Eucharist Miracle Eucharist Miracles

S.E. Mons. Claudio Gatti, el Obispo de la Eucaristía; Marisa, la víctima de la Eucaristía

Vigilia de oración del 29 de junio de 2004, celebrada con ocasión del 5º aniversario del episcopado de S.E. Mons. Claudio Gatti y del aniversario de la emisión de los votos de Marisa

Introducción

Cristo, Aquel que es al mismo tiempo víctima y sacerdote, desde hace dos mil años de la fundación de Su Iglesia, para volverla a llevar a los orígenes y darle nuevo vigor, ha escogido a un humilde sacerdote, Claudio Gatti, y una víctima, Marisa Rossi: Dios se ha servido de ellos para realizar sus proyectos. Gracias a la potencia emanada de los grandes milagros eucarísticos, a la acción pastoral de Su Excelencia y a los sufrimientos de la víctima de amor, la Madre Iglesia está devolviendo a la Eucaristía su papel central: "Dios se ha servido de ti, pequeño sacerdote, ahora gran sacerdote, y de la víctima que está a tu lado, para ayudar a la Iglesia" (Carta de Dios, 27 junio 1999)

La carta de Dios traída por la Madre de la Eucaristía, a la que le gusta definirse como Su "cartera", nos ha hablado a menudo de este triunfo espiritual, que se ha podido realizar también gracias a la profunda unión de estas dos sencillas almas. La plenitud del sacerdocio, dada directamente por Dios a nuestro Obispo, lo ha ayudado a sostener la verdad, a defender a Jesús Eucaristía y a resistir tantos ataques. La pasión sufrida cotidianamente por Marisa esta retornando al rebaño a tantos hijos predilectos, que habían abandonado el camino trazado por Jesús.

En esta vigilia meditaremos sobre la relación del Obispo y de Marisa con Jesús y con la Madre de la Eucaristía, sobre los milagros eucarísticos ocurridos en el lugar taumatúrgico y sobre la misión que el Obispo y Marisa están realizando.

Diversas personas de la comunidad han colaborado al desarrollo del texto que, a consecuencia de ello, presenta diversos estilos de narración. Hemos querido mantener tal diversidad de estilos, conscientes de que, como dice S. Pablo: "Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo, a su voluntad. Muchos son los miembros pero uno solo es el cuerpo. Dios ha formado el cuerpo para que los miembros cooperasen lo mismo los unos por los otros " (I Cor 12). Nuestro Obispo, en una homilía suya ha dicho: "Es necesario poner juntas las diversidades para crear armonía, no uniformidad, sino armonía".

El Obispo y Cristo: Cristo habla a través del Obispo

Hace menos de un mes, después de una catequesis que nos había encantado, al encontrar a nuestro Obispo le di la enhorabuena. En realidad habría tenido que exponerle el deseo de siempre de presentarle mis felicitaciones por tantos años de catequesis y homilías por su extraordinaria capacidad de profundizar el Evangelio, de profundizar dentro de un solo versículo durante todo el tiempo disponible y "hacer un poema", como dice la Madre de la Eucaristía. Nuestro obispo consigue alargar prodigiosamente las mallas de las palabras, para sacar increíbles y sorprendentes explicaciones, que se sienten justas y presentes en el texto porque están ceñidas en todo a la realidad, pero de tal manera escondidos que sólo el que vive el Evangelio y medita a cada momento el significado puede ofrecerlo, a quien escucha, como un don precioso. Muchas veces, no yo sola, sino todos nosotros nos hemos sentido arrastrados como si, paradójicamente, viviésemos en el interior de la vida hace dos mil años, como si fuésemos testigos del momento: la predicación de Jesús, las calles de Galilea y de Judea, la multiplicación de los panes, el hosanna de la gente al entrar en Jerusalén…una rara sensación y sin embargo tan consciente y lúcida, que permanecíamos asombrados y nos preguntábamos como puede ocurrir una maravilla semejante, que no es un sueño, sino verdad. O quizás nos hemos sentido suspendidos tan alto, que hemos saboreado un instante de intensa, inexplicable, santa alegría: instantes de Paraíso, podremos decir todos nosotros, y verdaderamente ésta es la definición justa, la que más se acerca a la percepción de tanta alegría interior. A menudo Marisa nos ha dicho que durante la santa Misa o durante las apariciones, ha visto a Jesús dentro del Obispo o incluso a Jesús mismo oficiando y hablándonos a través de Su sacerdote. Nuestro Obispo ha afirmado muchas veces: "No soy yo quien habla, todo me viene sugerido de lo Alto". La Madre de la Eucaristía, en la carta de Dios del 13 de abril 2003, ha confirmado: "Vuestro Obispo dice la verdad: habla como sabio, como un profeta, habla en nombre de Jesús, porque Jesús está en él". Así que nosotros no podemos sino sentirnos privilegiados, si además añadimos que el Jueves Santo del 2003, Jesús mismo ha confirmado con Sus palabras que: "Durante la S. Misa Yo y el Obispo formamos uno solo, somos una única persona".

