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"Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y Verdad"

En el encuentro entre Jesús y la mujer samaritana, el Señor profetiza el sacrificio eucarístico

El encuentro de Jesús con la mujer samaritana junto al pozo de la ciudad de Sicar, correspondiente a la zona donde surge la moderna Nablus, es una maravillosa página del Evangelio de la cual brota el amor de Cristo por las almas. En este encuentro brilla la luz arrolladora, que Cristo propaga por todo el mundo, atravesando todos los siglos de la historia humana. El Señor ha dedicado cada ocasión y cada instante de su vida terrena para volver a llevar a sus hijos a la casa del Padre, yendo incluso más allá de los prejuicios de los hombres. Los judíos, de hecho, no tenían buenas relaciones con los samaritanos, pero Jesús no se detiene ante estos límites humanos, porque para Dios la salvación de las almas es prioritaria.

Cristo está cansado y sediento y se sienta junto al pozo, donde se encontrará con la samaritana. Jesús, con la excusa de que no hay comida, envía a todos sus apóstoles a buscar algo para comer, porque quiere quedarse solo con esta alma. Cristo espera junto al pozo y se alegra en su corazón, porque sabe que aquélla es una ocasión de conversión no sólo para la mujer, sino también para otras muchas personas, para muchos samaritanos los cuales, de hecho, dirán a la mujer: "No creemos ya por lo que tu nos has dicho, sino porque nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que éste es el Salvador del mundo" (Jn. 4, 42)

La mujer, ciertamente, se ha acercado a Cristo con circunspección, habiendo comprendido que Él era judío. Entre los samaritanos y los judíos había una profunda división, cuyo origen era dictado no sólo por causas históricas, sino también por la mentalidad judaica, según la cual estaba prohibido tener contacto con los samaritanos, y si eso ocurría, un buen judío tenía que hacer obras de purificación personal, porque los samaritanos eran considerados impuros, como los paganos. Justamente por estas razones, la mujer se ha sorprendido cuando Jesús se ha dirigido a ella pidiéndole de beber: "¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mi, que soy samaritana?". Cristo le da una respuesta maravillosa, ante la cual nos tendríamos que parar entusiasmados: "¡Si tu conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: "dame de beber"!, tu le habrías pedido a él y él te habría dado agua viva" (Jn. 4, 10). La mujer ignoraba quien era Jesús, al igual que hoy, nosotros los hombres, nos acercamos a Él sin conocer quién es el Interlocutor que nos habla, quién es la Persona que alimenta nuestra fe y qué es la Eucaristía de la cual nos nutrimos. En todos los tabernáculos de la Tierra, el Señor espera ser recibido en gracia por los hombres,

Pero todavía muchos no Lo conocen porque pocos sacerdotes hablan de Él.

Después de dos mil años, el Obispo de la Eucaristía, sostenido por la luz de Dios, ha evidenciado una importante verdad: Cristo no ha hablado por primera vez de la Eucaristía en el sexto capítulo del Evangelio de Juan, sino en el cuarto, en el encuentro con la samaritana, cuando Jesús profetiza el sacrificio eucarístico.

Leamos las palabras de la samaritana: "Nuestros padres han adorado a Dios en este monte (Monte Sicar, N. d R.) y vosotros decís que es en Jerusalén donde se debe adorar" y Jesús le responde: "Créeme, mujer, llega la hora en la que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre, vosotros adoráis lo que no conocéis, nosotros adoramos lo que conocemos porque la salvación viene de los Judíos, pero ha llegado la hora en la que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así son los adoradores que el Padre quiere"

En tiempos de Cristo, en el monte de Jerusalén se llevaban a cabo sacrificios de animales. Estos sacrificios han sido sustituidos de manera excepcionalmente grandiosa por el sacrificio de la cruz, el sacrificio eucarístico. Jesús lo profetiza a la mujer samaritana, y con la frase "los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad" quiere hacernos comprender que el culto más alto que podemos ofrecer a Dios, es el sacrificio eucarístico, la S. Misa.

La Madre de la Eucaristía nos ha dicho diversas veces que lo que ha sido enseñado y predicado en el lugar taumatúrgico de via delle Benedettine es más grande que las enseñanzas dadas por los grandes teólogos. El Señor está utilizando al Obispo de la Eucaristía como un micrófono, para gritar a los cuatro vientos Su palabra y para difundir el amor a Jesús Eucaristía y a la Madre de la Eucaristía en todo el mundo. Cada sacerdote tendría que ser un micrófono de Dios, para hacer comprender la grandeza y la belleza de ser cristianos y la alegría de la unión con Cristo.