Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, no produce fruto
En este último período, los encuentros bíblicos de nuestra comunidad han estado centrados en el tema: muerte y resurrección de Cristo. El obispo nos ha descrito estos sucesos extraordinarios revelándonos muchísimos particulares que pueden ser aprendidos solamente a través de una lectura del evangelio atenta e inspirada por la gracia de Dios, y nos ha hecho comprender como la Palabra del Señor entra a formar parte de nuestra existencia.
La muerte de Cristo ocurrió en un contexto humano de fracaso, de abandono e incomprensión, pero ha sido el inicio de la vida para millares de personas; ella representa el ejemplo supremo de cómo el camino espiritual de algunos se conquista solo a través de la muerte de otro. Este concepto puede ser simbolizado en la imagen de un extenso campo de trigo maduro en el que cada espiga ha nacido de la muerte de un grano. Como ha escrito san Pablo, Cristo ha muerto y resucitado, y también cada cristiano debe morir y resurgir para generar en torno a sí la vida.
El obispo nos ha explicado que no se trata de una muerte física, sino de un muerte mística, eso es vivir unidos íntimamente a Cristo con la gracia y formar un todo-uno con Él en la inmolación, en el sufrimiento, en la lucha y en la renuncia. El cristiano debe rechazar el mal y cultivar el bien, y transformar las propias inclinaciones negativas en virtudes opuestas. En los escritos de san Pablo leemos: "Muriendo al pecado sois ya de otro, de Aquel que resucitó".
Nuestra comunidad ha sido llamada a recorrer las diferentes fases de la vida de Cristo. Dios nos ha pedido oración, sacrificios, misas, adoraciones, pero al obispo y a la vidente les ha pedido mucho más, de hecho, por decenios, han vivido encerrados en el huerto de Getsemaní, en la soledad y en la incomprensión de los otros; han recorrido el camino doloroso que los ha llevado a ser condenados sin pruebas, testimonios ni respeto de las leyes canónicas. Juntos han salido al calvario, a veces el peso de la misión ha sido demasiado pesada para sus espaldas y han tenido deseos de no retomar el camino, pero como María invitó a Jesús a realzarse para proseguir en el camino doloroso, así la Madre de la Eucaristía ha alentado a sus dos queridos hijos a seguir adelante porque la cima estaba cercana. En el calvario ahora se desmorona su cruz, que no obstante no es escándalo y oprobio sino que, como afirma san Pablo, es "potencia de Dios"; la cruz es victoria, triunfo y de ella deriva la vida.
La muerte mística del obispo y de la vidente y, en medida mucho menor, la de nuestra comunidad, no es estéril, sino fértil y rica de vida. De hecho, en la carta de Dios del 15 de febrero de 2001, la Virgen ha anunciado que, globalmente, treinta millones de almas se han convertido.
La sola oración y sufrimiento de nuestra comunidad, sin embargo, habrían tenido escasa eficacia si Dios no hubiese manifestado su poder a través de los milagros eucarísticos acaecidos en el lugar taumatúrgico; éstos no están ligados por los límites espacio-temporales incluso acaecidos en el pasado, tienen una eficacia en el presente y en el futuro de la humanidad.
Desde el punto de vista humano parece evidente un contrasentido: muchísimas almas han vuelto a Dios, sin embargo el obispo y la vidente, denigrados y calumniados por todos, parecen haber fracasado en su misión; pero es necesario ver la realidad con los ojos de Dios. De hecho, no se pueden considerar fracasados los que unidos al Señor se vuelven instrumento y medio de salvación, renovando continuamente su sí al Señor que los ha llamado. Contra el obispo y la vidente han sido dichas muchas falsedades, han sufrido amenazas de todo género y promesas de despojarlo respecto a su profesión, pero el obispo no se ha echado nunca atrás y ha afirmado: "Nosotros seguimos avanzando no porque seamos fuertes, sino porque, como dice San Pablo, la gracia de Dios se ha fatigado por nosotros".
Desde hace ya más de 3 años ningún sacerdote colabora en el ministerio con nuestro obispo. Solo pocos de ellos, todos provenientes del extranjero, han adorado la sangre de Cristo, surgida de la Eucaristía. Son muchos los que se adhieren en secreto a lo que ocurre en el lugar taumatúrgico y sacerdotes que inicialmente rechazaban los milagros eucarísticos, hoy empiezan a creer en ellos interiormente. Esos recuerdan a José de Arimatea que no manifestó la propia fe en Cristo por miedo, y muchísimas veces la Virgen ha repetido que el verdadero cristiano no debe tener temor de defender la verdad y en lo que cree. El obispo ha recordado que existe el tribunal de Dios. El es omniscente y omnipotente y nadie huye a su juicio.
A la muerte de Jesús, bajo la cruz estaban la Virgen, el apóstol Juan, y pocas mujeres; hoy Cristo continua muriendo por los hombres y bajo su cruz está la Madre de la Eucaristía, un sólo obispo, una vidente y pocos jóvenes y adultos llamados a dar testimonio.
El obispo ha animado a nuestra comunidad a continuar testimoniando sobretodo el milagro eucarístico del 11 de junio de 2000. Para los que no han aceptado el milagro eucarístico el juicio divino será tremendo. De hecho, Dios Padre en la carta de 12 de noviembre de 2000, ha gritado a los hombres:
"Ay de los que ofenden este lugar taumatúrgico; ay de los que destruyen al obispo; ay de los que no creen en las apariciones eucarísticas".
Cuando Cristo murió, también sus enseñanzas parecieron, a los ojos de los hombres, desaparecer con El. El apóstol Pedro renegó por tres veces de su Maestro; los apóstoles estaban encerrados en el Cenáculo atemorizados y las mujeres discípulas de Jesús estaban desanimadas y afligidas. En el arco de tres días, sin embargo, con la resurrección de Cristo, la situación cambió completamente. Pedro se convierte en el primer Papa, Tomás, que inicialmente no había creído en la resurrección de Cristo, cae a sus pies, invocándolo como a su Señor y su Dios, los apóstoles fueron llenados del Espíritu Santo. En todo esto se ha manifestado la fuerza divina.
El obispo nos ha hecho reflexionar en la situación actual de nuestra comunidad y de todos los que aman y están dispuestos a defender la Eucaristía: "Hoy en la Iglesia estamos viviendo la misma situación de Cristo en la Cruz, estamos llamados a asemejarnos a El. No se cuanto tiempo nos querrá así antes que la situación cambie, pero todavía debemos permanecer bajo la Cruz. Nuestra naturaleza humana se deja sentir con el cansancio, el llanto, el desánimo y aún no podemos decir que hayamos resurgido. El Señor está obrando en el silencio y en la reserva, pero probablemente al igual que hubo un terremoto, cuando los ángeles removieron la piedra del sepulcro de Cristo, después que hubo resucitado, cuando iniciará el alba de la resurrección de la Iglesia habrá hechos externos tales que reclamarán nuestra atención y no pasarán inadvertidos. Entonces estaremos unidos al triunfo de Cristo. El Señor, de hecho, cuando quiere, puede poner sobre el candelabro a los que ahora están bajo el celemín, a fin que den luz a todos aquellos que están en la casa. Bendita la muerte, porque sin ella no habría resurrección. Si el grano de trigo cae en la tierra y no muere, no produce fruto. Tienta millones de almas se han convertido en estos años porque nosotros estamos muertos".