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La Inmaculada Concepción abre la Historia, la Madre de la Eucaristía cierra la Historia

Entre la Inmaculada Concepción y la Madre de la Eucaristía existe un hilo conductor que atraviesa la Historia. Como confirmación de esto, el 17 de julio de 1994, Marisa por primera vez había visto a dos Vírgenes: la Inmaculada de Lourdes y la Madre de la Eucaristía. "Dios ha querido que abriese y cerrase la Historia" (Carta de Dios, del 11 de febrero de 1995).

Como nos había explicado Mons. Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, esto significa que ningún otro título que se dé a la Virgen en un futuro será más importante que el que le ha dado Jesús en el momento de su circuncisión diciéndole: "Tu eres la Madre de la Eucaristía"

La Virgen ha sido la primera criatura redimida: a ella le han sido aplicados por anticipado los méritos de la pasión, muerte y resurrección del Hijo. En esto brilla la plena, total y completa libertad de Dios que no tiene límites de tiempo ni de espacio y ha aplicado a la Madre los méritos del Hijo por anticipado. María, por lo tanto, ha sido concebida sin pecado original y llena de gracia. Éste es el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por Pío IX en 1854 y confirmado por la misma Virgen en Lourdes cuando, apareciendo en el 1858 a Bernardette, dijo: "Yo soy la Inmaculada Concepción".

En el pequeño pueblo francés de Lourdes la exhortación más frecuente era: "Convertíos", es decir, acercaos cada vez más a Dios cambiando vuestro modo de pensar a través de la penitencia. Sin penitencia, sin la vida de la gracia no se puede llegar a Dios.

Bernardette en Lourdes hizo un gesto que la Virgen también pidió a Marisa: comer hierba, para hacer comprender que aquél era un lugar santo. La Virgen ha llamado a menudo al lugar taumatúrgico de via delle Benedettine "Mi pequeño Lourdes".

María, Madre de la Eucaristía, cierra la Historia y eso no significa que a estas apariciones no le sigan otras con otros nombres, pero entre los otros títulos que le serán atribuidos, por muy hermosos y grandes que sean, el más significativo seguirá siendo el de Madre de la Eucaristía.

La Inmaculada Concepción abre la Historia: la encarnación se realiza por medio de la acción del Espíritu Santo, al igual que nosotros tenemos la Eucaristía por medio del poder del Espíritu Santo.

El sacerdote, de hecho, poco antes de la consagración, repite la fórmula: "Santifica estos dones con la efusión del Espíritu Santo, para que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo nuestro Señor". María, como Madre de este cuerpo, cierra la Historia.

En la "Monumenta Eucharistica" de Gerardo di Nola, leemos: "María, Madre del cuerpo de Cristo es también Madre de la Eucaristía. María, como la Iglesia, da a los cristianos el Cristo eucarístico para su alimento espiritual".

Por otra parte, el título de Madre de la Eucaristía está perfectamente definido por las palabras de Juan Pablo II que el 5 de junio de 1983 escribe: "La raíz de la Eucaristía es María. La Eucaristía conserva el perfume y el olor de María". En 1988, la Virgen que hasta entonces se aparecía a Marisa sin darse ningún título, afirmó: "Yo soy la Madre de la Eucaristía".

Finalmente, en 1973 en Lourdes, Marisa y Don Claudio habían recibido la invitación de prepararse para la gran misión y para pronunciar su "Sí". Entre Marisa y Bernardette existe una afinidad espiritual y comunión de enfermedades físicas por tanto también entre las apariciones de Lourdes y las de Roma hay unión, dependencia y desarrollo. De hecho, el 11 de febrero de 1995 Marisa había dicho: "Ahora veo dos Vírgenes, la Inmaculada Concepción y la Madre de la Eucaristía. Bernardette está al lado de la Inmaculada, yo estoy al lado de la Madre de la Eucaristía".