14 de septiembre de 1995
El primer milagro Eucarístico
narración del Obispo Claudio Gatti
El 10 de septiembre de 1995 Nuestra Señora le dijo a Marisa: "En la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz estaré aquí para orar contigo ante la Cruz. Y tú, Marisa, tendrás que tomar la Cruz y llevarla en procesión". De hecho en el 14 de septiembre (festividad de la Exaltación de la Santa Cruz), mientras los creyentes estaban reunidos orando en la capilla. Marisa estaba en su silla de ruedas al inicio de la escalinata justo fuera de la capilla. Trayendo la Cruz, me coloqué a la cabeza de la procesión y me dirigí hacia donde estaba Marisa. Cuando llegué a unos cuantos metros de ella, la he visto levantarse sin ayuda externa alguna y caminar hacia la Cruz, siguiendo en particular una orden de Nuestra Señora, como más tarde me lo explicó. Marisa besa a Jesús Crucificado en la frente y de acuerdo con lo que ella nos refiere, ha visto salir la Sagrada Hostia del pecho. Yo no he visto esta "emisión" porque cargaba la Cruz, pero inmediatamente después he visto la Sagrada Hostia en la palma de la mano izquierda de Marisa [En la imágen siguiente, la Hostia está ya en la palma de la mano izquierda de Marisa]
Aún cuando no es la primera vez que estoy presente en este tipo de evento (de hecho el 3 de septiembre de 1995 ocurrió otro milagro Eucarístico durante una aparición privada), la emoción ha sido igualmente intensa. La gente cercana que se ha dado cuenta que la Sagrada Hostia se ha vuelto visible, ha reaccionado con asombro y admiración. Mientras tanto, en medio de la turbación general y también en mi desconcierto personal, Nuestra Señora toma la situación en su mano y sugiere a Marisa, paso a paso, qué hacer. Antes que nada le ha dicho a Marisa que tengo que ponerme el alba y traer las velas encendidas. Por mi parte yo sólo tomé la iniciativa de traer el ostensorio. Mientras tanto Marisa conduce la oración, levantando la Sagrada Hostia de modo que fuera visible para todos.
A mi regreso de la sacristía me arrodillo ante el Santísimo Sacramento, lo expongo en el ostensorio e invito a todos a adorar al Señor, presente entre nosotros. Justo en este momento Marisa muestra un fuerte sufrimiento que invade todo su cuerpo de modo que cae al suelo. Mientras es ayudada a levantarse, me susurra que ha vivido los dolores de la pasión de Nuestro Señor. Se reanuda la procesión, ahora encabezada por Marisa cargando la Cruz, seguida por mí, portando el ostensorio. Marisa conduce la oración alternándola con el canto "Tu sei Dio" ("Tú eres Dios") y acompañada por el coro. Durante las paradas breves de la procesión invito a todos a mantenerse en silencio y en adoración. Caminamos el circuito completo del jardín y luego regresamos a la capilla.
Coloco el ostensorio en el altar y todos nos ponemos de rodillas; de modo que Marisa, después de colocar a un lado la Cruz, se arrodilla como no había podido hacerlo por algún tiempo. Al final de la oración coral y de la adoración personal silenciosa, pregunto a Marisa en voz alta e inquieta: "¿Qué tengo que hacer?". De hecho, estoy abrumado entre uno u otro camino, si mantengo la Eucaristía en la capilla como un signo milagroso u obedecer la prohibición del Vicariato de mantenerla. Marisa también está inquieta como me lo indica su mirada. Nuestra Señora interviene de nuevo y remueve todas las dudas y me pide, por medio de Marisa, que divida la Sagrada Hostia en dos partes, para que Marisa y yo podamos recibir la Comunión. Durante nuestra acción de gracias los creyentes se mantienen orando en silencio. Todo termina con la bendición que yo imparto. Esta es la narración objetiva de los eventos.