Texto de la Adoración Eucarística del 29 octubre 2017
Fiesta de la Madre de la Eucaristía
La Madre
Como cada año vamos a festejar a la Madre de Dios, la que aquí, en este lugar, constituido taumatúrgico por Dios, hemos conocido como Madre de la Eucaristía. Ella misma se ha presentado con este título que, como ha dicho muchas veces, es el más querido para ella y el más hermoso. En el curso de los siglos tantos y diversos títulos han sido atribuidos a la Virgen, todos igualmente fuertes e importantes, pero el título Madre de la Eucaristía lo encierra todo. Como nuestro Obispo nos ha explicado, María es Madre de Dios, Madre de la Iglesia, Madre de Jesús y por tanto Madre de la Eucaristía.
“Invocando a María con el título Madre de la Eucaristía, queremos destacar su misión, que es la de llevarnos a nosotros hijos pecadores al Hijo redentor, para que seamos salvados por su pasión y muerte, purificados y enriquecidos por sus sacramentos, sostenidos e iluminados por sus palabras guiadas por su Iglesia jerárquica”
Estas son palabras admirables de nuestro Obispo para explicar la belleza de este título. Pero ahora queremos detenernos en la importancia de la palabra “Madre” y observar como la Virgen, con su vida y sus acciones, ha sublimado esta denominación para convertirse en un modelo perfecto de maternidad.
Ser madre, en su significado puro, es dar amor sin esperar nada a cambio, es proporcionar el bienestar de sus hijos renunciando a todo. Madre quiere decir sacrificio, paciencia, perseverancia, perdón, dedicación, ayuda, guía, aceptación y comprensión.
Su amor por Dios la empujó a pronunciar aquel “Sí” que cambiaría el curso de la historia; su amor por el Hijo nos hace entender, incluso antes de Su pasión, muerte y resurrección, que una vida dedicada a Dios conjuga amor y sufrimiento. La belleza de la maternidad de María, su misión de Madre la explica Jesús mismo, dirigiéndose a ella, como se indica en el libro de la Virgen, con estas palabras: “A ti te confío a los hombres: son débiles, inclinados al pecado; tú eres su madre y maestra, para esto he preparado tu alma; para ellos has cultivado las virtudes de la piedad, de la fortaleza y de la humildad. Sin tales virtudes no habrías podido superar las duras pruebas de estos años, ni podrías superar aquellas todavía más atroces de los venideros. Tu eres maestra y ejemplo de toda virtud”.
Desde la cruz Jesús confía todos los hombres a su Madre, pero este acto de confianza ya le había sido anticipado a María; de hecho ella ya sabía, incluso antes de la crucifixión de su Hijo, que se convertiría en Madre de todos los hombres, inclusive de los que serían causa de sufrimiento de su Hijo.
El camino de la salvación
En nuestra sociedad vive y subsiste un rechazo categórico de conocer y acercarse a Dios. La misma Virgen dijo a Marisa: “esta sociedad no quiere conocer a Dios y si no conoce a Dios no hay esperanza, ni conversión, ni salvación. Así el mundo se precipita”.
Estamos asistiendo cotidianamente a la lenta y continua destrucción de una humanidad cada vez más alejada de Dios, donde el mal se desencadena y destruye al débil y al indefenso. Las guerras, las continuas violencias, los sufrimientos y las persecuciones se multiplican en la que ya es una guerra a trozos, como dijo la Virgen hace algunos años, una guerra entrada por la fuerza en el corazón de los hombres. Queremos festejar con todo el corazón y con ánimo alegre a nuestra Madre del Cielo, pero desafortunadamente no podemos negar que nuestro corazón está apesadumbrado por las monstruosidades que ocurren todos los días en todos los rincones del planeta, de los sufrimientos que acompañan la vida de las personas más débiles e indefensas y esto nos deja el corazón roto, constantemente socava nuestra esperanza y pone nuestra fe a prueba. A ella, que es Madre nuestra, pero también de toda virtud, pedimos humildemente que nos ayude a rezar sin olvidar nunca la esperanza, sin abandonar nunca la fe, su compañera de vida.
