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San José: Custodio de la Eucaristía

En la carta de Dios del pasado 2 de marzo, la Madre de la Eucaristía nos ha revelado un hecho nunca conocido en dos mil años de historia de la Iglesia: "Cuando Jesús murió mi amado esposo estaba a mi lado, espiritualmente hablando, y me ayudaba con sus dulces palabras, como había hecho siempre durante la vida. Cuando Jesús resucitó, mi amado esposo estaba una vez más a mi lado". Y el 3 de marzo ha continuado: "Ayer, comencé a hablaros de mi amado esposo José y os dije que él estaba presente durante la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús; estaba a mi lado, me ayudaba y me consolaba".

Con esta revelación la figura de San José crece y se coloca en una posición todavía más alta e importante respecto a la que le habíamos atribuido en el pasado. La Madre de la Eucaristía ha expresado el deseo de hacer triunfar a su amado esposo en la Iglesia.

Esta es la voluntad de Dios y que nuestro obispo ha acogido con alegría esta nueva misión: "Veo que mi amado esposo no es muy aclamado, invocado, no se le ora. Los hombres se acuerdan sólo de él cuando llega su fiesta y sin embargo es un personaje muy importante en la historia de la Iglesia; y es muy importante en el Paraíso. El ha concedido muchas gracias, todo lo que se ha pedido por su intercesión, ha sido obtenido. Mi amado esposo es una persona silenciosa, humilde, escondida. Como vivió durante la vida terrena, continúa viviendo de la misma manera en el Paraíso y orando por todas las personas que tienen necesidad. Me gustaría mucho que hicieseis algo para que triunfase mi amado esposo José porque, después de Jesús y de mi, aunque me gustaría ponerlo delante de mi, es él y después todos los ángeles y los santos" (Carta de Dios del 3 de marzo 2002).

El obispo nos ha explicado que durante siglos, S. José ha sido honrado como "esposo de la beata Virgen María". Pío IX lo ha declarado "protector de la Iglesia", Pío XII quiso que fuese celebrado e invocado como "José obrero" y Juan XXIII ha introducido su nombre en el Canon Romano. Hoy, después del anuncio de Nuestra Señora, podemos atribuir a su esposo un nuevo título, el más grande, el de "Santo custodio de la Eucaristía" ya que ha sido particularmente diligente y atento en la custodia de Jesús durante su vida terrena.

María, desde el primer instante de su concepción sabía que sería la Madre de Dios, José en cambio, no conocía la misión que el Señor le había reservado, pero para ella le ha preparado durante los años de su juventud a través de la oración, el silencio, la lectura y la meditación de las sagradas escrituras. Dios ha forjado esta criatura según su estilo, la ha llamado a sí con una familiaridad e intimidad particular y la ayudado a lo largo de la vida de santidad.

Después del encuentro con María ha seguido su matrimonio casto, como ambos habían deseado. Después de la anunciación, en los primeros meses de matrimonio, José no imaginó ni siquiera que un hijo, el Hijo de Dios, estuviese presente en el seno de su esposa y cuando en María se manifestaron de modo evidente los signos de la maternidad, José tuvo una reacción comprensible. No era capaz de explicarse lo que veía con sus ojos porque era inconciliable con la elección de castidad de su esposa y se abstuvo de cualquier juicio. Cuando después el ángel, en nombre de Dios, le reveló que era Él el que María llevaba en su seno entonces empezó para los dos esposos y Jesús aquella oración que nosotros hacemos ante la Eucaristía, han adorado a Dios presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad en María.

El viaje de Nazaret a Ain-Karim, el pueblo de Isabel, fue definido como la primera procesión eucarística, aunque José aún ignoraba la presencia de Jesús en el seno de su mujer. En cambio, estaba plenamente consciente durante el siguiente viaje cuando los dos esposos fueron a Belén, porque allí, por voluntad de Dios, tenía que nacer el Cristo. Los senderos que recorrían fueron inundados de sus cantos, de sus oraciones incesantes a Dios y muchas veces José manifestó su amor hacia Jesús acariciando el seno de su esposa.

Después del nacimiento virginal de Cristo, el santo custodio de la Eucaristía ha entrelazado sus manos con las de María y juntos han levantado en alto a Jesús ofreciéndolo al Padre. José se ha ocupado del Hijo de Dios, lo ha visto crecer, y lo ha defendido de la maldad de los hombres, de los peligros de la vida terrena y de la intemperie, como nos ha revelado la misma Virgen el 19 de marzo: "Os traigo a todos junto a mi corazón y os cubro con mi manto materno, como ha hecho mi amado esposo cuando se levantaba tanta arena en el desierto y con su manto nos cubría a mi y al pequeño Jesús. Así yo cada vez os cubro a todos" (Carta de Dios del 19 de marzo de 2002).

Cuando Jesús a los doce años se detuvo en el templo sin que los suyos lo supieran, el custodio de la Eucaristía compartió con María el ansia y el sufrimiento de haber perdido a su bien más precioso.

