La piedra que han desechado los constructores se ha convertido en piedra angular
El 1º de abril de 1998, el futuro Obispo ordenado por Dios, fue injustamente suspendido a divinis por la autoridad eclesiástica, sólo por haber obedecido a la orden de Dios al celebrar la Santa Misa el 8 de marzo de 1998, día del treinta y cinco aniversario de su ordenación sacerdotal, en el lugar taumatúrgico de via delle Benedettine. Después de diez años, esta ilegítima e inválida decisión y las sucesivas, también injustas, se han dado la vuelta contra los enemigos de Dios: Jesús Eucaristía y la Madre de la Eucaristía han triunfado en todo el mundo. La piedra que han desechado los constructores se ha convertido en piedra angular. El 1º de abril del 2008, exactamente diez años después de la injusta condena, el Obispo ordenado por Dios, S.E. Mons. Claudio Gatti, nos ha desvelado puntos importantísimos que se añaden a la narración ya conocida de aquellos acontecimientos, que forman parte de nuestra historia y que en un futuro se convertirá también, como ha dicho Jesús, en Historia de la Iglesia.
El primero de abril del 2008, exactamente diez años después de su injusta suspensión a divinis, el Obispo ordenado por Dios, Su Excelencia Monseñor Claudio Gatti, ha hecho saber a la comunidad algunos puntos que, hace diez años, por diversos motivos, todavía no era oportuno desvelar íntegramente. Nuestro Obispo, sólo en un segundo momento, ha comprendido el porqué de estos sucesos para él muy dolorosos, de los cuales nos ha hecho partícipes. Para hacer comprender mejor al lector el desarrollo de los acontecimientos es oportuno hacer un pequeño paso atrás, así como un breve resumen. El cardenal vicario Camilo Ruini, el 8 de diciembre de 1994, había prohibido a Don Claudi Gatti que celebrara la S. Misa en el lugar taumatúrgico de via delle Benedettine, con el pretexto de querer examinar la actividad del Movimento Impegno e Testimonianza y de estudiar las apariciones de la Madre de la Eucaristía. A tal fin instituyó una comisión que interrogaría a los testigos y haría todas las verificaciones sobre el caso, además de analizar las numerosas hostias que han sangrado en el lugar taumatúrgico (hasta hoy ha habido globalmente 185 milagros eucarísticos). Nada de todo esto se ha hecho nunca. Si el mismo Don Claudio Gatti, responsable del Movimento, por aquel entonces todavía simple sacerdote, no hubiese animado a algunos miembros de la comunidad a ir al Vicariato, estos eclesiásticos no habrían visto a ningún miembro de la comunidad. Si el futuro Obispo ordenado por Dios no hubiese ido en persona a verlos a ellos y a informarles periódicamente, los hombres de la Iglesia habrían sabido bien poco. La obligación de la comisión era la de verificar, pero después de tres años y medio, nada ha sido hecho, porque ya había sido trazada la línea de conducta: llegar a la condena del sacerdote y esperaban sólo un pretexto. Un pretexto que no encontrarían nunca en la conducta ejemplar de Don Claudio Gatti, que ha ejercido siempre el ministerio sacerdotal en perfecto acuerdo con los preceptos y dictámenes de la Iglesia.
Ha sido justamente Dios, que sabe las intenciones de los hombres, el que ha hecho salir al descubierto a sus enemigos, ordenando a Don Claudio que celebrara la Santa Misa, e indicando la fecha del 8 de marzo de 1998, treinta y cinco aniversario de su ordenación sacerdotal. "Yo, Jesús, quiero aquí la Santa Misa. Yo, Jesús, quiero aquí la Eucaristía consagrada por mi sacerdote". (Carta de Dios, 22 febrero 1998). En aquellos días, Don Claudio Gatti, desgarrado entre la obediencia a Dios y el amor por la Iglesia, empezó a hacerse diversas preguntas que le hirieron y su sufrimiento aumentaba a medida que se acercaba la fecha del 8 de marzo. A estos interrogantes durante años, Don Claudio no ha sabido dar una respuesta. "¿Por qué Dios me pone en manifiesto conflicto con la autoridad eclesiástica - se preguntaba el sacerdote- por qué me tengo que poner en una situación de manifiesta rebelión, justamente yo que siempre he predicado obediencia y docilidad? ¿Por qué tengo que ser considerado como uno que rompe la unidad de la Iglesia?" a estas preguntas el Obispo ha encontrado una respuesta solo recientemente, pero hablaremos de ello más adelante.
