La íntima unión entre la Eucaristía y la Encarnación
Novena de Navidad 2002: a cargo de S.E. Mons. Claudio Gatti
"Este año comprenderéis mejor como todo nace y vuelve a la Eucaristía. En los planes de Dios, la Eucaristía es el punto central hacia el cual tiene que converger cada hombre y toda la Iglesia, y desde allí, salir de nuevo, confortados con la gracia Sacramental de la Eucaristía, para que cada uno haga lo que tiene que hacer según la voluntad de Dios y de sus designios. Este año comprenderéis mejor la íntima relación, la conexión profunda entre el Misterio Eucarístico y la Encarnación". Así, Monseñor Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, ha empezado la novena en preparación a la Santa Navidad, centrando la atención en la íntima unión entre la Eucaristía y la Encarnación. Como testimonio de esto, hay la circunstancia de que Marisa, muchas veces, en el período natalicio, ha visto al Niño Jesús que, detrás de su espalda, tenía la cruz. Este acercamiento nos hace comprender, por tanto, la profunda unión entre la Eucaristía y la Encarnación. Estos dos misterios están íntimamente unidos entre sí. "¿Cuál es la mejor manera para prepararnos para la Navidad -prosigue Mons. Gatti- Es estar unidos a Jesús Eucaristía, hacer adoración eucarística, participar cotidianamente en la Santa Eucaristía con más fe y amor. Esto es lo que tenéis que hacer, pidiendo a la Madre de la Eucaristía el don de la fe que, a través de su intercesión, Dios os dará, para ser impregnados como las esponjas de fe y amor a la Eucaristía".
Marisa, desde el primer día de la novena, ha empezado a vivir visiblemente la pasión. En su frente ha aparecido incisa una cruz, de la cual ha manado sangre en abundancia para significar que Jesús, Cabeza de la Iglesia, algunas veces, por sus planes precisos, pide la colaboración en el sufrimiento a algunas almas llamadas por Él. El sufrimiento de Marisa es un impulso a vivir más intensamente la relación eucarística, porque vivir la pasión de Cristo comporta vivir el Misterio Eucarístico. El Obispo ha exhortado a la comunidad a acompañar con las oraciones a la víctima divina y a la víctima humana, unidas en un abrazo indisoluble y en una intimidad profunda, el uno para que pueda triunfar, la otra para que pueda vivir lo que el Señor le pide cotidianamente: lo que Dios pide a Marisa no ha sido pedido nunca a ningún otro.
El Obispo de la Eucaristía, en el curso de la novena, ha comentado algunos pasos del Santo Evangelio y nos ha guiado, mediante maravillosos cuadros, a través del misterio de Encarnación.
Solo de los Evangelistas Mateo y Lucas tenemos alguna reseña de la infancia de Jesús. Mateo nos relata la larga genealogía de Jesús, porque nos quiere presentar a Cristo como verdadero hombre. Cristo es Dios que se encarna y asume la naturaleza humana, convirtiéndose en hombre como nosotros. La humanidad de Cristo está compuesta de cuerpo y alma, tiene la voluntad, la sensibilidad, el conocimiento humano. Cristo es profundamente hombre. En los primeros siglos de vida de la Iglesia se insinuó una herejía que afirmaba que Cristo tenía el cuerpo solamente en apariencia. El Obispo del amor, por tanto, ha despejado el campo de toda duda explicando la unión entre la humanidad y la divinidad de Cristo, que es verdadero Dios y verdadero Hombre. Esto, de hecho, lo expresa nuestra comunidad después de la consagración. En el momento de la elevación de la hostia y del cáliz, repetimos, afirmamos y creemos las dos verdades principales de la fe: la unidad y Trinidad de Dios; la Encarnación, muerte y resurrección de Jesucristo. De la Eucaristía viene todo, también el conocimiento de la Palabra de Dios. Tenemos necesidad de tener en nosotros a Cristo para conocer a Cristo, para ser fieles a Cristo, para afirmar que Cristo, como nos enseña la Iglesia, es verdaderamente hombre y verdaderamente Dios.
Mateo pone en evidencia la descendencia de José, no la de María, porque, según la mentalidad hebraica, la descendencia ocurre en el género masculino. Pero hay una particularidad en el Santo Evangelio que nos hace comprender el vínculo inmediato con la humanidad. ".. engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo" (Mt. 1, 16). María es la que ha engendrado, la que se ha convertido en madre por obra del Espíritu Santo, en cuanto sólo ella, la llena de gracia, la Inmaculada Concepción, podía acoger en sí misma el misterio de la Encarnación y dar la sangre y el cuerpo al Hijo de Dios.
María, como nos ha explicado el Obispo, estaba en conocimiento, por don de Dios, desde el primer instante de su concepción, desde el primer instante de su vida, de su misión. Fue preparada para el anuncio del ángel durante varios años.
