12 de enero de 1997
Nuestra Señora, después de haber citado la frase de Don Claudio: "Es muy hermoso volar al contacto de las alas", ha dado un importante mensaje, ha ordenado a Marisa: "Ahora tu, hijita mía, levántate y ven conmigo".
Marisa: "¿Al Paraíso? Oye, llévame al Paraíso pero no me hagas venir de nuevo aquí para después volver a decaer. Si. ¿Todos deben venir detrás de mi? Está bien. Obedezco, lo sabes. Oye, dile a Jesús que no me abrace tanto, porque me hace daño todo el cuerpo. ¿Me haces caminar? De otro modo, ¿cómo lo hago yo?".
Nuestra Señora: "No te preocupes, hijita mía, yo camino a tu lado y yo te sostengo".
Marisa: "¿Se lo puedo decir a Don Claudio? ¡Debo ir con él!".
Don Claudio: "¿Dónde?".
Marisa: "No lo sé".
Don Claudio: "Ahora levántate".
Marisa: "Ha dicho que me sostiene".
Don Claudio: "Animo, tu ve delante y nosotros vendremos detrás".
Marisa: "Sí, pero ¡deben cantar a Jesús!. Están todos los ángeles. Si tu no me dices que debo hacer, ¡yo no lo sé! Pero no lo ha hecho nunca... Mira que mañana Don Claudio debe ir al Vicariato".
(La Virgen toma a Marisa por la mano y la invita a caminar. Don Claudio y Marisa abren la procesión y proceden con alguna incertidumbre, porque no saben donde es necesario ir ni saben que hacer. Los presentes cantan "Tu eres Dios". Cuando llegan delante de la gran cruz se paran, Marisa la besa y después todos prosiguen hacia la capilla y entran. El sacerdote y Marisa se paran delante del altar. Vuelta hacia Don Claudio, Marisa dice: "Debo abrir el tabernáculo")
Don Claudio: "¿Qué debes hacer?".
Marisa: "Debo abrir el tabernáculo, tengo miedo... Diles que se callen".
Don Claudio: "Abre el tabernáculo. Haced un profundo silencio. Los que todavía tiene que entrar, que entren. Quedaos de pie, porque para arrodillarse hace falta más espacio. La Virgen ha dado la orden a Marisa de abrir el tabernáculo. He notado un cierto turbamiento, un cierto titubeo en Marisa, pero no puedo no animarla a hacer lo que el Señor quiere. La Virgen te ha dicho que abras el tabernáculo, por tanto ve a abrir el tabernáculo.
(Marisa inicia el Padre nuestro y el Gloria al Padre)
Hemos orado, ahora tu haz lo que debes hacer".
(Marisa con turbación gira la llave al contrario. Tiembla, ¡está muy emocionada! Finalmente abre el tabernáculo)
Don Claudio: "Bendito sea Dios... bendito sea su santo nombre. Bendita María, Madre de la Eucaristía".
(Todos con mucho amor, responde a la oración)
Don Claudio: "El 9 de diciembre de 1994, obedeciendo al Card. Ruini que prohibía conservar la Eucaristía en nuestra capilla, con el sufrimiento del cual es testimonio sólo Dios, y que sólo en parte ha sido visto por los hermanos, vine a tomar el Santísimo Sacramento para llevarlo fuera de la capilla. Si la Virgen, como ella misma dice en un mensaje referido en el tercer volumen, no me hubiese ayudado, me habría dado un infarto, tanto fue mi sufrimiento en aquel momento. Hoy, en la vigilia de un encuentro que ha sido definido difícil, esta intervención de Dios me llena de alegría. Yo he sido obligado a llevar la Eucaristía fuera de esta Iglesia, pero Dios la ha vuelto a traer. Hago un esfuerzo para decir lo que siento en este momento, pero quiero decir una cosa: Nosotros no comprendemos todavía este suceso, esta presencia de Dios Padre, de Dios Hijo, de Dios Espíritu Santo, de Dios Uno y Trino delante de nosotros por propia iniciativa. Cristo Eucaristía ¡está presente en su Iglesia!. Ahora creo que la única cosa que nosotros podemos hacer es acompañar a Jesús Eucaristía en procesión, orando, cantando, dándole gracia, pero sobre todo amando y adorando. Por el querer de Dios, como ha dicho la Virgen, que un sacerdote lea el mensaje del 5 de enero de 1997".
(Después se forma la procesión que discurre a lo largo del jardín, en torno a la casa y vuelve a la Iglesia, donde se concluye con la bendición eucarística)
Algunos días después, el 16 de enero, la Virgen dijo: "Mis queridos hijos, ¿quién de vosotros ha visto el milagro del domingo pasado? Después de dos años, desde que fue quitada la Santa Misa y la Eucaristía, Jesús se ha hecho encontrar de nuevo en su tabernáculo. El 7 de diciembre de 1996 yo llevé la hostia consagrada, tomé el ostensorio y ¡os puse la Eucaristía! Nosotros, los del cielo, podemos hacerlo todo, pero los hombres no lo aceptan, no comprenden, antes bien, se burlan de nuestro modo de hacer. Han escarnecido el modo de hacer de Dios. Si Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, ¿no podía formarse un pequeño tabernáculo sobre las estatuas, sobre hojas, sobre flores? ¿Por qué no? ¿Quién eres tú, hombre, para decir que Dios no puede hacer lo que quiera? Pero, ¿quién eres tú? Cuando tengáis a Jesús en vuestro corazón preguntadle: "Jesús, ¿quién soy yo para ser amado por Ti y para poderte recibir dentro de mi? ¿Quién soy yo para que hayas bajado hasta mi, Dios grande, bueno, justo, santo? Preguntaros a menudo, mis queridos hijos: ¿Quién soy yo? Oh, si esta pregunta se la hicieran también los "grandes" hombres, todo sería más fácil. Vosotros, si podéis, vivid en la dulce armonía, caridad, sencillez, en la humildad. ¡Oh, sería tan hermoso para todos! Vivir y morir en armonía, en gracia, para alcanzar a Dios que hoy gustáis del Sacramento de la Eucaristía.