Eucharist Miracle Eucharist Miracles

Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 1° abril 2007


Ésta es la oración que S.E. Mons. Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, ha pronunciado espontáneamente delante de la Eucaristía que ha sangrado en el Domingo de Ramos

“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. En este grito está encerrado todo lo que hoy está presente en nuestro corazón de manera tumultuosa. Está encerrado el amor, la fe y, la esperanza que durante muchos años han sido severamente probados, pero sobre todo está encerrado nuestro sufrimiento.

Dios mío, Te doy gracias, porque una vez más me has dado Tu presencia y me has permitido, a mí, pequeña criatura, que Te pueda hablar con el corazón en la mano, que está traspasado y herido. Gracias Dios Papá, que has querido que te llamáramos así tan familiarmente. Gracias Dios Jesús, que Te has hecho hermano asumiendo nuestra naturaleza humana. Gracias Dios Espíritu Santo, que con Tu gracia y con Tus dones nos haces hijos de Dios y semejantes a la naturaleza divina.

Por primera vez en tantos años, Dios Uno y Trino, no Te ruego por la Iglesia y sus difíciles e innumerables problemas. No te ruego por los que sufren, por los niños atormentados y vilipendiados, sacrificados en el altar del egoísmo y la guerra; no Te ruego por las madres que padecen al ver que sus senos ya no tienen leche y sus manos ya no tienen comida para dar a sus pequeños. Ni tan siquiera Te ruego por los enfermos y los pobres, no Te ruego por los que forman parte del Tercer y Cuarto Mundo, siempre olvidados de los poderosos y de los grandes de la Iglesia y del Mundo. Hoy Te ruego por mí, Tu Obispo, y por la Víctima que desde hace treinta y seis años vive conmigo una continua agonía y un largo calvario. Parece, Señor, que nos has recluido en Getsemaní y solo nos permites que caminemos por el camino que conduce a la cruz. Nos hablas de resurrección, pero este amanecer que a veces parece dar comienzo, hoy ha desaparecido del todo y nos oprime de nuevo un oscuro vacío alrededor nuestro.

La criatura tiene que inclinarse ante el Creador. Nos has enseñado a no hacerte preguntas y a no preguntarte los “por qué”. Pero ahora la naturaleza humana está severamente probada, cansada y sufriendo esta situación, también porque parece que nunca termina, de hecho empeora día a día. Yo, como hijo, me permito pedirte a Ti que eres mi Papá: “¿Hasta cuándo Dios mío, hasta cuándo?” ¿No ves que no podemos más, no ves que no tenemos siquiera fuerzas para levantarnos, para caminar y hacer lo mínimo como responsables de esta comunidad? Dios mío, ¿por qué esta cruz no se mitiga nunca?

Hoy, domingo de Ramos, Tú entras triunfante en Jerusalén, pero Tú sabes, oh Señor, que mientras Te llevaba y Te hablaba, Te decía que para mí no es una entrada triunfal, sino que es un continuo caminar a lo largo del camino del calvario. Así como Tú en el Calvario sentías el peso de la cruz, también yo, hoy, he sentido de manera fuerte y a veces opresiva, el peso al llevarte. ¿Cómo puede uno que está cansado y exhausto, sostenerte a Ti, Dios mío? Acuérdate Jesús, cuando cansado, fatigado, hambriento y sediento te detuviste en el pozo de Jacob y pediste con voz insistente: “Dame de beber, tengo sed”. ¿Te acuerdas, cuando cansado recorrías las calles de Palestina, vuelto a Dios, Tu Padre, nuestro Padre, y dijiste: “Dios mío estoy cansado y exhausto, no puedo más” y Dios Padre hizo florecer a Tus pies un bastón al cual Te apoyaste para continuar caminando? Pero ¿dónde está nuestro bastón? ¡Cuántas veces me inclino hacia mis pies y no lo veo y grito: “¡Dame un bastón para poder continuar!” y te grito: “¿Dónde estás Dios mío?”. Oh sí, siento tu respuesta: “Estoy en tu corazón, estoy contigo y dentro de ti”, pero esto, Señor, te lo digo con simplicidad, ya no nos basta. Tenemos necesidad de sentir físicamente Tu fuerza que nos regenera, Tu paz que nos serena y Tu gracia que nos lleva a alturas cada vez más altas.

Oh Señor, me uno al grito y al lamento de Tu Hijo: “Pase de mí este cáliz” y él añadió: “Que se haga Tu voluntad”. Yo también lo digo, pero temblando. ¿Cuál es Tu voluntad, Señor? ¿Todavía tenemos que continuar sufriendo y gimiendo nosotros que, a pesar de todo, hemos sido siempre fieles a lo largo de estos años tan largos y dolorosos? ¿Por qué continúas tratando así a los que Te aman y que Te han hecho amar, aquellos que Te han conocido y Te han hecho conocer? No me reprendas Dios mío, si te hablo de este modo; Tú sabes que con la Víctima, con la heroína del sufrimiento hemos dicho: “¡Basta, Señor!” no lo tomes como falta de respeto: basta con las palabras y con las promesas. Afloja la presión y sé que en este momento todo el Paraíso repite conmigo: “Afloja la presión”. Pero más que nadie, nuestra Mamá, la Madre de la Eucaristía, la que está de nuestra parte, te suplica y llorando te dice: “Dios mío, Dios Papa, mi Todo ¡mira en qué situación están reducidos tus dos hijos y míos!”

¡Oh, no me levantaría nunca de aquí! ¡Es tan hermoso poder abrir mi corazón y confiarte todas estas penas! Sonríe, oh Dios, a nuestra debilidad, cuida de nuestra fatiga. Las noches son largas y dolorosas, las horas verdaderamente no pasan nunca. Durante el día, continuamente aparecen problemas y la ansiedad y el miedo siempre nos hacen compañía.

Señor respóndenos y junto a mí, además del Paraíso entero, esta pequeña comunidad, cansada, débil y frágil se une a las oraciones y a las súplicas del pastor. Lo sé, muchos ojos están húmedos por las lágrimas y todos los corazones laten junto al mío y al de Marisa y también ellos te imploran: “¡Dios mío, basta!”, también en sus corazones a menudo está presente la incerteza, el miedo y el cansancio. Naturalmente tienen menos motivos que nosotros de estarlo, pero comparten con nosotros las mismas tribulaciones. Ven el sitio de Marisa siempre vacío y notan los surcos de sufrimiento en el rostro del Obispo. Cuántas veces los jóvenes y los adultos se han tragado las lágrimas y han apretado los dientes; no han compartido ni pensamientos y, no han intercambiado reflexiones por no contagiarse, casi han cesado de pensar y de reflexionar para evitar que surgieran tantas dudas.

Dios mío, mira estos niños, pequeñas criaturas, pequeñas flores de este jardín. Tú lo has dicho y lo reconozco, están aquí por los sufrimientos y las oraciones de la Víctima y del Obispo y Te doy las gracias. Los matrimonios que han nacido bajo la bandera de Tu amor y cuyos miembros crecen y viven en el amor son los frutos de estos sufrimientos, Tú lo has dicho y yo te doy las gracias. Los próximos matrimonios que se están preparando, también ellos son fruto del sufrimiento y de la oración del Obispo y de la Vidente, Tú lo has dicho y yo te doy las gracias. Pero quisiera, Señor, darte las gracias también para que venga finalmente de Tu Corazón una palabra que se abra de nuevo de par en par a la alegría de la vida, a la serenidad de la existencia, a la paz que solo Tú puedes dar. Y ahora Dios mío danos tu bendición, Tu consuelo, Tu gracia y Tu sonrisa.