Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 10 junio 2007
Ésta es la oración que S.E. Mons. Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, ha pronunciado espontáneamente delante de la Eucaristía que ha sangrado en ocasión de la Fiesta del Corpus Domini.
Hoy queremos contemplar, de manera particular, el misterio eucarístico, para que nos pueda enriquecer.
Estamos aquí delante de Ti, Jesús Eucaristía, realmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Te hemos llevado en procesión conmovidos y gozosos y, mientras se desarrollaba el recorrido, yo me preguntaba, o mejor Te preguntaba: “Jesús, ¿esta procesión, sigue los pasos de aquella que Te condujo a Getsemaní, de donde se inició Tu Pasión? ¿O sigue las huellas de la procesión que Te acompañó al lugar señalado por Ti, de donde después has subido al Padre, en un resplandor de gloria que te pertenece, como Dios?
Puedes darnos la respuesta a nuestro corazón, Jesús. A mí, como ya he sentido incluso en las oraciones espontáneas, que Te han ofrecido con tanto amor los miembros de esta comunidad, de nuestra comunidad, parece haber sentido, en mayor medida en mi corazón, que fuese como la procesión que Te acompañaba a Getsemaní.
Señor, todavía no has terminado de sufrir por Tu Iglesia y estás pidiendo, a quien te ama, que se una a Ti en este sufrimiento. Tú eres Dios, Tú tienes una fuerza y una potencia infinita que te sostiene, tienes un valor que Te hace único y tienes, sobre todo, un amor que ofreces siempre de manera infinita y continuamente, a cada criatura. Nosotros, a pesar de nuestra buena voluntad, que quiere estar cerca de Ti, te invocamos: “Señor, recordando Tus palabras: Venid a Mí todos los que estáis cansados y agobiados y Yo os daré descanso y pan”, venimos detrás de Ti. Es verdad Jesús, estamos cansados, muy cansados, estoy cansado yo, está cansada Marisa, están cansados los jóvenes, están cansados los adultos de la comunidad. De este cansancio, están excluidos, afortunadamente, los niños. Señor, Tú sabes, que ya han pasado muchos años y nuestra misión casi ha llegado a la trigésima sexta meta, eso ocurrirá dentro de casi un mes. Todos estos años nos han unido a Tu sufrimiento de manera cruenta e incruenta y ahora, humildemente, te decimos: “Señor, ¿no te bastan todos estos años, todas estas pruebas de amor, de testimonio, que cada uno de nosotros Te ha ofrecido, desde que te ha encontrado, en este lugar taumatúrgico y bendito? Desde entonces ya no te hemos abandonado aunque a veces, ha habido momentos de debilidad. Jesús, solo Tú puedes darnos, de la manera más hermosa, lo que has prometido tantas veces”. Nosotros, en este momento, tenemos miedo, pero no de los hombres, no de los adversarios, no tenemos miedo ni siquiera del demonio, tenemos solo miedo de nuestro cansancio que podría paralizarnos, bloquearnos y detenernos. Entonces, toma a cada uno de nosotros de la mano, restituye la serenidad y la paz a nuestros corazones, dinos una palabra de esperanza. Hemos profesado siempre nuestra pequeñez, nuestra debilidad, no nos hemos sentido nunca héroes, sino criaturas pequeñas que, solo con Tu gracia, con Tu ayuda, aguantamos pesos superiores a nuestras fuerzas. Jesús, Te amamos, creemos en Ti, no dudamos de Ti, estamos aferrados a Ti, como nos has enseñado a hacer. En este momento, encomiendo estas intenciones al corazón Inmaculado de María, a Tu Madre. Tú ves Jesús, aquí delante de Ti, un símbolo que representa nuestra situación, el azul del manto de Tu Madre y nuestra se extiende sobre todo el mundo y cubre a todos sus hijos, incluido Tú. De hecho aquel ramo de rosas, en forma de corazón, eres Tú Jesús, como hombre, como Hijo: también sobre Ti la Madre extiende su protección. Aquellos pequeños pétalos, sin embargo, somos nosotros y todos los hombres del mundo que buscan, como pulguitas, la protección de la madre y que desean sentir su calor, que quieren ser educados, formados y sostenidos por la capacidad magistral de esta madre. Todo nuestro amor se encierra en dos palabras: Jesús Eucaristía y Madre de la Eucaristía, allí está todo: nuestra espiritualidad, nuestro punto de partida, nuestra meta. Señor, cuando nos hablas, el corazón se abre siempre a la esperanza, cuando Dios Papá nos habla, sentimos, en estos momentos, un fervor nuevo que nace en nuestra alma. Cuando la Madre de la Eucaristía nos habla, ya no nos sentimos solos, ni abandonados. Por esto yo os pido: continuad hablándonos, continuad manifestándoos, porque, como los niños cuando se despiertan en el corazón de la noche tienen necesidad de oír la voz de los padres, también nosotros tenemos necesidad de sentiros a vosotros que nos animáis. No os canséis nunca de repetirnos que nos amáis, que estáis con nosotros y entonces podremos liberar nuestro corazón de toda emoción, de toda conmoción, de todo miedo. Sí, es verdad, ahora, y es mérito vuestro, Jesús, nos sentimos libres de hablaros sinceramente, de exteriorizar lo que tenemos dentro. Hace algún tiempo no habríamos tenido el valor de decir públicamente lo que teníamos en el corazón por pudor, por miedo, pero ahora es diferente, nos habéis enseñado a abrirnos de modo sincero y franco. Mira, Jesús, es esto lo que yo, pastor de esta comunidad, Te pido, Te expreso, Te expongo. Y, aunque ha sido un año duro, lleno de sufrimiento, de desánimo y desilusión, ha sido un año que ha visto, de una manera incisiva y poderosa, el comienzo del renacimiento de la Iglesia. En Jeremías está escrito: “Os daré pastores según mi corazón y estos pastorearán en inteligencia y sabiduría”. Lo que has prometido, en el Antiguo Testamento, lo has mantenido y realizado en el Nuevo, nos estás dando pastores nuevos, pastores honestos, pastores puros y, a ellos, les has dado el sello del episcopado, del sacerdocio, por medio del obispo que, Tú mismo, has ordenado. Esta es una realización enorme, grandísima, hermosísima, que los hombres y, diciendo hombres, quiero decir los de la Iglesia, no son capaces de apreciar y de reconocer. Jesús, acelera Tu acción de purificación en la Iglesia, haz que su rostro pueda finalmente brillar, haz que en ella no haya más soberbia ni suciedad. Haz que la Iglesia vuelve a ser la que Tú has fundado y que, en los primeros decenios de su historia, caminó en la persecución, en la pobreza y en el sufrimiento. La Iglesia tiene que volver a brillar con aquella luz que Tú le has dado y que los hombres han ofuscado, éste es nuestro gran deseo. Deseamos que Tus intervenciones se aceleren, porque deseamos ver la Iglesia, finalmente, como madre nuestra, como esposa del Espíritu Santo, como hija de Dios Padre. Gracias Señor, porque nos has escuchado pacientemente, gracias, sobre todo, porque continuas garantizándonos y asegurándonos que no nos abandonas y gracias porque estás con nosotros día tras día, hora tras hora, minuto tras minuto. Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, a gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.