Ante la orden de Dios, Don Claudio ha inclinado la cabeza y ha dicho: "Estoy dispuesto a ser condenado", porque estaba seguro de que, de esta obediencia suya a Dios, los hombres encontrarían el pretexto para condenarlo. Nuestro Obispo está en buena compañía, de hecho también respecto a Jesús, los doctores del templo, al no encontrar en él ninguna imputación, se vieron obligados a conseguir dos testigos que dijeran que le habían oído decir que destruiría el templo de Dios y lo reedificaría en tres días.
El 27 de febrero 1998, Don Claudio mandóo al cardenal Ruini una carta en la que pedía, en nombre del Señor, el permiso para celebrar la Santa Misa el 8 de marzo. La celebración era solicitada como "un tantum" y sólo para la ocasión del aniversario sacerdotal. Don Claudio adjuntó a la misiva también el mensaje de Jesús del 22 de febrero, en el que el Señor le pedía que celebrara la Misa el 8 de marzo. El 5 de marzo el Vicegerente, Monseñor Cesare Nosiglia, telefoneó a Don Claudio comunicándole el claro rechazo del cardenal Ruini ante la petición de la celebración de aquella única santa Misa. "El cardenal ha recibido tu carta - ha explicado Nosiglia por teléfono- no te concede la facultad de celebrar el 8 de marzo y te pido obediencia a sus directivas". Don Claudio ha respondido con firmeza: "No puedo obedeceros a vosotros porque desobedecería a Dios" y añadió: "Ante una orden de Dios estoy dispuesto incluso a perder la vida, por respetarla".
Al día siguiente, 6 de marzo, se presentó, sin preaviso, en via delle Benedettine, el canciller del vicariato, Don Giuseppe Tonello, que quiso ver inmediatamente a Don Claudio. Don Tonello le leyó el decreto de Ruini, decreto en el cual el purpurado amenazaba con la suspensión a divinis si el sacerdote celebraba la Misa el 8 de marzo. Terminada la lectura del decreto, Don Claudio la dobló y la colocó sobre su mesa, diciendo: "Ahora dejemos descansar este decreto, porque usted sabe muy bien que puesto que lo rechazo, pido un nuevo decreto". De hecho, según el código de derecho canónico, en los diez días que van desde el momento de la comunicación del primer decreto, a la comunicación del segundo, se suspende la orden dada. Era el 6 de marzo y Don Claudio había manifestado claramente su intención de impugnar el decreto. Por tanto, la S. Misa celebrada por Don Claudio el 8 de marzo estaba fuera de la prohibición del decreto, porque durante diez días, es decir el 6 de marzo al 16 de marzo de 1998 el decreto estaba suspendido. Fue castigada, por tanto, una acción cometida durante la suspensión del decreto. Fue suspendido a divinis un sacerdote sólo porque hizo lo que todos los sacerdotes deberían hacer cada día con amor: la celebración Eucarística, el acto de culto más importante y más agradable a Dios.
Don Claudio perfeccionó después la recusación del decreto, en los limites de los 10 días prescritos. De hecho el recurso, con el que se pedía la revocación del decreto, fue mandado el 14 de marzo al cardenal Ruini. Los otros prelados se agarraron también al hecho de que en la carta escrita por el sacerdote no había fecha, olvidándose que da fe de ello el sello postal, que atestiguaba precisamente la fecha del 14 de marzo.
El 8 de marzo de 1998, el Obispo, obedeciendo a Dios, celebró quizás una de las santas Misas más sufridas de su vida y también lloró durante la consagración. El sacerdote no temía las consecuencias de su gesto, pero sabía que serviría de instrumento para censurar las apariciones, los milagros eucarísticos y negar su origen sobrenatural.
El 21 de marzo un mensajero del vicariato dejó un pliego en via delle Benedettine que contenía la citación de Don Claudio en el Vicariato para las 13 horas del 1º de abril. El 27 de marzo el Vicegerente, Mons. Nosiglia, llamóo de nuevo a Don Claudio confirmándole la citación.