José, también en los siguientes años que han visto su declive, ha estado siempre unido a su Jesús, bastaba que levantase la mirada en la única habitación que formaba su casa para ver a Jesús y adorarlo. El obispo nos ha explicado que el punto más alto en el que se manifiesta el amor de José por la Eucaristía es a los pies de la cruz. Él estaba en espíritu cerca de su esposa y le dirigía palabras de consuelo. En aquellos tremendos momentos, María y José recitaban los salmos, oraban y se dirigían a Dios Padre como habían hecho durante la vida conyugal. Jesús, desde Getsemaní hasta que fue crucificado en la cruz, vio cerca de sí a los que había amado tanto durante la vida terrena: a la que lo había engendrado y al que lo había protegido y custodiado, a la que por derecho era Su madre y al que por elección de Dios era Su padre.

El obispo nos ha explicado que cuando Nuestra Señora o los santos que están en el paraíso aparecen a alguno sobre la Tierra, forman parte de nuevo, del Cuerpo Místico de Cristo y por el principio de la solidaridad, por la que si sufre un miembro sufren también los otros miembros, los que están en el paraíso sufren de modo más fuerte e intenso que los hombres, ya que están más cercanos a Jesús. Hemos de estar reconocidos y obligados hacia el gran y silencioso José ya que él ha sufrido con María durante la pasión de su Hijo y ha compartido con ella el profundo dolor.

El obispo, de la escena dolorosa del Gólgota, ha pasado a describirnos aquella alegría de la resurrección:

"José ha esperado la resurrección de Jesús y ha gozado con su esposa cuando el Hijo de Dios se ha manifestado a ellos en el fulgor de su divinidad. Ahora sabemos que no sólo estaba María esperando a Cristo resucitado, sino también el santo custodio de la Eucaristía y juntos han adorado al Divino Resucitado. Imaginad qué alegría ha sido para Jesús acercarse a Su Madre para abrazarla a ella y al que Él ha llamado padre.

La Eucaristía es la actualización de la pasión, de la muerte y de la resurrección de Cristo y José ha vivido este gran momento eucarístico que ha empezado y ha continuado estando presente en estos veinte siglos de la historia y continuará estando durante los venideros.

El triunfo de la Eucaristía y el de la Madre de la Eucaristía será y tendrá, por voluntad de Dios, que incluir el triunfo de José, el que ha sufrido, ha padecido, que se ha inmolado durante la pasión y la muerte de Jesús y que ha gozado inmensamente en el momento de la resurrección.

Cuando nosotros hablamos de Eucaristía evocamos el silencio porque Ella es presencia silenciosa de Dios en el tabernáculo; ¿quién más que José, ha vivido la virtud del silencio interior?".

El obispo nos ha recordado que varias veces San José ha traído la Eucaristía al lugar taumatúrgico; además cuando la Madre de la Eucaristía aparece, junto a su esposo, ella en el momento de referirnos la carta de Dios cede la Eucaristía a José que la acoge entre sus manos como lo había abrazado durante su vida terrena.

El obispo nos ha descrito lo que sucede delante del tabernáculo: "Nosotros ahora no podemos, pensando en la Eucaristía, no pensar también en el custodio y protector de la Eucaristía. Alargo la mirada y veo el tabernáculo, delante de él está arrodillada la Madre de la Eucaristía y un poco detrás está el humilde San José que ha reconocido siempre la grandeza de su amada esposa. Cada vez es invitado por la esposa a avanzar y a colocarse a su lado y ambos, la Madre y el protector, ruegan a Jesús que es el cabeza y el fundador de la Iglesia, que tiene que renacer. Ella, como toda criatura, que está naciendo padece el sufrimiento y el dolor, pero una vez que habrá nacido entonces ya no recordará más los sufrimientos del nacimiento, sino simplemente vivirá la alegría, porque el dolor será olvidado"

El obispo, además, ha anunciado que en la futura basílica que surgirá en Roma y estará dedicada a la Madre de la Eucaristía, habrán solamente dos estatuas: la de la Madre de la Eucaristía y la del Custodio de la Eucaristía. Éstas estarán colocadas a los lados de la Eucaristía que estará puesta un una posición central. Jesús, realmente presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad, tendrá al lado a los que le han estado más cercanos durante su vida terrena, la pasión, la muerte y la resurrección.

Nuestro obispo no se cansa de manifestar su gran amor por San José, y éste se ha dirigido a él:

"Mi querido obispo, soy tu José. He sido encargado de decirte que das mucha alegría a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo con el amor y con tu sufrimiento. A veces es difícil hacer comprender a las personas lo que dices, pero ellos saben que Jesús habla a través de ti. Me da alegría saber que me amas; yo te ayudo desde lo alto del Cielo así como puedo. También yo, como tu, me siento el último, pero Dios me ha colocado alto, después de Jesús y de María" (Carta de Dios del 10 de marzo de 2002).

San José en el día de su fiesta nos ha comunicado que las almas convertidas son 3.250.000.000. pero también nos ha revelado que el demonio ha intentado hacer algo muy horrible contra el obispo y la vidente y ha empujado a personas que no están en gracia a hablar mucho y mal de ellos.

"Es mi gran alegría, sobretodo, ver a vuestro obispo lleno de amor, incluso abrumado por tanto sufrimiento. Vosotros no podéis comprender hasta que punto sufre y ama, también yo ha sufrido y he amado mucho, pero cuando uno ama, el sufrimiento se siente menos.

Dios me ha dicho: "José, ves tu donde mis queridos hijos, ves tu donde el obispo e infunde en él mucha fortaleza, coraje y amor, aunque tiene mucho que dar y repartir a todos" (Carta de Dios del 19 de marzo de 2002) .