María Inmaculada Concepción, María Madre de la Eucaristía
Este año la novena de nuestra comunidad en preparación para la fiesta de la Inmaculada Concepción ha tenido un carácter de estudio, de reflexión y de oración. El obispo nos ha hecho conocer uno de los documentos principales que se refieren a la Iglesia, el "De Ecclesia", decreto del Concilio Ecuménico Vaticano II, y ha subrayado que lo más importante, además del conocimiento de la Biblia y de las cartas de Dios, es aprender también las enseñanzas de la Iglesia que están contenidas en sus documentos oficiales.
Nuestro estudio se ha concentrado sobre el capítulo octavo del citado documento donde son contempladas la figura y la misión de la Virgen en el plano divino de salvación. La comprensión del texto ha sido facilitada por lo que hemos asimilado en nuestro camino espiritual, a través de la catequesis, los encuentros bíblicos y la revelación privada.
El documento comienza así: "Queriendo Dios misericordiosísimo y sapientísimo llevar a término la redención del mundo, cuando llegó la plenitud de los tiempos, mandó a su Hijo, hecho de mujer... para que recibiéramos la adopción de hijos" (Gal. 4, 4-5) El cual por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió del cielo y se encarnó por obra del Espíritu Santo en el seno de María Virgen. Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó en Cuerpo suyo y en ella los fieles unidos a Cristo, su Cabeza, y en comunión con todos sus santos, deben también venerar la memoria, en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo".
En efecto, la Virgen María que según el anuncio del ángel recibió en su corazón y en su cuerpo al Verbo de Dios y entregó la Vida al mundo, es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida de modo sublime en atención a los méritos de su Hijo..."
Se afirma por tanto que Cristo es la Cabeza suprema de la Iglesia y se pone de manifiesto la figura de la Virgen que ha sido la primera criatura redimida: a ella han sido aplicados en primer lugar los méritos de la pasión, muerte y resurrección del Hijo. En esto ilumina la plena, total y completa libertad de Dios que no teniendo límite de tiempo y de espacio, por anticipado ha aplicado a la Madre los méritos del Hijo. María, por tanto, ha sido concebida sin pecado original y llena de gracia. Este es el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por Pío IX en 1854 y confirmado por la misma Virgen en Lourdes cuando, apareciéndose en 1858 a Bernadette, dijo: "Yo soy la Inmaculada Concepción".
El documento conciliar continúa evidenciando la inmensa gracia que es característica de María: "...por cuyo don de gracia tan eximia, por el cual antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas". La Virgen, además de pertenecer a la naturaleza humana es enormemente superior por gracia a todas las criaturas humanas y angélicas. La gracia global de todas las criaturas es inferior a la que está presente en María. Todas las cualidades que posee son desarrolladas inmensamente: la inteligencia, la comprensión, la voluntad, la sensibilidad, la introspección, la unión mística y el diálogo con Dios. Humanamente no podemos describir exactamente la figura de la Virgen, porque la gran cantidad de gracias, dones y carismas que ha recibido de Dios supera nuestra capacidad de comprensión y de expresión.
En el documento se habla de la función de la Bienaventurada Virgen en el plano de la salvación: "La Sagrada Escritura del Antiguo y Nuevo Testamento y la venerable Tradición, muestran cada vez más clara el oficio de la Madre del Salvador en la economía de la salvación y, por así decirlo, lo muestran ante los ojos. Los libros del Antiguo Testamento describen la historia de la salvación, en la cual se prepara paso a paso el advenimiento de Cristo al mundo. Estos primeros documentos, tal como se leen en la Iglesia y se comprenden bajo la luz de una ulterior y más plena revelación, cada vez con mayor claridad, iluminan la figura de una mujer: la Madre del Redentor"
En este fragmento del decreto, María es definida como "mujer"; Jesús ha llamado de esta manera a su madre en dos momentos de su vida, extremadamente significativos: al inicio de la manifestación de los milagros, signo de su divinidad, con ocasión de las bodas de Caná (Jn 2, 4) y en el momento crucial y dramático en que estaba a punto de morir en la cruz (Jn, 19, 26). Lo que se usó, fue un término de extremo respeto, María es la mujer por excelencia, y con la que ha desarrollado al máximo todo lo que forma parte de la realidad femenina: emociones, sentimientos, afectos, virtudes, gracia, sacrificio, inmolación.
