El Año de la Esperanza
8 diciembre 2007 - 8 diciembre 2008
El 8 de diciembre del 2007, terminado el Año de la Humildad, empezó el Año de la Esperanza. El Obispo nos ha invitado a dirigir nuestra mirada hacia la Madre de la Eucaristía, la que siempre invocamos con las palabras: "Dios te Salve Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra...." María es la obra maestra de Dios, es la esperanza del género humano, porque todos nosotros, en nuestra debilidad, admirando esta maravillosa criatura, podemos ser confortados e iluminados por su luz y por su gracia inmensa. María es la esperanza de la Iglesia, porque la ha acompañado siempre y sostenido a lo largo de los siglos en su camino, a veces duro, espinoso, difícil y marcado por las persecuciones. María es nuestra esperanza: nosotros podemos esperar y tener la certeza de asemejarnos a Dios porque ésta es Su voluntad ("creó al hombre a Su imagen y semejanza"), por tanto podemos asemejarnos espiritualmente también a la Inmaculada Concepción y esperar que nos convirtamos en hostias puras, inmaculadas y agradables a Dios.
La esperanza sobre la que nos ha hablado el Obispo no es la humana, sino la sobrenatural, es la virtud teologal que está presente en el hombre cuando está en gracia;
Esperar, en este caso, quiere decir tener la certeza. En la carta a los Romanos, refiriéndose a Abraham, S. Pablo escribe: "Él creyó, esperando contra toda esperanza", es decir tuvo la certeza de que Dios mantendría sus promesas y lo haría fundador de un pueblo tan numeroso como las estrellas del cielo; esta certeza permaneció siempre en el corazón de Abraham, incluso en el momento en el que el Señor le pidió que ofreciera como víctima de propiciación a su único hijo Isaac.
El Obispo nos ha explicado que también nosotros, como comunidad, estamos llamados a esperar contra toda esperanza, tenemos que tener la certeza de que Dios realizará sus planes y pondrá como cabeza del clero a aquél que ha sido condenado y alejado por el clero, aunque las apariencias humanas hoy indiquen exactamente lo contrario. Desde el punto de visto humano nadie puede pensar que quien ha sido muerto moralmente, pueda resucitar para cumplir cosas tan grandes que todos los hombres se maravillarán, pero esto es lo que sucederá, porque Dios no defrauda, sino que realiza sus designios cuando Él lo decide. S. Pablo mismo en la carta a los Romanos nos enseña que "la esperanza no nos defrauda" (Rom. 5, 5). El Obispo nos ha exhortado a pedir a la Madre de la Eucaristía que infunda en nosotros una esperanza cada vez más fuerte en un momento en el que, como comunidad, estamos solos, abandonados, traicionados, humillados, calumniados y dispersos. Por otra parte tenemos que vivir de manera alegre la espera de que Dios realice sus designios ("Alegres en la esperanza" - Rom. 12, 12); en esto tenemos que imitar a María, que desde el momento de la Anunciación ha esperado con alegría el nacimiento de su Hijo. En su corazón estaba presente la alegría, pero también el dolor, porque sabía que aquel niño que tenía en su seno sufriría mucho. Durante la pasión y muerte de su hijo sintió alegría y dolor, porque sabía que a través de la muerte de Jesús resucitarían muchos de sus hijos.