La Iglesia se consagró a la Madre de la Eucaristía
El 8 de diciembre 2006, durante la fiesta de la Inmaculada Concepción, el Obispo ordenado por Dios, S. E. Monseñor Claudio Gatti, con las palabras "Dios, con tu permiso, con los poderes que me has concedido en la ordenación episcopal, que como don has concedido a mi humilde y modesta persona, yo, en este momento, consagro a María, Madre de la Eucaristía, toda la Iglesia", ha puesto la Iglesia en las manos puras e inmaculadas de la Madre de la Eucaristía, en la amarga y triste evidencia de que todas las fragilidades, debilidades y miserias del hombre han ofuscado y ensuciado el rostro humano de la Iglesia.
La Iglesia es de Cristo y en Cristo por los méritos adquiridos con Su Pasión y Muerte, y Dios, en Su inmensa bondad, ha llamado al hombre a colaborar con Él, con diferentes responsabilidades y con diversos dones y carismas, para que todas las almas vuelvan a encontrar el camino que lleva al Paraíso.
¿Cómo han respondido los hombres a este gran acto de amor, de respeto y de confianza? Han dado la espalda a Dios y peor aún, los que Cristo ha llamado a guiar el rebaño, han utilizado los poderes que Él les ha dado para sus bajos y miserables fines humanos, traicionando su misión de pastores al servicio de Dios para el bien de las almas.
Dios ha llamado al hombre a alturas vertiginosas, ha concedido la gracia y los sacramentos como dones maravillosos e imprescindibles para alcanzarlas, pero a pesar de esto la humanidad ha elegido al demonio y su camino de perdición y destrucción.
Por este motivo, como Cristo en el Gólgota, mientras agoniza en la cruz, confía el hombre a Su Madre, humildemente el Obispo ordenado por Dios entrega el rostro humano de la Iglesia a la Madre de la Eucaristía, seguro de que, como entonces, las oraciones y la mediación de María aceleraron la venida el Espíritu Santo, así hoy la intervención de la Madre de Dios acelerará, con renovada fuerza, al hombre y a sus pastores a la conversión y hará que vuelva a brillar la Iglesia con la luz de Dios
Al confiar la Iglesia a Aquella que ha aceptado libremente la maternidad universal y que sufre por un mundo que gime y está descarriado, reconocemos en el Obispo todo el sufrimiento y la solicitud del pastor que ama profundamente al hombre y a la Iglesia, que desea que Jesús Eucaristía vuelva a ser el centro de la vida de todo ser humano y que cree ardientemente en el camino de la libertad en Cristo a despecho del de la esclavitud del pecado. Acompañamos este humilde y gran don de nuestro Obispo con la oración, con la convicción de que éste sea un don agradable a Dios y confiando en el amor materno de la que, pura y sin mancha, Dios ha escogido y querido como corredentora del género humano.