Marisa y la Madre de la Eucaristía: los frutos de las apariciones

Las apariciones de la Madre de la Eucaristía han abierto una ventana hacia el Paraíso. Una Madre atenta, solícita y partícipe en la vida de sus hijos se ha hecho conocer a la humanidad a través de la relación con una sencilla criatura. Marisa ha vuelto sus ojos, su corazón y todo su ser hacia aquella criatura celestial que venía a su encuentro, la acunaba, la confortaba y la guiaba por el camino que el Señor había escogido para ella.

La Madre de la Eucaristía ha enseñado a todos los hombres cómo todo cristiano tendría que volverse a ella, no como a una reina alejada, sino con la vivacidad, la sencillez y la espontaneidad de Marisa. A través de la Madre de la Eucaristía, el Señor ha dirigido su llamamiento apesadumbrado a sus hijos para redimirlos, para hacerlos partícipes de aquel cuerpo místico que da fuerza, unión y alimento en la Eucaristía. Las cartas de Dios son una ayuda para caminar hacia la santidad, han dado grandes frutos espirituales: conversiones, reuniones de familias, nacimiento de vocaciones sacerdotales, recuperación de almas consagradas en crisis, nuevo impulso del empeño sacerdotal y sobre todo muchos jóvenes han redescubierto la belleza de la vida en gracia.

Nuestro Obispo nos ha confiado que las apariciones de la Madre de la Eucaristía lo han ayudado a comprender y a vivir mejor la celebración de la santa Misa y de las cartas de Dios ha recibido enseñanzas de altísimo valor teológico.

Han sido reveladas verdades nunca conocidas en la doctrina de la Iglesia: Nuestra Señora, Corredentora del género humano; san José, Custodio de la Eucaristía y patrono del mundo; san Pablo, ordenado Obispo directamente por Cristo. La Madre de la Eucaristía nos ha regalado la narración de su vida y nos ha revelado el sufrimiento que ella y Su Hijo Jesús sienten cuando descienden a la Tierra. El lugar taumatúrgico ha acogido al Paraíso y cada vez que Dios Padre, la Trinidad, Jesús Dulce Maestro y la Madre de la Eucaristía se hacen presentes, toda la creación recibe este beneficio. Muchísimas gracias físicas y espirituales han sido dadas por el Señor y, tragedias que habrían conmocionado a la humanidad, han sido evitadas con las oraciones y los sufrimientos que Nuestra Señora ha pedido al Obispo y a la Vidente.

Las apariciones de la Madre de la Eucaristía han llevado a la realización del gran designio de Dios: el triunfo de la Eucaristía, que hoy e más conocida y amada en todo el mundo. Los sacerdotes han vuelto a hablar de ella, se han organizado congresos eucarísticos y muchísimas iglesias han vuelto a abrir sus tabernáculos para hacer adoraciones al Santísimo Sacramento. Todo ha sido fruto de lo que ha ocurrido y ha sido enseñado en el lugar taumatúrgico; también la última iniciativa lanzada en el Iglesia por el Santo Padre el pasado Jueves Santo: el año eucarístico, durante el cual rogamos que pueda finalmente brillar la figura del Obispo de la Eucaristía.

El Obispo y la Eucaristía: testigo de los milagros eucarísticos

Era el 1º de julio de 1995, cuando Nuestra Señora anunció: "Mi hijo y yo hemos dado el anuncio de que cuando la Eucaristía sea visible aquí para todos, entonces empezará Su triunfo".

