María, Madre de la Eucaristía, estaba al lado de Jesús durante la Última Cena
"Mi Hijo ha querido que tu leyeras entre líneas en el Evangelio lo que está contenido en profundidad y que no ha sido dicho explícitamente ni por quien lo ha escrito, ni por los que lo han leído". Esto es lo que dijo la Madre de la Eucaristía a nuestro Obispo en el lejano 1991. En los Evangelios, de hecho, no está contenido todo lo que ha dicho y hecho Jesús durante su vida; el mismo evangelista Juan en los últimos versículos escribe: "Otras muchas cosas hizo Jesús. Si se escribieran una por una, me parece que en el mundo entero no cabrían los libros que podrían escribirse".
Dios, a través de sus hijos predilectos unidos a Él, nos permite conocer ulteriores detalles que nos ayudan a comprender mejor Su amor por nosotros y a aumentar la devoción y la fe hacia el gran sacramento del amor: la Eucaristía. Este don ha sido concedido a nuestro Obispo, al que Dios inspira pensamientos, verdades y hechos concernientes a la vida de Jesús y de Su Madre o las grandes realidades de la Iglesia y de la vida cristiana, que transmite a nuestra comunidad con gran alegría y amor. El Obispo habla a todos con la certeza de que sus palabras no son y no serán patrimonio exclusivo de los que ahora lo escuchan, sino que sabe, que por voluntad divina, serán parte del patrimonio de la Iglesia y de la humanidad.
En el Evangelio se habla muy poco de Nuestra Señora; de una lectura superficial se podría pensar que ha tenido un papel marginal en la vida de su Hijo, pero nosotros sabemos con certeza que ella no Lo ha abandonado nunca, estaba siempre a su lado, de manera natural o en bilocación.
Toda la vida terrena de Jesús finalizó en el momento de la institución de la Eucaristía que precedió al sacrificio de la cruz, de su muerte y resurrección. La primera frase que Jesús, encarnándose en el seno purísimo de María, dijo a su Madre fue: "Gracias, mamá, porque me estás formando un cuerpo que servirá para la pasión y la crucifixión. Me estás dando tu sangre, la sangre que yo derramaré durante la pasión". Jesús, con estas palabras quiso agradecer a Su Madre por su cooperación en el gran don que Dios ha hecho a los hombres: la Eucaristía. En la Eucaristía, Jesús está presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, pero aquel Cuerpo ha sido engendrado por María y aquella Sangre es fruto del sí de María.
Después del primer gracias de Jesús hacia su Madre, han seguido nueve meses de embarazo que toda madre lleva a cabo y entre la Madre y el pequeño Jesús, presente en su seno, han habido intensos coloquios y grandes oraciones dirigidas al Padre. En estos diálogos, uno de los argumentos más tratados ha sido el de la Eucaristía. Jesús ha hablado a Su Madre de lo que diría y de lo que haría y se ha detenido muchas veces en la institución del Sacramento de la Eucaristía. Con ocasión de la circuncisión del Niño Dios, ocho días después de su nacimiento, antes que sus carnes inmaculadas fueran rasgadas y derramaran la primera sangre, Jesús, dirigiéndose a su Madre que temblaba por el primer sufrimiento de su Hijo, exclamó: "Tu eres Madre de la Eucaristía".
Cuando Jesús empezó su vida pública, eligió a los apóstoles y los instruyó, yendo de un lugar a otro. Cuando Jesús caminaba, rodeado por los apóstoles, Nuestra Señora permanecía siempre al final, porque quería dejar todo el terreno a Jesús y a los apóstoles. Entonces Jesús, a veces se detenía, se giraba, sonreía a su Madre y le hacía señas para que se acercara, diciéndole: "Ven, mamá, ven a Mi lado". Su Madre se acercaba a Jesús el cual la cogía por el hombro y así reemprendían juntos el camino.