El 1º de abril de 1998, Don Claudio fue al Vicariato, estaba muy sereno y se llevó consigo la Eucaristía que había sangrado el 22 de marzo, poniéndosela sobre el corazón para tener el valor de afrontar "a los lobos rapaces con vestidos de ovejas". Don Claudio por tanto, fue recibido y conducido a una habitación en la que estaban presentes Mons. Nosiglia, Don Tonello y el vicario judicial, padre B. Martinello. A Don Claudio le fue leída la carta de Ruini, no presente en el encuentro, conteniendo la notificación de la sanción de la suspensión a divinis, carta a la que el Obispo de la Eucaristía responderá punto por punto. Mons. Claudio Gatti nos ha confiado que Nosiglia estaba muy tenso, él, en cambio, estaba muy tranquilo. Acto seguido fue redactado el verbal, la Virgen estaba al lado de Don Claudio y lo ayudó; el sacerdote corrigió el verbal, hizo escribir lo que él quería, prácticamente lo dictó él mismo. Don Claudio se preocupaba de la situación espiritual de Mons. Nosiglia y le pidió hablar con él a solas, porque sabía lo que encontraría renegando a Dios. En aquel momento, Don Tonello y padre B. Martinello salieron de la habitación, pero no se percataron de que en la habitación contigua había un miembro de la comunidad que había acompañado al sacerdote, el cual oyó claramente a padre B. Martinello decir a Don Tonello: "Don Gatti tiene las ideas muy claras". Después, cuando Don Claudio se quedó solo con el obispo Nosiglia, le dijo: "¿Qué estáis haciendo? Delante de Dios, de la Iglesia y de la historia habéis contraído graves responsabilidades, vuestra actuación será desmentida y vuestras decisiones serán declaradas inválidas e ilegítimas". Intentando ayudar y salvar a Nosiglia, Don Claudio afirmó: "Si quieres salvarte, aléjate de Roma, pide una diócesis, márchate de Roma". El sacerdote formado en la escuela de la Virgen, añadió: "Para nosotros es una ventaja sufrir ahora por la Eucaristía, pronto se realizará el triunfo de la Eucaristía y será nuestro triunfo, pero a vosotros ¿qué os deparará?". Don Claudio por tanto, tomó la Eucaristía que había sangrado el 22 de marzo, se arrodilló en profunda adoración, con la esperanza que su hermano sintiese un movimiento de espíritu, un levantamiento moral, un momento de lucidez. La esperanza era también la de que la presencia de Jesús Eucaristía lo ayudase a zarandear su conciencia y que lo ayudase a admitir que estaba equivocado. Nosiglia, en aquel momento podía escoger estar de parte de Dios o contra Él. Don Claudio, aunque no veía el rostro del Vicegerente, comprendió que estaba luchando, y rogó para que obtuviese la victoria, pero el miedo al cardenal Ruini fue más fuerte, y por tanto, con una mirada dura, usando una expresión fuerte, dijo: "¿Qué me has traído? Para nosotros eso es un trozo de pan, ¡tíralo!". El Obispo de la Eucaristía nos confió que sólo a continuación comprendió que aquella mirada dura de Nosiglia no iba dirigida contra él, sino contra quien lo había metido en aquella repulsiva situación: Ruini.
Pocos instantes después volvieron los otros dos sacerdotes, leyeron el verbal, Don Claudio lo firmó y saludando a Nosiglia le dijho: "Reza por mi, no porque me he equivocado sino para que tenga la fuerza de aceptar serenamente lo que vosotros habéis hecho mal y con perversidad". Nosiglia respondió así: "Reza también tu por mi". Don Claudio, levantando los ojos al cielo, añadió: "Espero y deseo que nos encontremos en el otro lado los dos juntos".
Don Claudio salió del Vicariato y se dirigió a la plaza San Giovanni, donde Marisa, casi todos los jóvenes y numerosos adultos de la comunidad lo estaban esperando. Habían sido advertidos de su llegada. Habían estado en adoración en la basílica lateranense, durante todo el tiempo del encuentro. La Virgen estaba tanto con los que rezaban como con Don Claudio que estaba luchando por defender a Jesús Eucaristía y la verdad. Diversos miembros de la comunidad, viendo al sacerdote sereno y sonriente pensaron que no había sido condenado, que el encuentro había terminado bien. Marisa, que había estado en bilocación con la Madre de la Eucaristía durante todo el tiempo al lado del sacerdote, sabía como habían ido los hechos y exclamó: "No, el encuentro no ha ido bien, ¡lo han crucificado!". Don Claudio, aquella misma tarde, se visó en la circunstancia de tener que consolar a sus hijos espirituales que, de la plaza San Giovanni, lo habían seguido hasta via delle Benedettine: "Secad las lágrimas, que vuelva la sonrisa a vuestros rostros, abrid el corazón a la esperanza - fueron las