El 14 de septiembre de 1995 don Claudio Gatti, humilde y sencillo sacerdote escogido por Dios, es testigo del primer gran milagro eucarístico ocurrido en el lugar taumatúrgico. Aquel día, durante la procesión para la fiesta de la Exaltación de la santa Cruz, el sacerdote vio posarse en las manos de Marisa la santa hostia, consagrada por Jesús mismo y salida del costado desgarrado del crucifijo llevado en procesión. Es el inicio de una serie de milagros eucarísticos tan grandiosos que no habían ocurrido nunca antes en la historia de la Iglesia: en el lugar taumatúrgico innumerables hostias son transportadas por Jesús, por la Madre de la Eucaristía, por los ángeles, por los santos y puestas en el ostensorio, en el tabernáculo, o apoyadas en estatuas, en el estandarte de la Madre de la Eucaristía y finalmente sobre flores, emanando un perfume maravilloso. Estas hostias son tomadas de los tabernáculos de las iglesias y sacadas de los lugares en los que iban o estaban a punto de ser profanadas. En muchas ocasiones las hostias han derramado sangre. Ha sido Nuestra Señora misma la que nos ha explicado el motivo: "La sangre es un gesto de amor hacia vosotros y de sufrimiento por los que no creen. Mientras el mundo no cambie, mi corazón y el de Jesús sangrarán" (Carta de Dios, 11 noviembre 1999). De todos estos milagros eucarísticos nuestro Obispo ha sido testigo. Él es el mártir de la Eucaristía, ha soportado graves injusticias por parte de los hombres de la Iglesia, pero no ha traicionado nunca a Jesús Eucaristía, no ha traicionado nunca la verdad, obedeciendo siempre a Dios antes que a los hombres y ha estado siempre dispuesto a acoger, con amor y dolor, la sangre divina derramada de la Eucaristía por la traición de muchos hijos predilectos. Su misión es grande y por esto Dios mismo lo ha ordenado Obispo. Esta ordenación episcopal es un maravilloso don de amor de Dios para Su Iglesia. Sobre ella y sobre todos los otros milagros eucarísticos, Dios Padre ha puesto Su sello el 11 de junio de 2000, día de Pentecostés, con el gran milagro eucarístico ocurrido mientras nuestro Obispo celebraba la santa Misa. En el momento de la consagración, la hostia sangró en sus manos y todos nosotros fuimos testigos junto a él, por lo que, como Juan, podemos decir: "He visto y he creído". Como en Pentecostés ha nacido la Iglesia, así con el gran milagro del 11 de junio de 2000, fiesta de Pentecostés, ha iniciado la renovación de la Iglesia, porque Dios prometió a Pedro: "Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella" (Mt 16, 19)

Volviendo a pensar en esta frase del Evangelio, nos conmueve recordar las palabras, que transcribimos, de la carta de Dios del 10 de diciembre de 2000: "Después de San Pedro, Dios ha elegido a don Claudio".

Oración

Claudio Gatti, humilde, sencillo sacerdote elegido por Dios

y rechazado de los hombres.

Tú, sacerdote cada vez más semejante a Cristo,

tú, sacerdote víctima

siempre dispuesto a acoger con amor y dolor

la sangre divina derramada

de la Eucaristía.

Tú, Obispo ordenado por Dios como Pablo,

al cual eres semejante en fuerza y combatividad,

tu eres nuestro gran Obispo

que querríamos que finalmente fuera amado y reconocido por todos.

Te damos gracias, Señor,

porque has hecho un don tan grande

a una humanidad que tiene tanta necesidad,

pero que todavía es reacia a reconocerlo.

Gracias, Excelencia, Obispo de la Eucaristía,

que con tanta fuerza, dignidad y humildad,

has defendido los milagros eucarísticos

incluso a coste de tu misma vida.

