El año de la humildad
8 diciembre 2006 - 8 diciembre 2007
El año litúrgico 2006/2007, bajo la indicación de la Madre de la Eucaristía ha sido enfocado por S. E. Monseñor Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, hacia la virtud de la humildad.
La humildad, como numerosas veces ha afirmado la Madre de la Eucaristía en sus mensajes, también significa verdad, porque quiere decir reconocer que los dones y la capacidad que cada uno de nosotros posee son dones de la bondad de Dios, que nos los ha dado en favor de nuestros hermanos
La humildad es una afirmación de ser hijos de Dios: Él, Padre bueno y solícito, ha dispensado a cada uno de nosotros los dones que, con responsabilidad y espíritu de servicio, tenemos que hacer fructificar, no para nuestra vanagloria, sino para el bien del próximo. Vanagloriarse de tener una aptitud particular, un dote especial o habilidad y no atribuirlo a Dios, o negar que se posee, significa pecar contra la verdad.
En el sendero de la humildad, sin duda alguna, podemos colocar a María, la Madre de Dios, que aún elevada a alturas vertiginosas, que la hacen la criatura humanamente y espiritualmente más elevada, en el Magnificat recita: "... ha puesto los ojos en la humildad de su sierva, grandes cosas ha hecho en mi el Poderoso...", evidenciando así que su elevada condición es sólo fruto de la intervención de Dios.
A nuestro Obispo le gusta recordar a menudo la figura de San José como ejemplo de humildad y amor vivido en el silencio. Él ha dominado el orgullo y ha vencido el propio yo, reservando el primer lugar a Dios e inmediatamente después al prójimo, mientras para sí ha querido siempre el último lugar. San José ha alcanzado las cimas más altas de la humildad porque con amor y solicitud, incluso a costa de privaciones, incomprensiones y sufrimientos, ha protegido al pequeño Jesús.
En el Evangelio Jesús dice: "Guardaos de practicar vuestras buenas obras delante de los hombres para que os vean; de lo contrario, no tendréis recompensa delante de vuestro Padre celestial. Por tanto, cuando des limosna, no toques la trompeta delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles para que los hombres los alaben. Os aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve lo secreto, te recompensará" (Mt 6,1-5). La humildad se convierte en estilo de vida cristiano cuando nos damos en silencio nosotros mismos y nuestras capacidades para el bien del prójimo, sólo entonces demostramos que hemos dado de modo desinteresado, que hemos amado sin la pretensión de recibir algo a cambio.
Eh ahí el motivo por el cual el Año de la Humildad sigue y se agrega al Año del Amor recientemente concluido: el amor y la humildad se integran perfectamente y sólo juntos se completan, para que podamos asemejarnos al Cristo que abraza a los débiles y a los últimos y que dice: "Venid a Mi, los que estáis cansados y oprimidos y yo os aliviaré"
Si nuestra vida está unida a Dios y si nuestra meta es el gozo eterno de Su visión beatífica, nuestra única preocupación tiene que ser el juicio de Dios. Pero si la única gratificación que anhelamos es el reconocimiento y la gloria por parte de los hombres, entonces para nosotros valdrán las palabras del Evangelio: "los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros" y lo que María ha pronunciado en el Magnificat: "derribó del trono a los poderosos y ensalzó a los humildes"
Otro ejemplo de humildad que nos ha dado, durante este año, nuestro Obispo, es Juan Pablo I, un Papa que, aunque por pocos días, ha dejado una huella indeleble en nuestro tiempo, indicando con su propia vida la manera de vivir la gran misión del papado en la sencillez y humildad: atención a los pequeños y a los últimos, servir antes que ser servido, no ansiar los primeros lugares. A él le gustaba decir: "Las nubes altas no dan lluvia", si el hombre se ensalza tanto y pierde los contactos con sus hermanos no sirve de nada y se convierte en inútil y estéril.
En el Evangelio está escrito: "En verdad, en verdad os digo: el que cree en mi, hará las obras que yo hago y las hará mayores, porque yo voy al Padre" (Jn 14, 12). ¿Cómo es posible todo esto? Si vivimos en gracia y unidos a Dios en los sacramentos, si las "grandes obras" a las que aspiramos son las de la caridad y del amor recíproco, todo es posible, y cuando habremos hecho todo lo mejor que hayamos podido tendremos que decir con gran humildad: "Somos siervos inútiles", reconociendo nuestra ineficacia si la comparamos a la infinita magnificencia de Dios y de los dones de Su amor.
Los ejemplos de humildad que hemos citado son grandes pero no podemos callar los dos ejemplos más queridos y cercanos a nuestra comunidad: el Obispo ordenado por Dios, Monseñor Claudio Gatti y nuestra hermana Marisa. Su vida es un himno al amor y a la humildad: no han pedido honores, glorificaciones ni cargos, sino que han dicho solo un único, incondicional y sufrido "sí" a la misión de Dios a favor de la Iglesia y de la humanidad.
Oran, sufren y ofrecen en el silencio de su casa desde hace más de 35 años, pidiendo solamente la ayuda de Dios para poder continuar esta dura misión. El Obispo no ha pedido nunca el episcopado para sí, antes bien, cuando lo ha recibido, ha temblado y llorado, pero ha obedecido a la voluntad de Dios y por esto es injustamente condenado, ofendido y escarnecido. Marisa, en su habitación de dolor, continua ofreciendo noches y días de sufrimiento en el silencio, a veces sin revelar ni siquiera al Obispo los propios dolores para evitarle preocupaciones y sufrimientos.
Si sólo por un momento consiguiéramos comprender la sencillez, la grandeza y el sufrimiento de estas dos almas, podríamos comprender hasta el fondo que el amor y la humildad son virtudes alcanzables sólo si estamos íntimamente unidos a Cristo Eucaristía y a Cristo Palabra que nos alimentan y nos iluminan en la vida que lleva al Paraíso.