conmovedoras palabras de Don Claudio a sus hijos más jóvenes- porque éste es un día de victoria y de triunfo. Jesús os ha hecho el honor de que sufráis algo por Él y a mi y a Marisa nos ha pedido que nos inmolemos por Él. Hoy me siento más sacerdote, más semejante a Cristo, porque soy también víctima, puedo decir con Jesús que soy sacerdote y víctima. A los primeros cristianos se les pedía que no adoraran a Jesús y a causa de su negación eran perseguidos, flagelados y muertos. Ellos derramaron la sangre de manera cruenta, nosotros la derramamos de manera incruenta, amando a la Eucaristía, por la que estamos dispuestos a dar la vida. Ahora cantemos "Ven María", invitemos a la Madre de la Eucaristía a venir en medio de nosotros y como signo de victoria, de fiesta, deseo que acojáis a la Virgen agitando los pañuelos como si fueran banderas y estandartes". Los jóvenes agitaron los pañuelos enseguida esperando la aparición. El más absoluto secreto sobre el contenido de esta carta de Dios ha sido mantenido durante 10 años, hasta que Su Excelencia Mons. Claudio Gatti, el primero de abril del 2008, ha eximido de la orden de silencio porque le ha sido ordenado de lo Alto que revelara el contenido. Acto seguido publicamos algunos trozos. La Madre de la Eucaristía ha elogiado el comportamiento y el valor de Don Claudio: "Vuestro sacerdote ha combatido la batalla, ha hecho un gesto de gran heroísmo que ningún sacerdote de la Tierra habría hecho, por miedo, mejor dicho, habría renegado la aparición eucarística, con tal de sentirse en orden, con tal de tenerlo todo de los grandes sacerdotes". La Virgen ha añadido luego: "Comprendo, mi querido sacerdote predilecto, tu gran sufrimiento, pero también tu gran heroísmo, tu puedes decir: "llevo la palma del martirio", has hecho todo lo que podías hacer, pequeño sacerdote delante de los hombres, pero grande a los ojos de Dios, has amado, amas, sabes amar... vuestro sacerdote ha sufrido el martirio".
La Madre de la Eucaristía, llenando de alegría los corazones de los presentes, ha afirmado luego: "Tú, mi querido sacerdote predilecto, eres grande, muy grande, por esto Dios Padre me ha mandado para decirte: ¡te declaramos santo!". Más aún: "Este decreto no es válido, en él no hay sinceridad, tampoco los otros decretos son verdad". "Has hecho de todo, has tratado de salvar también al Vicegerente -ha continuado la Virgen celeste- ahora le toca a él decidir de que parte está", y luego otra caricia materna dirigida también al sacerdote: "Sé fuerte, lleva la palma del martirio y haz ver y conocer tu santidad". Después ha venido Jesús, que ha dicho: "Dios Padre te ha declarado santo, Dios Padre nos ha llamado uno a uno y nos dicho que vayamos a aquel lugar taumatúrgico porque hoy Dios ha santificado a Don Claudio Gatti, después tocará a Marisella" (como luego ha ocurrido el 2 de mayo de 1999 - N. d R.).
Don Claudio Gatti, en los días siguientes, escribió a Ruini rebatiendo punto por punto toda su carta de condena. Don Claudio sabía que desde el punto de vista jurídico, la carta del Vicario General no tenía valor, y trató de hacer oposición, dirigiéndose a un legalista, experto en derecho canónico, que afirmó: "Mire, en el Vaticano hay una ley no escrita que dice que los superiores siempre tienen razón, no se espere algo bueno para usted. Ninguna Congregación Romana pondrá nunca en discusión la autoridad del obispo". Don Claudio, de todos modos, alentado por la Virgen, y también para dejar un testimonio, escribió una carta dirigiéndose a la Congregación para el Clero del cual era prefecto el cardenal Darío Castrillón.
La Congregación, en el recurso de apelación, examinadas las cartas y los procedimientos para ver si había defecto o vicio de forma y, si todo estaba correcto, dieron la razón al superior. El cardenal Castrillón, puesto en antecedentes por Ruini, se sirvió de un testigo falso e indicó una fecha por otra. El testigo falso es el de Don Claudio Cazzola, entonces párroco de la parroquia de Nuestra Señora de Guadalupe, el cual afirmó que Don Claudio Gatti había celebrado la S. Misa el 8 de marzo de 1997. En verdad Don Claudio había celebrado la Misa el 8 de marzo de 1998 y no el año anterior; por otra parte, don Claudio Cazzola no estaba presente en esta celebración eucarística. La Congregación para el Clero utilizó un testigo falso e indicó una fecha incorrecta. Don Claudio escribió a la Congregación para el Clero poniendo en evidencia esta falsedad, pero nadie le respondió, a pesar de que era evidente la injusta e ilegítima condena del sacerdote.