Los milagros eucarísticos ocurridos en las manos de Marisa

Marisa, los votos que has hecho, tu llamada, no es un sacramento, pero sostiene el sacramento. Esto te lo ha repetido muchas veces la Madre de la Eucaristía. A estas palabras uno una imagen impresa en mi memoria, la de tus manos extendidas sosteniendo la Eucaristía que te ha traído Jesús, Nuestra Señora, los ángeles o los santos. El que ha visto, recuerda todavía hoy aquel primer milagro ocurrido en tus manos, cuando nadie sabía qué hacer, tanta era la emoción. Te has levantado, has caminado hacia la cruz que estábamos llevando en procesión, has cogido con la mano la Eucaristía salida del costado de la estatua puesta en la cruz. Nosotros hemos visto esta pequeña hostia colocarse en tus manos. Muchos otros milagros han seguido en los meses de octubre y diciembre de 1995, en enero, abril y mayo de 1996. El gran milagro del 26 de noviembre de 1995, tan calumniado por los hombres, ha sido portador de gracias particulares, entre las cuales, la de salvar a Roma de un terrible terremoto.

Dios te ha escogido, se ha refugiado junto a ti, cuando ha sustraído de la profanación algunas hostias en febrero y en abril de 1996. Los presentes han visto las señales en la hostia, han sentido el sufrimiento del Paraíso emanado de las cartas de Dios, han visto tu sufrimiento, pero también el amor con el cual reparabas la profanación cometida. El 29 de junio de 1997, todos los presentes han visto que un nuevo milagro ocurría en tus manos, cuando del costado de la estatua taumatúrgica de Jesús ha salido, pasando a través de la vitrina, sin romperla, una hostia que se ha depositado en tus manos.

Otros grandes milagros han seguido: las hostias han aparecido con visibles signos de sangre. El primero de estos ha ocurrido el 6 de febrero de 1997, para demostrar "a los hombres de la Tierra, sobretodo a los sacerdotes, que (…) Jesús está presente en aquella pequeña hostia, en cuerpo, sangre, alma y divinidad" (Carta de Dios del 10 de febrero 1997)

Diversas veces, para simbolizar la unión indisoluble entre la víctima divina y la víctima humana, Jesús se ha posado sobre ti, sobre tu corazón y una vez también en el de nuestro Obispo. De esto ha hablado la Madre de la Eucaristía diciendo: "A vosotros os puede parecer extraño que la Eucaristía se haya apoyado en el cuerpo del Obispo y en el cuerpo de la vidente. ¿Por qué ha hecho esto Dios? Porque ha querido apoyar su cuerpo sobre el vuestro, martirizado por todos, mis dos queridos hijitos" (Carta de Dios del 7 de abril 2000).

El último milagro ocurrido el 15 de enero de 2004 es el sello de la unión de la pasión de Cristo y de la vivida por ti todos los días.

Tu, por voluntad de Dios y por tu completa aceptación, continúas viviendo la pasión, y en la mañana de aquel día, había ocurrido la enésima salida de sangre de los estigmas de tus manos, de la frente y del costadom de modo abundante y doloroso. Por la tarde, Nuestra Señora ha venido y tu has cantado junto a ella con notas altísimas. Ella te ha dicho que ningún otro místico o santo de la tierra ha sufrido como tu y a continuación ha apoyado sobre tu frente una hostia, que ha permanecido allí, colocándola sobre la sangre que salía de tu frente. La hostia ha permanecido apoyada hasta primeras horas de la mañana del sábado 17, cuando se ha desprendido de improviso. En ésta estaban visibles grumos de sangres diferentes. Al día siguiente en la hostia manchada de sangre de Marisa han surgido gotas de sangre divina. La confirmación, al día siguiente, nos la ha dado Nuestra Señora: "Hijos míos, ha salido sangre también de Jesús de la hostia que yo traje el jueves".

La sangre divina y tu sangre se han unido, acontecimiento único en la historia de toda la Iglesia.

Querida Marisa, te damos las gracias por todas las veces que, dejándote guiar por Dios, te has convertido en instrumento dócil en sus manos. Él se ha servido y continúa sirviéndose de ti para la realización de sus obras.

El Obispo y su misión en la Iglesia

Era el 26 de julio de 1998, cuando Jesús hizo este anuncio: "Querido don Claudio, tu serás el apóstol, el profeta, el Obispo, el conductor de la nueva Iglesia".

