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El Obispo, siervo y pastor auténtico según el Corazón de Dios

En los últimos encuentros bíblicos, el Obispo ha querido hacernos conocer la carta a Tito de San Pablo. Este escrito representa el testamento espiritual del gran apóstol, que es consciente que su martirio está cerca, y a pesar de esto, tiene todavía el temple del luchador y se arroja fuertemente contra los que perturban los principios del Cristianismo.

Pablo, en esta carta, aparece como el buen padre que se dirige a todas las categorías sociales dando maravillosas enseñanzas pero es, sobretodo, el buen pastor que se preocupa del futuro de sus hijos que él ha bautizado y llevado al Señor. Él les da las instrucciones precisas, a fin de que puedan transmitir a sus sucesores la autoridad recibida de Cristo a través de la imposición de manos, así como continuar gobernando la Iglesia instituida y para servir a los fieles.

En la carta a Tito está claramente delineada la figura del obispo, el epíscopo que debe estar presente en cada ciudad como siervo y pastor auténtico según el Corazón de Dios.

Leemos en el primer capítulo: "Porque el obispo, como administrador de Dios, debe ser irreprochable, no arrogante, no colérico, no bebedor, no violento, no dado a negocios sucios; sino hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí, tenazmente adherido a la doctrina fiel, conforme a la enseñanza, para que sea capaz de exhortar, con la sana doctrina y refutar a los que contradicen" (Tito 1, 7-9).

Nuestra obispo nos ha explicado la riqueza y la importancia de estas pocas líneas, en las que están encerrados principios valiosos, que han sido dados directamente por el Señor y representan, por lo tanto, su voluntad.

Todo obispo debe ser irreprochable, esto es necesario porque él es un administrador de la casa de Dios; por tanto si un eclesiástico traiciona a la Iglesia de manera sucia e inequívoca, no hay lugar para una nueva reinserción; en esto recordemos lo que a menudo nos repite la Madre de la Eucaristía: "Tienen que haber pocos sacerdotes, peros santos".

El obispo no tiene que ser arrogante ni colérico, porque estos defectos llevan a faltas de respeto hacia los propios fieles. La historia ha conocido muchos eclesiásticos arrogantes que han abusado de la propia autoridad, algunos de ellos han traído divisiones en la Iglesia. Hoy hemos llegado al punto de que obispos que pertenecen a confesiones cristianas diferentes no oran juntos, olvidando que, sin embargo, la Eucaristía es Sacramento de unión. Desgraciadamente también, en el interior de la misma confesión religiosa, se han verificado casos de sacerdotes sancionados o suspendidos, sólo porque se han permitido expresarse sobre cuestiones opinables, dando juicios diferentes de los de la autoridad eclesiástica; esta no es la Iglesia que Dios desea.

El obispo no tiene que ser ávido, porque la adherencia al dinero contamina y destruye al hombre, él no tiene que cultivar intereses personales, es absurdo que los sacerdotes pidan una compensación por confesar o hablar de Dios; de esto se ha lamentado a menudo la Madre de la Eucaristía.

Es importante que el obispo sea hospitalario: acogedor hacia los que vienen a pedir ayuda espiritual. La hospitalidad es sagrada e inviolable y quien ama verdaderamente a las almas no tiene que poner límites de horarios, porque cuando un persona pide que se le confiese quiere decir que en aquel momento ha sido tocada por la gracia de Dios y desea abrirse a ella, pero ante un rechazo podría obstinase y no volver más y su alma correría serios riesgos.

El obispo tiene que ser amigo de los buenos, es decir, que debe tratar de sacar ventaja del ejemplo y del buen testimonio de los otros; tiene que ser prudente, debe examinar a la luz de Dios el propio comportamiento y valorar aquello de las personas sobre las cuales tiene responsabilidad, tomando las decisiones mejores para ellas; tiene que ser justo, vivir y obrar en gracia de Dios, respetando sus leyes.

Pablo, por otra parte, hace notar al obispo la importancia de la oración que tiene que alimentar cada acción suya, que de otro modo resultaría confusa y estéril. Desgraciadamente se ven cada vez menos sacerdotes delante del tabernáculo, sin embargo, ellos tendrían que comunicarse constantemente con el Señor y tener con el Él una relación cada vez más íntima y familiar.

Otras virtudes importantes que el obispo tiene que poseer son la moderación y el equilibrio. Las personas equilibradas son las que son capaces de suavizar cualquier situación y tomar las oportunas decisiones sin dejarse hallar nunca desprevenidos o dejarse sorprender por algo.

El obispo tiene que estar, sobretodo, tenazmente adherido a la doctrina que es conforme a la enseñanza recibida; esto, por desgracia, no se verifica en la realidad actual. El ejemplo más convincente es que todavía ninguno de los eclesiásticos ha intervenido para defender la autenticidad del milagro eucarístico ocurrido el 11-6-2000 en el lugar taumatúrgico, durante la Santa Misa celebrada por nuestro Obispo. Si un obispo cualquiera o cardenal, afirma que no es Eucaristía la hostia sobre la cual un sacerdote válidamente ordenado, ha pronunciado la fórmula de consagración y afirma que la sangre surgida de una hostia consagrada es obra del demonio, entonces ése sostiene una herejía y va contra el dogma de fe definido de modo clarísimo por el Concilio de Trento. Además incurre en la excomunión "latae sententiae", reservada a la Sede Apostólica. El verdadero obispo o sacerdote tendría que oponerse y decir con fuerza: "¡No, usted está equivocado, aquel es el Cuerpo y la Sangre de Cristo!". Desgraciadamente por miedo a la autoridad eclesiástica, va en contra de la doctrina recibida del Señor.

Nuestro obispo ha puesto en evidencia el hecho de que se requiere respeto hacia el que se equivoca, pero el error debe ser, de todas formas, denunciado: "Nosotros estamos llamados a dar nuestro testimonio y tenéis que reputaros afortunados porque la formación que habéis recibido os da la posibilidad de hablar de manera justa y de daros cuenta cuando os encontráis frente a afirmaciones que no son verdaderas. Entonces en vuestro corazón tiene que surgir el ansia de hablar, no para distinguiros, sino para defender la verdad porque a esto hemos sido llamados por el Señor.

Sed fieles, valerosos, de este modo la Iglesia se apoya también en vosotros, sobre todos los que la aman y la defienden, no sobre los que se aprovechan de su cargo solo para defraudar al pueblo de Dios. Sobre esto encontraréis páginas maravillosas en los profetas del Viejo Testamento: leed Jeremías, Isaías, Ezequiel y comprenderéis que es necesario ser serenos, equilibrados y fuertes para defender la verdad. Esta es la Iglesia que Dios, a través de Pablo, nos hace conocer y amar".