Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti en la apertura del Año de la Esperanza
Ésta es la oración que S.E. Mons. Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, ha pronunciado espontáneamente delante de la Eucaristía que ha sangrado. Ésta evidencia nuestro estado de ánimo y expresa nuestra confianza ilimitada en las intervenciones que Dios ha prometido para el renacimiento de la Iglesia y de nuestro triunfo.
Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, Dios uno y Trino, el corazón nos sugiere dirigirnos a la que nos has dado como Madre, a la Madre de la Eucaristía, a María Inmaculada, pero el alma, que ve más lejos, nos invita a elevar nuestro pensamiento filial y afectuoso a Ti, Dios nuestro, junto a todo el Paraíso, que hoy ha acogido a otras almas provenientes del Purgatorio y que se inclina adorante y reverente ante Tu Trono. Nos colocamos, pequeños y humildes, en el último lugar, detrás de nuestros hermanos y hermanas que gozan ya de la visión de Tu Rostro.
En este momento dirigimos la mirada sobre Roma, ciudad purificada por la sangre de los mártires, pero aún más santificada por la sangre que Tu Hijo ha derramado muchas veces en este lugar taumatúrgico. Desde Roma, centro de la Iglesia, y desde el lugar taumatúrgico, centro del triunfo eucarístico, parten muchos puentes que llegan a todos los lugares donde ha aparecido la Virgen. Para Ti, Dios Uno y Trino, la distancia no es un obstáculo y puedes elevar bajo la bóveda del Cielo una multitud de puentes, de manera que los lugares de las apariciones puedan estar unidos entre ellos y converger en Roma y en el lugar taumatúrgico. Tu has querido que Roma y La Salette, donde la Madre lloró; Roma y Lourdes, donde has confirmado el dogma de la Inmaculada Concepción; Roma y Fátima donde has confiado a los pequeños y sencillos pastorcillos verdades que todavía hoy están escondidas; y, en fin, Roma y todos los otros lugares, donde has enviado a la Virgen para dispensar gracias y bendiciones, fuesen dos caras de la misma realidad. Mi Dios, Tu has ordenado que yo, con un decreto, reconociera la autenticidad y el origen sobrenatural de las apariciones de la Madre de la Eucaristía a la vidente Marisa. Este decreto que, feliz y dócil, he firmado es Tuyo, porque Tu lo has hecho nacer en mi corazón y yo lo he firmado ante la presencia de la Madre de la Eucaristía. Estos puentes son la salvación de la Iglesia, aunque sabemos que ahora las apariciones de la Virgen han finalizado en los otros sitios y continúan sólo en Roma, en el lugar taumatúrgico, hasta la muerte de nuestra hermana. Dios nuestro, Padre nuestro, dulce Papá, en este lugar donde a menudo te manifiestas, te sentimos cercano y alargamos hacia Ti nuestros brazos, como niños hacia sus padres. Nuestro corazón late fuerte, los ojos se dilatan por la alegría de encontrarte y la Esperanza, virtud teologal, a la que hemos dedicado este nuevo año, nos empuja a agarrarnos a Ti. Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, tenemos necesidad de esperar, pero nuestra esperanza a veces, como llama golpeada por el viento, se estremece y parece además que esté a punto de apagarse. Tu sabes cuantos sufrimientos nos han provocado los hombres, arremetiendo contra nosotros con maldad, cuantas pruebas hemos tenido que afrontar, cuantas cicatrices llevamos en nuestra alma y cuantas lágrimas ha recogido y llevado la Madre, como perlas preciosas, delante de Ti. Muchas veces hemos repetido: "¡Esperemos que esta fiesta que celebramos en tu honor sea la última que vivimos bajo el pesado peso de la Cruz!". Te dirigimos a Ti una pregunta, porque sólo Tu puedes darnos la respuesta: "¿Será ésta la última fiesta mariana que celebremos, mezcla de alegría y de sufrimiento, de esperanza y de abatimiento, queriendo proseguir la misión y en la tentación de detenernos?". Dios nuestro, los hombres que piensan sólo en los propios intereses y triunfos no pueden ayudarnos, sólo Tú puedes extender Tu mano divina, Tu brazo poderoso, para confortarnos y llevarnos a descansar en Tu corazón. Haznos esperar, haz que podamos continuar adelante confiados, para llegar a la serenidad y tranquilidad, que invocamos como justa recompensa después de tantos años de dolor, de luchas y de calumnias. Esperamos que inicies tus intervenciones en favor nuestro.
Que el Año de la Esperanza, que empieza hoy, haga nacer en nosotros la certeza de ser tus hijos, la seguridad de ver un día Tu rostro y la alegría de participar en el triunfo que Tu muchas veces nos has prometido.
Dios Papá, Dios Hermanos, Dios Amigo, ciertamente recuerdas la oración que te he elevado, al inicio del día, una oración que expresa dolor y que evidencia nuestro estado de ánimo lleno de amargura y tristeza. Esta noche, en la que Marisa y yo te hemos dado algunas horas sustraídas al sueño y vividas en el sufrimiento, me has escuchado. Mientras el dolor se abatía con furia inaudita en el cuerpo probado y destrozado de Marisa, me he dirigido a Ti y Tú has intervenido. Yo, Obispo de la Eucaristía, he dado a Jesús Eucaristía en Comunión a la víctima de la Eucaristía, y finalmente se han calmado, en parte, sus dolores y ha podido descansar durante algunas horas. Dios mío, yo te he pedido que no me hagas vivir más estas escenas tremendas y violentas. Ya sé que tenemos que adaptarnos a Ti y hacer tu voluntad, pero permítenos, como a hijos, que abramos el alma y te pidamos lo que más nos apremia. Ahora bendice a Tu Iglesia, renuévala, hazla renacer, aleja de ella a los pastores indignos que tu has definido lobos rapaces y serpientes venenosas. Danos pastores según Tu corazón. La Iglesia tiene necesidad de pastores auténticos, en cuyo rostro los fieles puedan vislumbrar Tus facciones. Bendice al mundo sacudido por las guerras y luchas fraticidas, pon Tu mano en la cabeza de los gobernantes, para que se decidan a trabajar para el bien de los pueblos que gobiernan y no para sus propios intereses. Protege a todos los niños, protege a nuestros niños, los que están presentes y los que nos darás, porque a esos se les ha confiado la tarea de conservar la memoria de Tus intervenciones milagrosas en el lugar taumatúrgico. Dios Uno y Trino, estamos en Tu presencia, escucha las peticiones y las oraciones que mis hermanos y mis hermanas, en el silencio del corazón, te están elevando. Escúchalas y danos a todos nosotros Tu paterna bendición.
A Ti, Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, alabanza y gloria por todos los siglos de los siglos. Amén.
Roma, 8 diciembre 2007
Fiesta de la Inmaculada Concepción
+ Claudio Gatti
Obispo ordenado por Dios
Obispo de la Eucaristía