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El pesebre eucarístico

La noche de Navidad, la Madre de la Eucaristía, durante la aparición ha dado las gracias a la comunidad por haber realizado un pesebre muy particular: "Jesús niño tiene que bendeciros a todos, uno a uno, por lo que habéis hecho en este lugar taumatúrgico. Nos encanta cuanto habéis hecho. Recordad que yo he sugerido a Marisa todo esto, en ninguna parte del mundo hay un pesebre concebido así: una cabaña encima del altar, sobre el cual dentro de poco estará presente Jesús Eucaristía y sobre el pequeño Niño, los ángeles y los pastores". También durante la aparición ocurrida en la mañana siguiente, Nuestra Señora ha hablado de nuestro pesebre: "Repito lo que he dicho esta noche: en todo el mundo no encontraréis un pesebre así. Dios ha dado una orden, vosotros habéis obedecido y habéis hecho lo que habéis podido; habéis sido buenos".

Una cabaña de estructura muy sencilla ha sido levantada sobre el altar y el crucifijo taumatúrgico de nuestra basílica y delante del altar ha sido colocada la estatua taumatúrgica del Niño Jesús. Los jóvenes de la comunidad y la vidente, que llevaban albas blancas o rojas, representaban diversos personajes. En el centro de la escena estaba colocado el altar, sobre el cual el Obispo ha celebrado la Santa Misa. De este modo, por voluntad de Dios y por primera vez en el mundo, ha sido realizado un "pesebre eucarístico", que representa una maravillosa y profunda realidad teológica en la cual están representados el Misterio de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo y el Misterio Eucarístico.

En Jesús hay una realidad teándrica, es decir, Él es verdadero Dios y verdadero Hombre, por tanto cada acción suya, puede ser considerada, tanto desde el punto de vista humano, como desde el punto de vista divino. Cada acción del hombre tiene un principio y un fin en Cristo; como hombre, cumple sus acciones con una sucesión cadenciosa en el tiempo. Pero si pensamos en la definición que Dios da de sí mismo: "Soy el que soy" (Gen. 3, 14) comprendemos que para Dios no existe ni pasado ni futuro; cada momento está presente en Dios y él es siempre el mismo. Lo que da como resultado que desde el punto de vista divino, Jesús actúa fuera del tiempo y del espacio. Si las acciones de Dios estuvieran circunscritas en el tiempo y limitadas por el espacio, tendríamos que afirmar que en Dios hay un principio y un fin, es decir, una sucesión, pero esto es absurdo, es una aberración teológica.

Aplicando esta verdad al nacimiento de Cristo, podemos afirmar que Jesús, como Dios "nace perennemente". Si desarrollamos la verdad expuesta de cada acción de Cristo, podemos comprender por qué motivos Jesús puede presentarse al hombre bajo la apariencia de un pequeño párvulo, como le ha pasado muchas veces a Marisa, como un joven de doce años, como adulto que enseña, como el que muere en Cruz. Desde el punto de vista humano, el nacimiento, la pasión, la muerte, la resurrección, ocurren en momentos diferentes, mientras que desde el punto de vista divino, Jesucristo está siempre presente en el Misterio de la Encarnación, de su pasión, muerte y resurrección. De hecho la Misa es la actualización de acontecimientos que son lejanos en el tiempo, pero que por el poder de Dios están presentes en nosotros, por lo que realmente podemos celebrar la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús.

En el Misterio de la Encarnación y en el Misterio Eucarístico, está presente la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, por lo que podemos afirmar que Jesucristo nace, padece, muere y resucita en cada instante de la historia humana. A consecuencia de ello, cada día es Navidad y cada día es Pascua. El Misterio de la Encarnación y el Misterio Eucarístico están presentes y son actuales en cada hombre, mientras que con el transcurso del tiempo y de los siglos que se distancian desde su nacimiento y de su Pascua, se vuelven más numerosos.

Tenemos que considerar que en Dios está presente una realidad tan inmensa e infinita que, para comprenderla un poquito, nos vemos obligados a subdividirla. Esta año, el Señor ha querido hacernos comprender y vivir la maravillosa realidad de que podemos celebrar juntos el nacimiento, la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús. Esto es también una invitación a vivir la Santa Misa cada vez con mayor participación, a recibir la Eucaristía con una fe cada vez más robusta y un amor cada vez más grande, porque es Él el que permite al hombre levantarse para comprenderLe, de otro modo sería absolutamente imposible. En el Santo Evangelio de Juan está escrito: "Pero a todos los que la recibieron les dio el poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios" (Jn. 1, 12-13). Nosotros hemos sido generados por Dios y llevados a una altura que no habríamos podido llegar nunca con nuestras solas fuerzas; es un don de Dios ser sus hijos y este don suyo nosotros lo tenemos que recordar en cada celebración litúrgica, desde la Navidad a la Pascua y viceversa.

En este punto tenemos que llegar a la conclusión de que todo es Eucaristía porque con la Eucaristía lo tenemos todo: la gracia de Dios, el Sacrificio de Cristo, la presencia no sólo de Cristo, sino también de la Santísima Trinidad. Si amamos a la Eucaristía, estamos en el camino justo que conduce al Paraíso.

Podemos concluir con las palabras de nuestro obispo: "Comprender a Dios es difícil, amarlo es mucho más fácil. Si no conseguimos comprenderlo, empeñémonos más en amarlo y os puedo asegurar, que si crece el amor, crece también la comprensión".