacramento de la Confesión.

Señor, tú has escogido a tus servidores asignándole a cada uno su trabajo y colmándolo de la gracia necesaria para llevarlo a cabo. Has escogido a cada uno de nosotros no para nuestra edificación, sino para el crecimiento de todos para que fuésemos libres en Cristo.

En esta jornada de fiesta, te queremos dar las gracias Señor por habernos dado la gracia y frecuentando este lugar nos comprometemos a mantenerla viva para que podamos llevar adelante nuestra pequeña y humilde misión aquí en la Tierra. Las dificultades que la vida nos propone son muchas, la sociedad de hoy lo hace todo más difícil y somos como los lirios en medio de tanto fango. Tratar de llevar otras almas a Ti se vuelve un trabajo cada vez más difícil sobre todo entre los jóvenes, justamente porque se puede correr el riesgo de permanecer solos y abandonados.

Te rogamos Señor por nuestros ministros extraordinarios de la Eucaristía, en nuestro XIV año de ministerio, porque nos has asignado un trabajo adicional, el de llevar a Cristo a los necesitados. No habíamos reflexionado nunca sobre esto, pero si Mons. Claudio no nos hubiese ordenado ministros, ¿cómo podríamos hoy estar aquí ante Ti, realmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, adorándote?

Hoy te damos gracias por todos estos dones, los milagros eucarísticos, fuente de alegría y de gracia para todos nosotros. Te damos gracias también por haber dado al Obispo y a Marisa, el uno pastor y profeta, la otra alma mística íntimamente unida a Dios, que con sus enseñanzas y su ejemplo nos ha enseñado como tiene que ser un verdadero cristiano: hemos conocido la Palabra de Dios, aprendiendo cuáles tienen que ser los comportamiento de los hombres eclesiásticos y cuáles son nuestros trabajos como fieles y laicos comprometidos. Hemos aprendido sobre todo que la Iglesia es de Dios, no de los hombres, instrumento del cual Dios podría prescindir, pero que en su infinita bondad, concede a estos la posibilidad de llegar a la santidad.

Gracias Señor por habernos dado la libertad espiritual.