El apóstol. El ansia apostólica ha caracterizado siempre la vida de nuestro Obispo que ha dato todo de sí mismo para hacer conocer la palabra de Dios, para hacer conocer y amar la Eucaristía, para hacer comprender la importancia de vivir en gracia sin condescender nunca a compromisos, dando el ejemplo de cómo tiene que ser el verdadero pastor. Es para nosotros un faro de luz, guía segura y amorosa, pero el eco de sus enseñanzas, de sus catequesis inspiradas por Dios han traspasado los confines de este pequeño lugar taumatúrgico y se ha difundido por toda la Iglesia, especialmente en lo que se refiere a la Eucaristía en la vida cristiana. Recordemos el año eucarístico determinado por el Papa, que empezará en octubre, su encíclica "Ecclesia de Eucharistia", el próximo sínodo de los obispos que tendrá por tema: "La Eucaristía, fuente y ápice de la vida cristiana", sólo por citar los acontecimientos más recientes.

El profeta. El profeta es el que habla en nombre de Dios y hace conocer Su voluntad. Nuestro Obispo ha hecho siempre conocer lo que Dios comunicaba con Sus cartas, incluso cuando esto ha comportado para él grandes sufrimientos morales, pero también estos grandes sufrimientos ofrecidos con amor y abandono, han contribuido al designio de Dios que quiere salvar cuantas más almas sea posible.

El Obispo. Jesús, el 27 de junio de 1999 decía: "Dios te ha ordenado Obispo, te ha dado la plenitud del sacerdocio". "Dios no ha dicho: eres libre de aceptar o no aceptar, Dios te ha dicho: Te ordeno Obispo"; y Nuestra Señora el 13 de septiembre de 1999 afirmaba: "Ser elegido obispo por Dios es un grandísimo don que sólo tú, Don Claudio, podías tener, porque tu amor por las almas es grande". Decía también que todavía no habíamos comprendido la importancia de esta elección de Dios. Han transcurrido cinco años desde entonces y ciertamente todavía no hemos comprendido del todo la grandeza, la unicidad, la singularidad, la exclusividad de esta intervención de Dios. ¿Por qué el episcopado? La respuesta está clara: "Para que don Claudio tuviera la plenitud del sacerdocio, porque solamente como obispo puede aceptar todas las dificultades y llevar adelante la gran misión" (Carta de Dios, 14 de septiembre de 1999); "Porque ha sufrido durante toda la vida, pero no ha traicionado nunca a Dios Padre, Dios Espíritu Santo ni a Mi, Dios Hijo, no ha traicionado nunca a la Eucaristía que ha derramado sangre y ha no traicionado nunca a la Madre de la Eucaristía" (Carta de Dios, 26 de septiembre 1999). Y más aun: "Para ayudar a la Iglesia y para desenmascarar a los hombres que no tienen limpia la conciencia, que no están en gracia; habrá momentos duros, pero de este sufrido trabajo nacerá la nueva iglesia, el nuevo Papa, el cambio de todo" (Carta de Dios 25 abril 1999). Con esta directa intervención suya, Dios hace comprender como el comportamiento de algunos grandes hombres de la Iglesia está en contraste con su voluntad. El valor de nuestro Obispo es evidente, porque ha aceptado y honrado este gran don, aunque ha sufrido muchísimo por el rechazo, por parte de los hombres, hacia esta obra de Dios.

El conductor de la nueva Iglesia. Sabemos que nuestro Obispo, en el futuro tendrá un cometido y un papel importante en la Iglesia que está renaciendo. El triunfo de la Eucaristía ya ha sido y con éste ha sido descubierto aquel plan diabólico-masónico que quería relegar a la Eucaristía a simple símbolo y recuerdo. De hecho, durante largos años, en los seminarios la Eucaristía era presentada como una vacía conmemoración de la muerte de Cristo; algunos catequistas, por otra parte, en las iglesias enseñaban a los niños que la Eucaristía era un pan bendito. El 17 de enero de 2002 Nuestra Señora dijo: "La victoria es grandiosa y abarca toda la Iglesia. Vosotros sabéis que la roca de esta victoria es vuestro Obispo y quiero añadir que también vuestra hermana, que ha pedido sufrir en silencio y en el ocultamiento". Pero para que la Iglesia renazca, hay todavía mucho que hacer. La Iglesia que Dios desea tiene que ser santa y pobre, porque una Iglesia pobre es una Iglesia creíble, capaz de influir en la sociedad y dirigir las conciencias, porque sus pastores, alejados de todo apego a riquezas o poder, sepan ser guías cualificados y ejemplos luminosos, sal de la tierra y luz del mundo.