Hoy hemos querido traer en procesión el milagro del 11 de noviembre de 1999, para recordar también el significado de este gran signo que la Madre nos explicó en la carta de Dios del 14 de noviembre de 1999: “Esta efusión de sangre no es una buena señal, mis queridos hijos, porque el mundo continúa yendo a la deriva. Lo que más hiere a mi Hijo Jesús es que el hombre se mata entre sí como si fuera divertido, y esto es malo. Cuando sangra la hostia grande es por todos los sacerdotes, desde el Papa al más pequeño sacerdote; cuando sangra la hostia pequeña es para todos los hombres. Sabéis muy bien que el hombre no sabe amar y mata”. Han pasado casi veinte años desde este acontecimiento extraordinario y el mundo va cada vez peor, la humanidad está cada vez más dividida en perseguidores y víctimas, los sufrimientos se multiplican y, para nosotros, al ver todo esto, todo lo que nos queda es volvernos hacia Dios y aferrarnos, como niños, al manto de la Madre Celestial. ¿A quién más podríamos dirigirnos si no es a nuestra querida Madre en un momento de tan gran sufrimiento para la humanidad?
La historia del milagro del 11 de noviembre de 1999
El 11 de noviembre de 1999 ocurrió un nuevo y gran milagro eucarístico. Una hostia que había sido colocada previamente por Nuestra Señora en el cáliz de la estatua blanca de la Madre de la Eucaristía sangró; la Eucaristía ha sangrado por novena vez en el lugar taumatúrgico.
La hostia sangró en tres momentos diferentes. Citamos el testimonio de Mons. Claudio Gatti, el Obispo ordenado por Dios, que fue el primero que vio sangrar la Eucaristía: “Eran alrededor de las 13 horas cuando fui a rezar delante de la hostia que el 3 de noviembre había sido depositada por la Virgen en el cáliz de la estatua blanca. Vi inmediatamente en el interior de la hostia una mancha de sangre en forma circular y gotas que borboteaban y salían de su interior. Llamé inmediatamente a las personas que se encontraban en casa para que también ellas pudieran ver y dar testimonio del milagro eucarístico. Rezamos y cantamos, después cada uno volvió a sus actividades normales”.
Más tarde el Obispo volvió de nuevo ante la Eucaristía y notó con sorpresa que la efusión de sangre no solo no se había detenido, sino que había continuado saliendo abundantemente. De hecho, mientras que la sangre anterior solo había manchado la parte central de la hostia, en el segundo momento comenzó a desbordarse y a manchar la parte superior y parcialmente el pie del cáliz. Por otra parte una gota cayó en la base de la estatua. “Llamé de nuevo a las personas – continua Mons. Claudio – y adoramos la Eucaristía y constatamos que la sangre había continuado saliendo de ella. Después fuimos a comer; la comida fue muy rápida. A las 14:45 volví a rezar y noté que, mientras tanto, la efusión de sangre aumentaba intensamente hasta que se humedecía la mano, el cáliz, el vestido, el pie de la Virgen y varias gotas se habían posado en la base de la estatua".
Durante la tarde, ya que estaba en programa el encuentro bíblico, los miembros de la comunidad venidos a Vía delle Benedettine para escuchar la Palabra de Dios, se quedaron impresionados al ver el gran milagro realizado por el Señor. La blancura de la estatua contrastaba con la sangre aún viva de Jesús. Por otra parte, a media que pasaban los minutos la hostia se elevaba frente los presentes, casi como para mostrarse en el cáliz.