Sabemos que durante los meses de embarazo, la Virgen y el Hijo de Dios que llevaba en el vientre, se hablaban. Pero nunca nadie ha puesto en evidencia este otro punto: María, cuando estaba en el vientre de su madre, adoraba la Trinidad. Adoraba al que se convertiría en su Hijo. Adoraba al Padre, que había establecido este designio que la haría inmune de toda culpa y que enriquecería el alma de María de todo don y de toda gracia. María, por tanto, tuvo uso de razón desde el primer instante de su existencia y desde el primer instante ha amado. Ha orado al Señor e incesantemente ha renovado esta oración suya de aceptación de sus designios, la cual ha manifestado externamente el día en el que el ángel Gabriel vino a comunicarle que se convertiría en la Madre de Dios: "No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. concebirás y darás a luz a un hijo al que pondrás por nombre Jesús, será grande y se le llamará Hijo del Altísimo". (Lc 1, 30-32). Como en el vientre de María, Jesús oraba y amaba, así también en el vientre de su madre, María oraba y amaba.
La Anunciación es el momento inicial de la Encarnación. En las lecturas del Santo Evangelio de Lucas no tenemos aquel conocimiento que nos viene de la revelación privada; es decir, que la Virgen lo supiese ya todo. En Lucas, de hecho, parece que la Virgen se sorprenda y por tanto que no supiese nada: "A estas palabras, ella se turbó y se preguntaba qué significaría aquel saludo" (Lc. 1, 29). La aparente incongruencia se concilia con el hecho de que la Virgen no sabía el momento en el que ocurriría la Encarnación. Hay una semejanza entre la situación vivida por la Virgen y entre la que se encuentran ahora el Obispo y la vidente: tampoco ellos, como María, saben lo que ha de ocurrir, saben que la situación se vendrá abajo, saben que los enemigos de la Iglesia serán desenmascarados, porque Dios no traiciona, pero no saben cuando ocurrirá todo esto.
Si no hubiese habido esta narración evangélica, no habríamos podido conocer el maravilloso contenido que hay en ella. Es decir, que en la Encarnación, no ha habido colaboración por parte del hombre, sino sólo por parte de una mujer, de María. Sin la narración evangélica, no habríamos podido conocer el nacimiento virginal de Cristo, que María ha sido siempre virgen antes del parto, durante el parto y después del parto. Esta es una verdad de fe: el que niega la virginidad de la Virgen, se coloca automáticamente fuera de la Iglesia.
Pongamos ahora la atención en la "turbación de María". Lucas afirma que "María se turbó". La turbación es un sentimiento presente en el ánimo, que irrumpe en el momento en el que llega el instante esperado desde hace tiempo, al cual la Virgen se había preparado. Por hacer una similitud con la situación de nuestra comunidad, podemos afirmar que también el Obispo estaba en conocimiento de que llegaría el golpe de Satanás y en qué consistía, pero no sabía cuando llegaría. El 16 de noviembre, día en el que llegó la carta, en la que se le anunciaba la injusta sanción, en lo que a él se refería, se quedó turbado, no porque no lo supiera, sino porque había llegado el momento indicado tantas veces. Pero al igual que de la turbación de María, vino la redención, así también de la turbación del Obispo vendrá el renacimiento de la Iglesia.
Juan Bautista sabía perfectamente quién era Cristo, desde su permanencia en el vientre de la madre. El Bautista no tenía necesidad de tener confirmación, pero la pidió por sus discípulos, a los que trataba de encaminar hacia Cristo y por todas las otras personas.
La diferencia entre el nacimiento de un niño y el de Jesús es abismal, no se puede hacer una comparación. Porque para Dios no existe pasado ni futuro, sino sólo presente, una acción de Dios está siempre presente y es por esto que la Virgen, a menudo, afirma que es siempre Navidad, es siempre Pascua. De hecho, tendríamos que cantar siempre durante el período natalicio "nace para nosotros" y no "ha nacido para nosotros". Estamos presentes en el nacimiento, como lo estaban los pastores.
El Obispo, al proseguir la novena, se ha detenido sobre el concepto que ha pasado a la historia como la "duda de San José". Para Monseñor Gatti sería necesario sustituir el término "duda" de San José con el de "sufrimiento" de San José. Dios ha pedido a José que colaborase a través de este sufrimiento para la realización de sus planes de salvación. Estamos habituados a ver en esta fase de la vida de San José, un momento de su debilidad, sin embargo, Nuestra Señora, nos ha dicho que San José no ha ofendido ni siquiera mínimamente a Dios. Siendo una persona que amaba y estimaba a la mujer, en él ha habido un desgarro porque no podía comprender la incipiente maternidad de María. Eso duró semanas. Otro aspecto maravilloso de José, ha emergido de los comentarios del obispo, que ama muchísimo al custodio de la Eucaristía. José es el hombre del silencio interior, es el desapego de todas las criaturas, de todo lo que le rodea, no en el sentido de que una persona no pone la necesaria atención a lo que le circunda, sino que trata de que no se ahogue su alma con los pensamientos de la realidad terrena que lo rodea. El silencio interior es la capacidad de proyectar todas sus acciones hacia las cosas de Dios. Jesús, María y José hablaban mucho entre ellos, reían, se desahogaban, bromeaban. El Obispo nos ha exhortado a acercarnos a José con una idea diferente. Sólo entonces sentiremos el José que canta (Nuestra Señora misma ha dicho que José tenía una voz hermosísima), el José que habla, que bromea y que ríe, pero está también el José que sufre. José sabía que el Hijo de Dios estaba en el seno virginal de María, sabía lo que sufriría el Mesías, y se unió a los sufrimientos de María. Cuando el ángel se apareció en sueños a José, diciéndole: "No temas en recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en Ella es obra del Espíritu Santo" (Mt. 1, 20), también José, en aquel momento, sufrió porque fue puesto en conocimiento de que el hijo de su amada esposa, la que le había sido confiada, habría tenido que sufrir.