Ya hemos hablado de las dolorosas preguntas que se hizo en aquellos días Don Claudio Gatti, en el momento en el que Jesús le pedía una cosa y la autoridad eclesiástica le pedía una completamente opuesta. El Señor ha hecho comprender, en los años sucesivos, al Obispo de la Eucaristía, los motivos por los cuales ha llevado al sacerdote a tenerse que enfrentar duramente con la autoridad eclesiástica. El Obispo nos reveló las razones, el pasado primero de abril, a dieciséis años exactos de su suspensión a divinis. Esta condena, seguida después de aquella otra de la reducción al estado laical, las dos sufridas injustamente, tienen significados precisos. El primero es el de desenmascarar a estas personas, para que un mañana aparezca claro a todos los que tenían mala fe y sean condenados, además de que todos sus actos serán declarados nulos e inválidos. Se comprenderá, por tanto, que eran lobos vestidos de ovejas, que eran mercenarios y no pastores, porque sus mismas acciones los condenarán. De hecho, uno de los cometidos de la gran misión que Dios ha confiado al Obispo y a la Vidente es justamente el de desenmascarar a los enemigos de la Eucaristía. Por otra parte, la suspensión a divinis y la reducción al estado laical han restituido al Obispo la plena y total libertad que antes, como sacerdote incardinado en la diócesis de Roma y dependiente de la misma, no tenía. Ha sido justamente por esta libertad que el Obispo de la Eucaristía ha podido escribir todas aquellas numerosas cartas y sobre todo dirigirlas a toda la jerarquía católica. Cartas en las que defiende la verdad, los 185 milagros eucarísticos ocurridos en el lugar taumatúrgico, las numerosas Teofanías Trinitarias, las apariciones de la Madre de la Eucaristía. Por otra parte, denuncia las injusticias y los "abusos de poder", como los ha definido Jesús por parte de los vértices eclesiásticos contra él. Los hombres de la Iglesia ya no podían decir nada más, no podían mandar nada y ya no podían pedir al Obispo obediencia.
Sus malvadas, injustas y perversas acciones se han girado contra ellos y la verdad, que es fulminante por si misma, está emergiendo y saliendo como una fuente que inunda el terreno circundante.
Hemos podido imprimir las cartas de Dios, libremente y sin pedir autorización a la autoridad eclesiástica y publicarlas en el giornalino y en la web de Internet de nuestra comunidad. Ha sido posible difundir las enseñanzas, ayudas y ánimos de Jesús Eucaristía y de la Virgen, perlas preciosas que algunos habrían querido censurar, como han censurado al Papa Juan Pablo II cuando, en una audiencia del miércoles dijo: "María, Madre de la Eucaristía, os proteja a todos". Estos eclesiásticos han comprendido que su comportamiento, las injustas condenas, son como los goles en propia puerta o como los boomerangs que se están girando contra ellos. Se han dado cuenta que se han equivocado, aunque por su soberbia y su orgullo no lo admitirán nunca. El Obispo del Amor ha tenido de Dios la confirmación de todos estos pensamientos suyos, en uno de los frecuentes coloquios matutinos entre él, la Vidente Marisa Rossi y Dios Padre. "Dios me ha dado la respuesta y me ha dicho que están desesperados por lo que han hecho, porque está rebotando contra ellos, pero ya no pueden parar nada". Lo podrían hacer sólo si llamasen al Obispo y reconocieran que su ordenación episcopal es de origen divina. Dios también ha añadido, dirigiéndose a Mons. Claudio Gatti: "No te hagas ilusiones, porque son todavía fuertes, son como un muro poderoso que os hace frente y os amenaza". San Pablo, en la primera carta a los Corintios escribió: "Si los príncipes de este mundo hubieran sabido los planes de Dios, no habrían crucificado al Salvador" (I Cor. 2, 8). Si los poderosos hombres de la Iglesia hubiesen pensado que, condenando al Obispo de la Eucaristía, lo favorecerían a él y desfavorecía a ellos, no habrían hecho lo que han hecho. Eso no significa que estas condenas no hayan provocado un enorme sufrimiento al corazón del Obispo Claudio Gatti. También en esto, el Obispo ordenado por Dios es semejante a Cristo en Getsemaní, al que ama profundamente y al que siente particularmente cercano, en cuanto que participa en su sufrimiento y repite en su corazón el grito: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?". Hace suyas también la otras palabras del Redentor: "Padre, si es posible, aleja de Mi este cáliz, pero que se haga Tu voluntad, no la mía".