El buen pastor
"Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos,
ni vuestros caminos son mis caminos - oráculo del Señor.
Porque cuanto aventajan los cielos a la tierra,
así aventajan mis camino a los vuestros
y mis pensamientos a los vuestros.
Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos
y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,
la fecundan y la hacen germinar,
para que dé simiente al sembrador y pan para comer,
así será mi palabra, lo que salga de mi boca,
que no tornará a mí de vacío,
sin que haya realizado lo que me plugo
y haya cumplido aquello a que le envié.
Sí, con alegría saldréis,
y en paz seréis traídos.
los montes y las colinas ante vosotros
romperán en gritos de júbilo
y todos los árboles del campo batirán palmas.
En lugar del espino crecerá el ciprés;
en lugar de la ortiga, crecerá el mirto;
será para gloria del Señor,
para señal eterna que no será borrada" (Is. 55, 8-13)
La victoria y el triunfo pasan por los caminos de Dios, caminos que confunden a los impíos, camino que el hombre ha juzgado inútiles e insignificantes, pero de tal manera elevados y grandes a los ojos de Dios hasta confundir los planes de los que lúcidamente se han opuesto a Él.
"Y Jesús mirándolos fijamente, dijo: "Para los hombres, eso es imposible, más para Dios todo es posible"" (Mt 19,26)
Ahora la postración, el sufrimiento y el dolor dejan el paso a la alegría, porque en la certeza de que Dios no nos habría dejado perecer, hemos comprendido que los planes de Dios se están realizando más allá de todas nuestras expectativas:
"Te doy gracias, Señor de todo corazón
cantaré todas tus maravillas.
Quiero alegrarme y exultar en ti,
salmodio a tu nombre, oh Altísimo.
Mientras mis enemigos retroceden,
flaquean, perecen delante de tu rostro,
porque tu has llevado mi juicio y mi sentencia;
sentándote en el trono cual juez justo" (Sal 9, 2.5)
Dios, infinitamente omnipotente y omnisciente, se ha servido de dos personas privadas de apoyos humanos para restituir a la Eucaristía a su punto central. De los milagros eucarísticos que Dios ha realizado en el lugar taumatúrgico ha emanado una fuerza tal, que en todas las partes de la Iglesia y del mundo, los hombres han comenzado a comprender que sin Eucaristía no hay vida cristiana, no hay santidad. La misión que el Señor ha confiado al obispo y a Marisa, ha sido la de hacer conocer y amar a la Eucaristía, pero en la humildad y sencillez del buen pastor, el obispo ha afirmado: "No era necesario que fuera a predicar, ha ido Cristo, infinitamente mejor que yo, porque está capacitado para entrar en los corazones honestos y buenos, dejando el sello de su paso, salvándolos".
El obispo ha llevado adelante su misión con gran valentía: "Me han considerado orgulloso y presuntuoso, pero cuando se tiene la certeza de estar de parte de Dios, nadie nos mira a la cara: la valentía y la fortaleza, sin embargo, no son dotes personales, sino ayudas y gracias extraordinarias que nos da el Señor. Si no hubiese sido por la Eucaristía, yo no estaría aquí: me ha dado luz, claridad y determinación. Sigamos adelante con valentía; lo que cuenta es estar fortalecidos y dispuestos a orar por amor a la Iglesia". Sin la Eucaristía no hay sacerdote; este lazo indivisible que Dios ha querido dar a la humanidad encumbrando a los hombres a una dignidad tan elevada, es motivo de garantía para un anuncio, cuya fuerza va más allá de toda lógica humana. El pastor que está indisolublemente ligado a la Eucaristía y la ama con un amor exclusivo, responde necesariamente a la fisonomía de Cristo, primer, verdadero y único Maestro. En nuestro obispo recuperamos al gran apóstol Pablo: ambos encarnan la figura del pastor, que con amor guía a la comunidad hacia Jesús Eucaristía; a menudo, como hacía Pablo con sus discípulos, el obispo nos ha exhortado a tener los mismos sentimientos de Cristo: "Es verdad que los fieles siempre reproducen en sí mismos, si son impulsados y guiados con sabiduría sobrenatural, los rasgos del rostro del pastor, así como a su vez, el pastor debe imprimir en sí mismo los sentimientos y los rasgos del rostro de Cristo".
