El 8 de agosto de 2009, Marisa, nuestra hermana y madre espiritual, ha volado al Paraíso
El 11 de agosto de 2009, en el lugar taumatúrgico hemos saludado a Marisa, nuestra hermana y madre espiritual, que ha volado al Paraíso el 8 de agosto. Después de un último período de sufrimiento indecible, ofrecido por su querido hermano Obispo, Marisa ha cerrado los ojos en los brazos del Padre y se ha ido a gozar del Cielo. El silencio ha descendido en torno suyo, pero estamos seguros de que una gran fiesta la ha acogido en el Paraíso, como nos había preanunciado tantas veces la Madre de la Eucaristía.
El 11 de agosto en el lugar taumatúrgico conmovidos y todavía desorientados por la rapidez con que Jesús llamó a Sí a Su esposa, nos hemos agrupado en oración alrededor de Marisa. El Obispo, con gran fuerza, calma y serenidad ha empezado a hablarnos de ella, nos ha exhortado a verla recostada, no en un ataúd, sino en una patena sagrada porque se había ofrecido toda a Dios. El sacerdote ha elevado hacia Dios a la víctima, la hostia, y mientras hacía este acto litúrgico, todo el Paraíso, empezando por su madre, la Abuela Yolanda, con una vocecita dulce y materna, rezaba y ensalzaba al Señor.
El Obispo ha recordado que él y Marisa han vivido treinta y ocho años el uno al lado del otro en el amor, respetando el candor del alma, la pureza del corazón y la rectitud de los sentimientos. Si no hubiesen estado ellos, hoy en la Iglesia el amor a Jesús Eucaristía sería más decadente, más débil y sin embargo, ha explosionado con poder ante el cual los mismos ángeles quedan estupefactos y maravillados. Marisa ha vivido de lleno lo que S. Pablo dice en la carta a los Filipenses: "Para mi la vida es Cristo y la muerte una ganancia, pero si continuar en la Tierra es útil para vosotros, a pesar de los sufrimientos, prefiero quedarme". Esto ha permitido la realización de millones de conversiones, la reunión de familias, el nacimiento de niños destinados a no ver la luz, accidentes mortales evitados y nuevas vocaciones maduradas y crecidas; Dios ha concedido todas estas gracias por los sufrimientos y las oraciones incesantes de Marisa. Ahora que ella está en el Paraíso, sabemos que vendrá a buscarnos a nuestras casas y si Dios lo permite, la veremos, ya no probada y con las lágrimas en los ojos, sino feliz y alegre de llevar a Dios a sus propios hermanos.
El Obispo ha saludado así a su hermana Marisa: "Ve, hermanita, corre a los espacios del Cielo, persigue y juega con los niños de todas las razas a los que has ayudado y por los que te has preocupado. Sé que derramarás a manos llenas sobre la Tierra el verdadero amor y todos los que lo aceptarán, cambiarán su vida. Hermanita, gracias por lo que has hecho por mi, tu último gran acto de amor lo has realizado en el silencio por mi. Me tendrás que decir si en bilocación inconsciente Dios me ha permitido estar a tu lado, porque todo ha sido cambiado, todos los programas han sido adaptados a las nuevas situaciones, a las nuevas exigencias, y ahora yo te veo sonriente en mi alma, te veo feliz, te veo dispuesta a acoger las oraciones de estos hermanos, cada uno de ellos tendrá gracias que pedirte. Permíteme decirte una frase que ha sido dirigida en su tiempo a Juan Pablo II y que modestamente, creo, que tu tienes más derecho de oír: "Santa enseguida", porque tenemos que dar gracias a Dios por habernos dado personas como tu y no llorar porque se nos han quitado. Y ahora, en nombre de toda la comunidad, deposito un beso en este ataúd - patena, y con este beso está todo el reconocimiento, todo el amor y todo lo que de hermoso, grande, honesto y limpio hemos hecho juntos. No te digo "hasta luego", sino "ciao" que significa "Nos veremos dentro de poco", y cada vez que celebre la Misa tu estarás a mi lado, cada vez que rece, estarás a mi lado, cada vez que sufra para llevar adelante la misión que Dios me ha confiado, tu estarás a mi lado, y por tanto mi "ciao" es un saludo fraterno, afectuoso, convencido y cordial. Ciao, Marisella, que Dios te bendiga y te lleve a lo más alto de los Cielos, donde junto a los ángeles y a los santos, cantarás: "Santo, santo, santo es el Señor Dios de los ejércitos". Ciao, hasta más tarde, querida hermanita".
El 8 de septiembre de 2009, con ocasión del treinta día de la marcha de Marisa hacia el Paraíso, el Obispo le ha regalado una S. Misa, a la que ha participado toda la comunidad, y ha invitado a todos los presentes a vivirla no como una conmemoración, sino como un encuentro vivo y palpitante con nuestra hermana y madre espiritual.
Ella no está lejos de nosotros y desde el Cielo nos dice: "Me he marchado antes que vosotros para prepararos un lugar, y mientras tanto, mientras viváis en la Tierra, yo os ayudaré". Ahora la misión de Marisa consiste en ayudar al Obispo, para que el renacimiento de la Iglesia se pueda intensificar, y en sostenernos a nosotros que la hemos amado y continuamos amándola.
El Obispo nos ha invitado a dirigirnos a ella para obtener aquellas gracias que necesitamos, porque ahora tenemos ante Dios la intercesión de dos grandes mediadoras: Marisa y la Abuela Yolanda, que rezan, nos aman y nos mantienen unidos. El último período estival ha sido rico de situaciones difíciles, pero hemos experimentado que la experiencia del dolor une del mismo que la de la alegría. Todo esto ha sido posible gracias a Marisa que ha tratado de evitar separaciones y alejamientos, como una clueca que protege a sus polluelos bajo las alas.
Otra tarea importante que Dios ha confiado a Marisa es la de proteger a todos los niños, en particular a los de nuestra comunidad a los que ella ama muchísimo; ella los acompañará siempre y los defenderá del mal que puedan encontrar en el mundo.
Probablemente en el futuro notaremos mucho más la falta de nuestra hermana y madre espiritual, porque hemos compartido con ella muchos años de nuestra vida y ella se ha dado toda, pero el Obispo nos ha asegurado que la podremos encontrar junto a la Virgen, a S. José y a la Abuela Yolanda en cada S. Misa celebrada por él. Marisa recogerá nuestras oraciones formuladas en la capilla de la Madre de la Eucaristía y derramará los beneficios en cada lugar de la Tierra, donde haya más necesidad; así el mundo será mejor y donde haya llanto podrá volver la sonrisa, donde haya desesperación florecerá la esperanza, donde haya aversión nacerá el amor.
La Eucaristía ha sido la única razón de la vida de Marisa, que cuando participaba en la S. Misa, incluso cuando estaba muy mal, estaba en la cruz; ahora en cambio está en el Paraíso, en la alegría y en la felicidad. El Obispo ha concluido así el encuentro del 8 de septiembre: "Durante un año desde la partida de Marisa, cada ocho del mes nos reuniremos para la S. Misa, porque los vínculos de amor entre nosotros y nuestra hermana no se tienen que debilitar con el tiempo, sino reforzarse y convertirse en una cadena de oro que nos una a nosotros y sobre todo nos una a Dios y a la Madre de la Eucaristía".