María se ha consagrado a sí misma toda a Dios: "Así María, hija de Adán, aceptando la palabra divina fue hecha Madre de Jesús y abrazando, con todo el ánimo y sin impedimento alguno de pecado, la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente a sí misma, cual esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención bajo El y con El, con la gracia de Dios Omnipotente". María se consagró de manera plena, total e inteligente desde el momento en que tuvo uso de razón, es decir, desde el primer instante de su concepción y renovó tal consagración en el día de su presentación en el templo. La consagración a Dios fue el primer acto que la Virgen cumplió como ser humano, porque sabía que habría colaborado con el Hijo de Dios en la obra de la redención.
La Virgen durante su vida terrena sufrió la pasión y los estigmas de Jesús. No sólo aceptó tal dolor, sino que los pidió expresamente.
En el libro de la vida de la Virgen escrito por Marisa y Mons. Claudio, leemos: "María es la Madre unida al Hijo Divino en el amor y en el sufrimiento; por eso no debe maravillarnos que haya pedido y obtenido el poder ser partícipe de los sufrimientos de su Hijo Jesús. Ella, durante la pasión, no sólo ha padecido moralmente por los crueles sufrimientos del Hijo, (sufrimientos que ha visto porque en bilocación invisible estaba al lado de Jesús), sino que también ha vivido físicamente en su propio cuerpo virginal los mismos sufrimientos del Redentor, por eso ella es nuestra corredentora".
Además, siempre a través de la revelación privada, sabemos que tales sufrimientos continúan todavía hoy, cada vez que la Virgen viene a la Tierra, porque entra a formar parte del cuerpo místico, del cual Cristo es la Cabeza y María es el corazón. El cuerpo místico es una realidad terrena pero hay una proyección suya maravillosa en el cielo; a él pertenecen todos los que están unidos a Cristo en la gracia. Cuando aparece la Virgen viene de la felicidad del Paraíso y entra en la infelicidad de la Tierra. En la carta de Dios del 31 de diciembre 2000, ella dijo: "A veces, humanamente hablando, no tengo el valor de venir a la Tierra, porque vengo como criatura de la Tierra y sufro viendo tantas injusticias, tanta maldad, viendo cuantos de mis hijos predilectos no aman a Jesús. Esto lo pienso en el Paraíso, al lado de Dios, pero luego digo: debo ir con mis hijos, debo ir a animarlos y también a sufrir con ellos"2. El obispo nos ha hecho notar cuán sublime es esta aceptación del sufrimiento por parte de la madre de la Eucaristía que podría quedarse en la alegría del Paraíso y en cambio se separa de ellos, impulsada por su amor inmenso hacia sus hijos y viene a la Tierra.
En el decreto conciliar se afirma que María ha estado siempre unida al Hijo en la realización del plano de salvación: "Esta unión de la Madre con el Hijo en la obra de redención se manifiesta desde el momento de la concepción virginal de Cristo hasta la muerte de El; y en primer término cuando María se dirige presurosa a visitar a Isabel es proclamada por ésta bienaventurada por su fe en el cumplimiento de las palabras del Señor" (Lc 1, 45)
La Virgen ha cumplido una acción minuciosa de un amor completo: corre en ayuda de la prima Isabel. La presencia de Jesús en su seno virginal santificó al precursor Juan. El obispo nos ha explicado que en este episodio el Señor ha querido revelarnos una verdad que hoy, desgraciadamente, en parte es descuidada: el hombre es santificado por Dios solamente si está unido a María y acepta su presencia en la propia vida. En efecto, ella representa la presencia del Señor, inmensamente e infinitamente más importante. María es el camino que lleva a Cristo, a vivir una relación fuerte y rica de amor con El.
Cuando nació Jesús pasó a través del seno de María, como un rayo de sol que pasa a través de un purísimo cristal sin romperlo; leemos en el decreto: "... en la Natividad después cuando la Madre de Dios muestra llena de alegría a los pastores y a los Magos a su Hijo primogénito, que no disminuyó su integridad virginal, sino que la consagró". Cristo no ha manchado mínimamente la virginidad de la Virgen, sino que pasando a través de su seno, se ha recostado entre sus brazos.
El obispo nos ha hecho notar que esta imagen nos recuerda a la de la Eucaristía que numerosas veces se ha recostado en las manos de Marisa; Jesús Eucaristía cuando lo recibimos en comunión se confía a nosotros. Pensando en esto, nuestras manos deberían formar un trono de amor en el interior del cual Jesús pueda recostarse y nosotros deberíamos recibir la Eucaristía, tratando de tener en nuestro corazón una parte del amor que María tuvo hacia su Hijo cuando lo estrechó. En la Eucaristía se reúne la debilidad aparente y la Omnipotencia de Dios: debilidad aparente porque por su voluntad se entrega a nosotros y Omnipotencia divina porque entrando en nosotros nos convierte en fervorosos, fuertes y generosos. Cristo, que está en nuestras manos, primero se ha colocado en las de su madre.