El día de la institución de la Eucaristía, Jesús, como nos narra Juan, le pidió a él y a Pedro que prepararan lo necesario para la celebración de la Pascua. Pedro y Juan, en poco tiempo no habrían podido hacerlo todo ellos solos; se tenía que comprar el cordero, limpiarlo y cocerlo; hacía falta preparar los panes ácimos y las hierbas amargas. Los dos discípulos fueron ayudados por Nuestra Señora y las pías mujeres. En el octavo capítulo del Evangelio de Lucas leemos que estaban con Jesús y los Doce: María Magdalena, Juana y Susana, que había sido libradas del demonio y de otras enfermedades, y otras mujeres que no se nombran, que servían a Jesús y a los apóstoles con sus bienes. Estas mujeres, junto a Nuestra Señora, acompañaban siempre a Jesús y formaban una comitiva que lo seguían. Los apóstoles no podían pensar en las provisiones, en la comida y en buscar los lugares donde dormir, en esto pensaban sus hermanas, pero sobre todo la Madre de Jesús que se prodigaba para que todo fuese preparado con cuidado y del mejor modo posible. Desde el momento en que solo Nuestra Señora sabía para que serviría aquella sala, ella se puso humildemente al servicio de Dios Hijo como cocinera y sirvienta, limpiando y adornando con amor la sala para la Pascua. Era consciente que la vida de su Hijo se encaminaba a su final y que tendría que afrontar la captura, la pasión y la muerte. A pesar de que la alegría y el sufrimiento embargaban su corazón al mismo tiempo, no dijo nada a sus compañeras, oraba y era feliz de que el fruto de su trabajo pudiese servir para la primera, grande y solemne S. Misa que celebraría Jesús.
Una vez llegado Jesús al cenáculo, fue acogido por su Madre y por las otras mujeres que, bajo la sugerencia de Nuestra Señora, por reserva y discreción se reunieron en otra habitación contigua, para dejar así a Jesús la posibilidad de hablar una vez más con los apóstoles. El Hijo de Dios explicó a los apóstoles que celebrarían la Eucaristía, aquel gran misterio, aquel gran sacramento del que les había hablado muchas veces con anterioridad y les dijo palabras que inflamaron su corazón. Poco antes de la institución de la Eucaristía, Jesús llamó a su Madre y la hizo sentar exactamente a su lado. Es impensable que Jesús no tuviese a su lado a su Madre en el momento más importante de su misión terrena. Estaban Jesús Eucaristía, sacerdote y víctima en la misma persona, con la Madre de la Eucaristía al lado, que ha comulgado y ha recibido a su Hijo. El amor de Nuestra Señora es siempre sorprendente, de hecho, sin olvidar a las pías mujeres, dijo a Jesús: "También mis hermanas serían felices de recibirte", y Jesús permitió que también ellas recibieran la S. Comunión. En aquel momento, por primera vez, la Iglesia estaba presente en sus múltiples realidades: Jesús Eucaristía, la Madre de la Eucaristía, los ministros de la Eucaristía y los laicos. La Iglesia estaba toda alrededor de la Eucaristía.
A continuación, después de la muerte y resurrección de Cristo, Nuestra Señora, continuó animando a los apóstoles a celebrar la S. Misa, invitándoles a repetir el gesto de Jesús. Cristo, después de su resurrección se manifestó más de una vez a los apóstoles, mientras María estaba continuamente presente en medio de ellos. La Madre de la Eucaristía, además de ser madre, ha sido también maestra de los primero obispos, de los apóstoles, de los primeros sacerdotes, de los primeros cristianos. Nuestra Señora, de hecho, ha puesto a disposición de los apóstoles su profundo conocimiento del misterio eucarístico, recibido gracias a los íntimos coloquios con su Hijo. Después de que Jesús subiese al Cielo, Nuestra Señora fue la que ha conservado del modo más luminoso y sublime el recuerdo de la vida de Jesús y de sus acciones. A las enseñanzas de su Hijo, añadió de manera discreta las suyas y los apóstoles lo atesoraron. En el Evangelio se habla poco de Nuestra Señora, precisamente porque ella lo pidió. La Madre de la Eucaristía quería que la escena fuese ocupada completamente por su Hijo, por el Mesías, y que nadie más pudiese reclamar sobre sí la atención, que tenía que ser concentrada exclusivamente sobre Jesús Eucaristía.
El 24 de octubre de 2007, la Madre de la Eucaristía ha hecho su entrada oficial en el cenáculo de la Última Cena. Durante la aparición reservada al Obispo y a la Vidente, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo han bendecido una estatua de la Madre de la Eucaristía realizada por un miembro de nuestra comunidad. Al inicio del encuentro de oración, la estatua ha sido llevada por el Obispo a nuestra capilla y colocada en el vacío presente entre Jesús y Juan en la escultura que representa la Última Cena de Leonardo de Vinci. Después de dos mil años desde que Cristo instituyera la Iglesia, otra verdad importante ha sido oficialmente revelada por Dios: María, Madre de la Eucaristía estaba al lado de Jesús durante la Última Cena.