José ha respondido siempre sí y nunca ha desobedecido a la voluntad de Dios.
Y ya hemos llegado a la escena central de la novena, que es ciertamente la del nacimiento de Cristo. El momento de la Encarnación, es precedido por una gran actitud de discreción y de respeto por parte de José. El edicto fue la ocasión por la cual solo José tenía que ir a Belén para el empadronamiento ordenado por los romanos. María sabía que el tiempo del nacimiento de Jesús coincidía con la permanencia en Belén y dijo a José que lo acompañaría. Un marido que ve a la mujer a un paso del parto, no la lleva consigo, exponiéndola a un cansancio grande y a sacrificios. Ciertamente aconseja, y en el caso que no sea suficiente, ordena a la mujer que se queda. Sin embargo, José, tuvo respeto y discreción. José sabía que cuando María le pedía algo, era porque había una determinada finalidad. No hizo preguntas, como cuando vio la incipiente maternidad y ni siquiera entonces, en el momento que María le dice que lo acompañaría, las hace y se opone a las que le hacen sus parientes, que lo consideran un irresponsable porque se lleva consigo, en un viaje, que para los tiempos de entonces, era larguísimo y desagradable, a una mujer a la que le faltaban pocos días para dar a luz a su hijo. José parte, María lo acompaña y ésta es la segunda procesión eucarística. La primera ocurría sin saberlo José, cuando Nuestra Señora fue a prestar servicio a Isabel. Durante el primer viaje, era sólo María la que adoraba, oraba, cantaba, recitaba los salmos en honor del Dios Hijo, encarnado en ella; en este segundo viaje, estas dos criaturas particulares, adoran, aman, hablan del Dios niño, al cual falta un tiempo exiguo para ver la luz del sol.
En Belén no había sitio, no tanto porque no pudiesen ser acogidos, sino porque faltaba la reserva, que deseaba José. En las casas de Palestina, de hecho, había una promiscuidad en el dormir, sobretodo en estas ocasiones; no había habitaciones reservadas para las parejas, para los hombres y para las mujeres. Se sacaban esteras, se ponían encima y se dormía. José rechazó la hipótesis de esta solución, buscaba algo que pudiese acoger y resguardar a su esposa con más reserva; ésta es una gran manifestación de respeto. Aunque el albergue donde habían llegado María y José era una especie de serrallo de caravanas, ellos no tenían dinero para tener una habitación, como máximo habrían podido dormir bajo los pórticos. Este respeto del cuostodio de la Eucaristía continúa, porque una vez encontrada la gruta, refugio natural para las bestias, la limpia, pero no porque supiera que nacería Jesús en aquella circunstancia, ya que no tenía conocimiento del cómputo de los meses, pues no había hecho preguntas. El hecho de limpiar, es un acto de respeto hacia su esposa. El no sabe que haciendo, por su amor, este servicio lo hace también por amor del Hijo de Dios que está en el seno de María. La Encarnación ocurre en un silencio total, los hombres duermen, comen, quizás se están emborrachando y estas criaturas viven en silencio, María, de manera directa y José, como participación, del misterio de la Encarnación. El nacimiento virginal de Cristo no ocurrió según el procedimiento normal, sino que Jesús, al igual que pasó a través de las paredes del cenáculo, así también pasó a través de las carnes virginales de María y Nuestra Señora se lo encontró en su seno. En aquella circunstancia, se hizo la primera ofrenda a Dios del Hijo que se encarnó para redimir a los hombres. En esta ofrenda, tras la petición de María, participa también José que levanta, junto a su amada esposa, al Dios niño hacia lo alto, al que de lo alto ha descendido.
Para concluir este artículo, queremos tomar, del comentario hecho a la novena del Obispo, una confidencia suya, la que a nosotros nos parece una perla que nos hace comprender cuanto, el Obispo de la Eucaristía, ama el Evangelio. El Obispo, de hecho, ha dicho que cuando parta de esta Tierra, le gustaría ser recordado con el Evangelio en la mano. "En el Evangelio está todo -explica Mons. Claudio Gatti- Es inútil ir a buscar a otra parte. El Evangelio tiene una intensidad y una profundidad inagotable. Pueden pasar las generaciones, los siglos, pero el Evangelio permanece actual y joven, porque es la verdad y la verdad está siempre fresca. El Evangelio, que es palabra perenne, conserva una frescura que sabe transformar a las personas".