Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 11 junio 2008
Ésta es la oración que S.E. Mons. Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, ha pronunciado espontáneamente delante de la Eucaristía que ha sangrado en ocasión del 8° aniversario del milagro eucarístico del 11 junio 2000.
Nunca como hoy me he preparado para celebrar la S. Misa con tanto sufrimiento y amargura en el corazón y tanto cansancio y agotamiento en el cuerpo. Esperaba celebrar el aniversario del gran milagro eucarístico ocurrido en mis manos, por Tu Omnipotente bondad, en un clima de serenidad y de fiesta. En cambio, Jesús, es un clima más triste que el 8 de marzo de 1998, cuando celebré aquella Misa de la que han salido todos los males y sufrimientos que nos han sacudido de diversas maneras, en avalancha y continuamente. Es legítimo preguntarse por qué: ¿Por qué nos has hecho vivir tres días tremendos dónde hemos vivido una mezcla de miedo, sufrimiento, soledad y nos hemos sentido solos y abandonados? Yo había dicho que habrían tenido que ser tres días de preparación, en cambio han sido tres días de pesadilla. Por lo que sucedió ayer durante aquellas tres hora, los gritos y los chillidos de Marisa que resuenan todavía en mis oídos, nos hemos visto en el trance no solo ante el peligro de un ataque al corazón o un derrame cerebral, sino, sobre todo, en el peligro de muerte para ambos. Habría sido dulce y hermoso morir, y habría sido deseable, antes que vivir en aquella tremenda maceración que parecía no acabar nunca. Tú sabes que no estoy exagerando porque la misma Virgen me ha dicho cuanto sufría para hacerme comprender, pero no había necesidad, yo ya lo había comprendido; lo que sufría Marisa era más doloroso que los sufrimientos y el dolor de Jesús en cruz. ¿Para qué llegar a tanto? ¿Por qué pedir tanto? ¿Por qué no darnos finalmente un poco de paz? Te hemos amado y Te amamos, aunque dentro de nosotros hay un tumulto interior que nos cuesta dominar. Jesús, nunca hubiera pensado que se pudiese llegar a tanto y también hoy se nos ha dicho que la situación es tremenda, pero nosotros no somos los culpables de esta situación, somos las víctimas. Tú sabes, Jesús, que dentro de pocas semanas llegaremos a contar treinta y siete años de una vida dura e imposible; con vuestra ayuda lo hemos conseguido hasta ahora pero, y Te lo digo sinceramente, como es mi costumbre, incluso con vuestra ayuda no podemos más. Ciertamente Dios sabe lo que hace, pero yo sé lo que digo; no es una rebelión sino que es una petición de piedad, y si tienes piedad de nosotros, no nos hagas vivir más días como estos últimos, no nos lo merecemos. Te hemos dado siempre lo mejor y todo por seguirte, Dios mío; hemos renunciado a todo, hemos ido contra todos, nos hemos quedado solos y como perdedores, al menos hasta ahora. Habláis de triunfo, de victoria, pero todo está dirigido a una perspectiva futura; vendrá, estará allí, cumplirá sus promesas, pero hoy en este terrible presente, en este terrible cotidiano, no hay posibilidad de regocijarse o disfrutar. Es verdad, tenemos que decir: después que hemos hecho todo lo que teníamos que hacer, somos siervos inútiles, pero yo encuentro una puerta abierta de par en par, me siento muy inútil y a veces un fracasado y Tú lo sabes Jesús. Termino porque no puedo estar más de rodillas, y ahora Te pido perdón si hay algo que perdonar.