Nosotros, los miembros del movimiento, nos hemos preguntado el porqué de esta gran señal de Dios, pero sobre todo nos hemos preguntado ¿por qué cuando una estatua de la Virgen llora o derrama lágrimas de sangre, todos acuden y en cambio cuando Jesús Eucaristía sangra pocos vienen a adorarlo? ¿Quién recoge la sangre divina? La Madre de la Eucaristía durante la aparición que ocurrió el mismo día respondió a estos interrogantes y, dirigida a Marisa, dijo: “Hoy te he dicho que el mundo va cada vez peor; yo tengo que defender a mi hijo Jesús de los hombres que le odian a él y os odian a vosotros. La sangre es un gesto de amor por vosotros y de sufrimiento por los que no creen. Hasta que el mundo no cambie mi Corazón y el de Jesús sangrarán”
Nunca en la Historia de la Iglesia ha acontecido que en el mismo lugar se hayan realizado tan numerosos e importantes milagros eucarísticos y que la Eucaristía haya sangrado nueve veces. Si Jesús Eucaristía sangra no es una buena señal para los hombres de la Tierra, sobre todo para los que se llaman cristianos y continúan ofendiendo a Dios. Este es el momento más duro y difícil de toda la Historia de la Iglesia y el Señor que es misericordioso espera todavía la conversión de las almas, pero al final será justo e intervendrá con justicia. El Señor pide que le acojamos, le amemos, que le adoremos y le hagamos compañía ante todos los sagrarios de la Tierra.
El domingo siguiente los miembros de la comunidad se reunieron para rezar delante de la Eucaristía que conservaba intacto un perfume particular y mostraba que la sangre no había sufrido ningún proceso de descomposición.
La Madre de la Eucaristía durante la aparición habló una vez más del gran milagro eucarístico y exhortó a los fieles de la comunidad a difundir la noticia de este importantísimo acontecimiento: “No guardéis para vosotros este milagro; tiene que ser difundido por todas partes: en las casas, en las plazas, en los barrios y en las iglesias. Sin miedo llevad y enseñad la foto que reproduce el milagro eucarístico. La situación tiene que explotar porque el milagro es grande; una vez más Jesús ha sangrado en la hostia. Cuando sangra en la hostia grande es para todos los sacerdotes, desde el Papa al más pequeño sacerdote y cuando sangra en la hostia pequeña es para todos los hombres. Sabéis muy bien que el hombre no sabe amar, no ama y mata”
¿Sabremos responder a este llamamiento materno, tan triste y dramático? Cerca de 6 meses después, el 18 de mayo de 2000, la misma hostia sangró una segunda vez. Después de haber celebrado la S. Misa, el Obispo mientras estaba a punto de entrar en casa, fue asaltado por un fuerte olor, proveniente de la habitación donde se guardan las hostias que han sangrado. Abrió la puerta de la habitación y su mirada fue atraída hacia la estatua blanca, sobre la cual había sangrado la Eucaristía, colocada por la Virgen el 11 de noviembre de 1999. Mons. Claudio murmuró: “¡Dios mío!” y se postró adorando la sangre divina que salía por segunda vez de la misma hostia. La escena ante los ojos del Obispo siempre permaneció indeleble en su mente y en su corazón. La sangre viva y roja contrastaba con la blancura de la estatua. Además, a diferencia de la primera vez, cuando pocas gotas de sangre habían manchado pequeños trozo del cáliz y del vestido de la Virgen, esta vez la sangre salió tan abundantemente que recubría enteramente la parte del cáliz; se formó así un espeso y largo riachuelo que desde la base del cáliz se extendió hasta la base de la estatua. La sangre fresca en algunos puntos recubrió la anterior, ahora oscura, y en otros emprendió un recorrido diferente.
La Madre de la Eucaristía al día siguiente habló de este último milagro: “Mis queridos hijos, una hostia depositada sobre la pequeña estatua blanca ha sangrado de nuevo. El milagro habla claro y dice que los hombres no se convierten. Mi pobre Jesús que es perseguido, calumniado y muerto desde hace 2000 años, hoy se encuentra en condiciones todavía más tristes y horrendas. No es una buena señal que de una hostia que ya ha sangrado, haya salido una vez más sangre y agua”
Después de estas palabras, a las que añadir algo sería superfluo, concluimos esta adoración rezando delante a aquel mismo milagro y pidiendo a Dios que los hombres, pronto, se dirijan a él y comprendan que el mundo sin él está destinado a la ruina, que él es Todo, que la Eucaristía es la salvación, que el camino que lleva a Dios es la verdadera libertad.