16 de junio de 1996
El domingo 16 de Junio, dos grandes milagros ocurren: la aparición Eucarística y su multiplicación. Aproximadamente a las ocho de la mañana don Claudio, entrando a la capilla se da cuenta de un olor particular. Inmediatamente entiende que es un olor que acompaña la presencia de Jesús o de Nuestra Señora. Volviendo su mirada alrededor para localizar el punto del que tal olor celestial llega, se da cuenta de que en el cáliz de la estatua de la Madre de la Eucaristía hay algo blanco. Se acerca y ve algunas Hostias dispuestas y puestas una sobre otra. Las toma en su mano una a una y se da cuenta de que cada una emite un olor particular. Cuenta diez de ellas, las pone de nuevo en el cáliz y espera, en oración, por la llegada de unos colaboradores. Les relata a los dos colaboradores lo que ha pasado y les pide encontrar un lugar cerca a la estatua para prevenir que otras personas inesperadamente toquen las Hostias. Marisa no sabe todavía lo que ha pasado. Mientras tanto otras personas entran a la capilla y les informan. Las personas presentes empiezan a orar. Más adelante la procesión se forma y envuelve a lo largo del jardín, donde se preparó un altar temporal. Son alternadas canciones, oraciones e invocaciones y la estatua que sostiene las Hostias está entronada en el altar adornada con flores. No sabemos que hacer, pero la Madre de la Eucaristía aleja cualquier turbación de nosotros diciendo: "Se les ruega a los sacerdotes decir ahora las oraciones de exorcismo sobre las Hostias y su hermana." Por algún tiempo, desde que se había hecho la imputación que las apariciones eran "fruto de una patología religiosa," los enemigos de las apariciones Eucarísticas, incluso sacerdotes y monjas, habían puesto en circulación la falsa imputación que "es el diablo quien trae las Hostias a Marisa." Vivimos entonces otra página del Evangelio (Mateo 12:22-32) y compartimos el sufrimiento de Cristo quien es acusado de expulsar demonios sólo con la ayuda de Beelzebub. Don Claudio nos dice mas tarde que debido a esta orden de Nuestra Señora sufre más y siente una gran resistencia interior. No tiene ganas de decir la oración de exorcismo sobre Marisa y menos sobre la Eucaristía; preferiría desobedecer a Nuestra Señora que exorcizar la Eucaristía porque ante Dios el hombre debe arrodillarse y adorar, no exorcizar... Pero entiende el propósito de la orden recibida, que es el de hacer caer la falsa imputación de que sería el diablo el que trae las Hostias, y así darles la posibilidad a los hombres de remendar sus caminos...
Queda, en todo caso, desconcertado frente la actitud de Dios que continúa humillándose por amor a Sus criaturas. Por ese motivo, invita a los sacerdotes presentes a acercarse a la Eucaristía sin hacer genuflexión, (para estar en completa obediencia al decreto, aun cuando está convencido en ese momento que está fuera de él, porque las Hostias no se le dan a Marisa), y practica junto con ellos el exorcismo a las Sagradas Hostias. Los sacerdotes después de la oración de exorcismo recitada por don Claudio rocían con agua bendita a las Santas Hostias y a Marisa. Creemos que sólo Nuestro Señor sabe que sufrimiento invade el corazón de don Claudio en el momento en el que exorciza la Eucaristía y a Marisa, quien durante toda la oración de liberación vive la pasión de Nuestro Señor. Al final de esta "pasión" de Marisa, por orden de Nuestra Señora, don Claudio parte las diez Hostias y, ayudado por un hermano, da, con estos fragmentos, la Comunión a las personas presentes. Reciben la Santa Comunión cerca de cientosetenta personas... Ni don Claudio ni el otro sacerdote creen que diez Hostias, aún cuando reducidas en fragmentos, solas pueden bastar para cientosetenta personas. Pero es Dios quien interviene de nuevo obrando la multiplicación del Pan Eucarístico como dijo Nuestra Señora: "No se han dado cuenta del milagro acontecido. Diez Santas Hostias no bastan para darle la Santa Comunión a todos, pero Dios puede hacer todo. Él quien quiere dar siempre alegría a todos, también hoy ha realizado un nuevo milagro: Ha multiplicado las Hostias consagradas para satisfacer a todos los aquí presentes." Es apropiado a estas alturas hacer una comparación con la multiplicación de los panes de la que los apóstoles son testigos (cr. Juan capítulo VI) y la multiplicación de la Eucaristía, de la que nosotros damos testimonio. Los discípulos de Jesús son testigos de la multiplicación de los panes físicos, nosotros de la multiplicación del Pan de Dios; ¡somos más afortunados! Estamos agradecidos a Dios por ello.
Unos días más tarde Nuestra Señora vuelve para hablar de la multiplicación de la Eucaristía: "Espero que hayan entendido el gran milagro que Dios hizo: la multiplicación del Pan del Cielo, la multiplicación de las Santas Hostias. Nunca en la Tierra se ha verificado tan grande y bello milagro como en este pequeño y humilde lugar. Jesús la Eucaristía vino entre ustedes en cuerpo, sangre, alma y divinidad y quería que la Sagrada Comunión fuera dada a todas las personas presentes. Dios envió a su Hijo en medio de ustedes con la Santa Hostia: éste es el milagro más grande en la historia de la Iglesia".