Para encarnarse Cristo ha elegido a María, ha querido una mujer como madre, por tanto donde está Jesús está María; donde está la Eucaristía está la Madre de la Eucaristía. En el documento está escrito: "Uno sólo es el Mediador, según la palabra del apóstol: "Porque hay un sólo Dios, y también uno solo el Mediador entre Dios y los hombres, un hombre, Cristo Jesús que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1 Tm 2, 5-6). La misión materna de María hacia los hombres, de ningún modo oscurece o disminuye esta única mediación de Cristo, sino mas bien muestra su eficacia. Porque todo el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen, no nace de una necesidad, sino del beneplácito de Dios, y nace de la superabundancia de los méritos de Cristo, se basa en Su mediación, depende totalmente de ésta y de la misma saca toda su eficacia". Aquí se afirma que es voluntad clara y expresa del Señor que la Virgen sea acogida por todos como Madre de la Iglesia. La maternidad de María que se extiende a cada hombre, es oficialmente ratificada y reconocida por Dios a los pies de la cruz, cuando Cristo que está a punto de morir, llama "mujer" a su madre, la mujer de la humanidad.
Cristo es mediador en cuanto Dios y hombre, y María es mediadora puesto que es Madre de Dios y Madre nuestra. El obispo nos ha explicado que María es nuestra mediadora ante Dios y a ella podemos dirigirnos con fe y confianza. Tenemos necesidad de sentir su calor materno a causa de nuestras debilidades e imperfecciones humanas; Cristo está cerca de nosotros y nos ama inmensamente, pero frente a El debemos ponernos en una actitud de adoración. María está a nuestro lado, por tanto debemos tratar de desarrollar nuestra relación con ella y vivirla cada día de manera siempre más fuerte e intensa. En el documento conciliar, en efecto, encontramos: "Y esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar desde el momento que prestó fiel asentimiento en la Anunciación y mantenida sin vacilación al pié de la cruz hasta el perpetuo coronamiento de todos los elegidos. De hecho, después de su Asunción al Cielo no ha dejado este oficio salvador, sino que con sus múltiples intercesiones continúa alcanzándonos dones de salvación eterna". El obispo ha subrayado que la intercesión de María es tan potente ante el Señor, que a veces ha modificado los designios divinos. La Virgen ha hecho anticipar el inicio de los milagros de Cristo, en ocasión de las bodas de Caná y, como ha afirmado Pío XII, ha acelerado la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo. La intercesión que se ha manifestado de manera tan fuerte y potente no ha cesado, sino que continúa. María ha sido coronada por el Señor reina del Cielo y de la Tierra y esto significa que Dios ha puesto, por su voluntad, la propia omnipotencia en las manos de la Virgen. El obispo por tanto, ha invitado a nuestra comunidad a orar a la Madre de la Eucaristía para que interceda ante Dios para anticipar la realización de sus planes y ha afirmado que la intercesión de María es una realidad perenne que desgraciadamente ha sido olvidada; nuestra comunidad, como miembro de la Iglesia, debe tratar de convertir tal intercesión en viva, eficaz y operante en la misma Iglesia.
El obispo ha concluido la novena afirmando: "La Inmaculada Concepción de la Virgen en función de la divina maternidad es una verdad de fe y a ésta se le añadirá otra: María corredentora y mediadora.
En María, Madre de la Eucaristía, están reunidos todos los dones y los privilegios que Dios ha dado a su madre.
Estos son faros luminosos que iluminan a la Iglesia. Cuando el hombre aduce dificultades y pone obstáculos impidiendo que la luz llegue a la Tierra, entonces cae en la confusión y en el pecado, pero sin embargo, si quita los obstáculos, la luz penetra en la Tierra y alcanza cada rincón suyo. Cuando el hombre ha dudado de la presencia eucarística, la Iglesia se ha empobrecido; cuando por el contrario ha ido hacia la Eucaristía, como finalmente está ocurriendo hoy, la Iglesia ha comenzado a estar verdaderamente fuerte y renovada. Debemos amar a la Madre de la Eucaristía, la que ha hecho posible este don infinito de Dios que se perpetúa en la Iglesia. En la sangre de Cristo surgido de la Eucaristía, traída por la Virgen, hay el perfume y el sabor de la sangre materna de María. Debemos amar a la Madre de la Eucaristía y a todos nuestros hermanos, los que están vivos y los que han muerto, porque la Eucaristía es presencia real de Dios y en Dios están presentes todas las criaturas.