San Pablo ha fundado su predicación no sobre cualidades humanas, sino sobre la fortaleza de la sabiduría de Cristo. En la primera carta a los Corintios está escrito: "Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que vuestra fe se funde, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios". (I Cor. 2, 3-5). Pablo, pues, decide no preocuparse más de los medios humanos para hablar (retórica, elocuencia, cultura) porque, ante todo, el punto central de su predicación será Jesucristo y Cristo crucificado. Se presentará como un simple anunciador de la Palabra de Dios, porque ésta tiene una eficacia fuerte y arrebatadora que se manifestará a través de las acciones sobrenaturales, características carismáticas y numerosas conversiones.
El obispo nos ha explicado que lo que cuenta no es nuestra acción, sino la de Dios, que se manifiesta de manera poderosa y a menudo escondida, humilde; Dios, sencillamente, quiere llegar a los corazones y muchas veces llega a nosotros a través del silencio: "Si nosotros los pastores queremos ser imitadores de Cristo, tenemos que saber imitar también a Pablo, sin buscar citas elegantes. Lo que cuenta es que en mi predicación haga avanzar y crecer a Cristo y disminuya y desaparezca yo. Cristo no tiene necesidad de mi cultura para ser anunciado. El quiere, sencillamente, que yo le preste mi boca, mi corazón y mi inteligencia y solamente entonces la predicación será poderosa y eficaz. Sólo así, el pastor, por la acción del Espíritu Santo, conseguirá llevar a la comunidad, a la que ha antepuesto, a aquella elevada santidad que con los medios humanos no se podría conseguir". El anuncio, por tanto, tiene que responder a aquellos cánones esenciales y de sencillez, justificados por la fuerza y el poder que en el mensaje de Dios están ya tangiblemente presentes, tanto que no necesita de ulteriores contribuciones humanas, que nunca podrían añadir nada a la sabiduría de Dios.
De la acción del pastor se derivan los efectos que son evidentes en los fieles. Cuando Jesús en el evangelio de Mateo dice: "Vosotros sois la sal de la Tierra, vosotros sois la luz del mundo" (Mt. 5, 13-16), ha encerrado, a través de las imágenes, las características de sus discípulos. El verdadero cristiano es aquel que a través de su palabra y su testimonio, deja un sabor particular en el ambiente familiar y social en el que actúa. El que está lleno de Dios tiene presente a Dios dondequiera que se encuentre; a veces hay necesidad de contraponer y de valorar para manifestar la propia fe. Vosotros sois la sal que da sabor, pero sois también la luz que indica la dirección hacia la cual el hombre tiene que marchar. La luz está dentro del contenedor y resplandece en toda su potencia si los contenedores están pulidos, limpios, no opacos o cubiertos de polvo. Tenemos que ser portadores de luz, es decir, vivir en gracia de Dios, sin los pecados veniales que impiden a la luz que resplandezca completamente; santo es aquel auténtico y exclusivo portador de luz; lo que tiene dentro lo ilumina en todo su resplandor y potencia.
El obispo, de manera apesadumbrada y decidida, nos ha dicho: "No cejaré hasta que seamos estos contenedores, pulidos e inmaculados", de modo que esta gracia que Dios ha puesto en nosotros pueda iluminar a todos los que están en la casa; la luz no tiene que estar tapada, sino que tiene que brillar y nosotros podemos aumentar su intensidad y alimentar la gracia, que está en nosotros, con los sacramentos. Eh ahí la conmovedora solicitud y el inmenso amor hacia el rebaño que tendría que animar a cada pastor, un pastor que sufre, incluso, si una sola ovejuela no está en el redil, y que conforta y confirma en la fe a las que ya están en su interior.
La conclusión la da Jesús, de manera maravillosa, en el evangelio de Mateo: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt. 5, 13-16). Estas son las condiciones para convertirse en auténticos portadores del anuncio y ser dignos de la misión que Dios, por medio del Obispo, nos confía: manifestar al mundo que la luz del hombre es Cristo, el Cristo crucificado y triunfante en la Eucaristía, única certeza de salvación.