Marisa y su misión en la Iglesia

"Marisella, no puedes comprender cuan importante es tu sufrimiento para la Iglesia. Tu misión consiste en inmolarte para aquellos sacerdotes que no aman a mi Hijo Jesús y combaten la Eucaristía" (Carta de Dios, 15 de julio 1995).

En la carta de Dios del 14 de abril 1996, Jesús completa las palabras de la Madre añadiendo: "Tu misión consiste también en desenmascarar a las personas que no aman a Jesús Eucaristía". En estas palabras Dios nos permite conocer la misión de Marisa. Los sufrimientos que ella ofrece cotidianamente no sólo son de un alma escogida por Dios, sino también de una mujer y de su gran corazón, que late por Dios, su Todo, late por el Obispo de la Eucaristía, por la Iglesia, por los sacerdotes, por los enfermos y los necesitados. Su papel en el renacimiento de la Iglesia es determinante: muchas veces ha vivido la pasión para este fin; en la gravedad de sus condiciones físicas, en algunos casos le ha sido salvada la vida por Dios: "No para sí misma, sino porque hay necesidad de ella. Tienen necesidad los hombres de la Iglesia que continúan ocupando los lugares de poder y acumulando dinero" (Carta de Dios, 14 de marzo 2001)

Los muchos sufrimientos vividos en toda su vida, y de los cuales más que todos es testigo el Obispo de la Eucaristía, son atroces y son soportados con paciencia y amor. Por otra parte, lo que conmueve de esta mujer extraordinaria es que, a pesar del peso de la misión, ella se nos muestra serena, sonriente, dulcísima y sus ojos están siempre atentos a las exigencias de los demás, olvidándose de sí misma: es de esto de lo que somos testigos también nosotros miembros de la comunidad. Su sencillez, su humildad, están bajo los ojos de todos, hasta el punto que Nuestra Señora ha llegado a decirle: "Marisella, ¿tu piensas que eres una persona inútil? Oh no, no eres inútil en absoluto, eres muy importante para nosotros" (Carta de Dios, 30 de enero 2000). Aquella misma sencillez que se ha expresado con un sentimiento de temor cuando, el 12 de febrero de 1998, Jesús le ha dicho: "Dios te confía una segunda misión: tendrás que escribir a todos los presidentes". Está justo en el estilo de Dios, como tantas veces nos ha repetido nuestro Obispo, hacer de las elecciones que están a los ojos del mundo, desconcertantes y desarmantes, así como escoger una tan sencilla y humilde criatura para escribir a los poderosos de la Tierra un mensaje tan importante, que hable de paz y de unión. Las palabras que Marisa ha pronunciado a este propósito, dirigidas al Obispo, reflejan su naturaleza: "Yo no soy buena escribiendo a esta gente"; la respuesta del Obispo ha sido: "No te preocupes"; además ha añadido: "Es siempre así en la historia de la Iglesia, son los pequeños los que escriben a los grandes". Por eso son, perfectamente apropiadas las palabras pronunciadas por Nuestra Señora en su himno al amor, el Magnificat: "Dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Ha derribado del trono a los poderosos y ha ensalzado a los humildes" (Lc. 1, 48-52)

El amor grande de Marisa, aquel amor del cual nunca se podrá hablar bastante, se expresa también en el ocultamiento cuando, presente en bilocación en los lugares de guerra, ha asistido a escenas atroces de violencia, sufridas sobretodo por los niños, las mujeres, los ancianos, víctimas del odio feroz de los hombres. Sus sufrimientos, al ver estas escenas desgarradoras es grande; a pesar de esto, Marisa, como en Kosovo, Yugoslavia, África, Asia, ha ayudado con Nuestra Señora, a las personas que estaban muriendo, ha dado de comer a los niños y curado a los ancianos. El amor sufrido que se lee en los ojos de Marisa cuando ha contado algunas de estas escenas, es aquel amor piadoso y caritativo que querríamos leer en los ojos de los grandes hombres de la Tierra cuando, con indiferencia, hablan de guerras y de actos terroristas. Tendríamos que tener siempre presentes las palabras de Nuestra Señora dichas con ocasión del triduo para la consagración de Marisa del 2002: "Nadie ha comprendido hasta el fondo cuán grande es el sufrimiento que ofrece por todos vosotros, por la Iglesia, por la conversión de los sacerdotes".