Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 1 marzo 2009
Dios mío, has leído lo que hay dentro de mi corazón en este momento que defino el más difícil, el más dramático y Tú sabes por qué. Yo, como hijo, me dirijo con insistencia al Padre y digo: “Señor, sálvanos” y para salvarnos tienes que apresurar tus intervenciones. Perdona si uso la expresión “tienes” porque eres Dios, pero lo digo para evidenciar nuestro estado de ánimo y como los apóstoles Te grito: “Despierta, Señor, de lo contrario pereceremos”. Perecemos bajo el sufrimiento, bajo el dolor, bajo la incomprensión humana, bajo la lucha y la persecución que, por desgracia, es guiada por Tus ministros. Señor, has dicho muchas veces que no quieres ser testigo del fracaso de Tu Hijo, pero también nosotros somos Tus hijos, yo soy Tu hijo, cada uno de nosotros es Tu hijo y entonces Te pido que ni siquiera seas testigo de nuestro fracaso. Hoy esto es evidente, porque somos los débiles, los vencidos, los condenados y los perseguidos; es de nosotros de quiénes se burlan, se ríen, pero Tú nos has dicho que nos golpean a nosotros porque no Te pueden golpear a Ti, nos condenan a nosotros porque no Te pueden condenar a Ti, hacen ironías sobre nosotros porque no pueden ironizar sobre Ti. Dios mío, lo dije antes y lo reitero hoy públicamente, nos encontramos en esta situación porque aunque no lo comprendíamos del todo, hemos dicho siempre sí a cualquier cosa que Tú nos has ordenado hacer. Me ordenaste celebrar la S. Misa en aquel famoso 8 de marzo y el 1º de abril fui suspendido a divinis. Me ordenaste Obispo y, aunque con engaños y traicionando el código, me redujeron al estado laical, pero han condenado también Tu acción, han condenado Tu obra y ahora, Señor, ya han pasado diez años. Humanamente estamos cansados de esperar, nos has llevado de una fecha a otra, de una situación a otra. Te hemos seguido aunque no hemos comprendido siempre porqué nos ordenabas que hiciéramos determinadas cosas, pero ahora, Señor, tú eres Dios, invierte la situación porque, como pastor de este rebaño, temo que se disperse, que sea atacado por lobos que se llaman desánimo, cansancio y depresión. Manda Tus ángeles para sostenernos, continúa enviándonos a la Madre de la Eucaristía, pero finalmente confíale alguna palabra que pueda hacer volver en nosotros aquella serenidad que ya está olvidada, aquella alegría que ya no se siente, aquel entusiasmo que Te hemos mostrado y que hoy se sustituye por un esfuerzo sobrehumano y continuo. Gracias, Dios mío, porque me has escuchado, pero sobre todo si das una respuesta concreta a esta oración espontánea. Gracias en mi nombre, de la vidente, de la comunidad de Roma y de todas los millares o mejor millones de personas esparcidas por el mundo que creen en los milagros eucarísticos, en la Madre de la Eucaristía, en el Obispo ordenado por Ti, Dios mío, y en la Vidente que has puesto como víctima inocente en Tu altar para que la Iglesia pueda renacer verdaderamente. Por Cristo nuestro Señor.