Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 13 de enero de 2007
El 10 de enero del 2002, día en el que, casi de repente y, ciertamente inesperadamente, recibimos el anuncio de la Victoria y Triunfo de la Eucaristía, nos quedamos muy sorprendidos. Conocíamos lo que en la Iglesia, de manera soterrada, pasaba contra la Eucaristía: diversos eclesiásticos tenían la intención de reducir la presencia eucarística, el sacrificio y el culto eucarístico a poco menos que un simple recuerdo y una conmemoración vacía ya pasada. Estos se movían como serpientes en el interior de la Iglesia, escupiendo veneno para entorpecer las conciencias, envenenarlas con ideas lejanas de Tu verdad y contrarias a ella.
Pero Tú que eres el Omnipotente, has mantenido el mando según Tu estilo: un estilo de silencio, de aparente derrota y debilidad. Te has impuesto y Tú has obtenido la Victoria. Has revertido una situación que parecía muy difícil de cambiar. Has desenmascarado, hecho impotentes e ineficaces a varios eclesiásticos, que se deleitaban en su propio poder, elevándose casi a Tu propio nivel para recibir reverencias, inclinaciones y sumisión de los hombres.
Desde este pequeño lugar, combatido, probado por mucho sufrimiento y por tantas pruebas dolorosas, han irradiado la luz y el amor eucarístico por todo el mundo: este pequeño lugar es la nueva Belén de la Iglesia. Has llegado a hombres lejanos, gente que ni siquiera pertenecía al cristianismo. Tú, Señor, así como obraste en el alma y en corazón de los Magos, que no pertenecían al pueblo judío, obraste en el corazón de tantos hermanos para darte a Conocer y hacerte amar.
El hombre, y nosotros no somos una excepción, se habitúa a todo. Incluso nosotros nos hemos habituado a esta gran Victoria tuya, que supera de manera eminente y maravillosa a todas las demás, incluso las militares, que los cristianos combatieron para defender su fe de la invasión de los pueblos extranjeros, contrarios al Credo cristiano.
Una victoria asombrosa, una victoria que sólo Tú, mi Dios, puede comprender en toda su grandeza y extensión. Los hombres vivimos de apariencias y no damos importancia a esta realidad espiritual que está cambiando y, que ya ha cambiado parcialmente a Tu Iglesia. Tú has vencido y has querido vincular a Tu triunfo incluso a personas sencillas y pequeñas como nosotros, los humildes miembros del Movimento Impegno e Testimonianza , como los pastores de Belén.
A Belén llegaron los Magos, personajes influyentes, poderosos, cultos y aquí entre nosotros están, en Tu presencia y según Tu juicio, personas que para Ti, Dios, son consideradas importantes y las más importantes en la historia de la Iglesia. Mira Señor, yo he tratado de describir, en pocas palabras, la grandeza del acontecimiento que estamos celebrando.
Las victorias más brillantes cuestan, así también los triunfos más llamativos pesan. Permíteme, como he hecho siempre cuanto Te has manifestado como Papá afectuoso, abrirte mi corazón. Después de haber obtenido esta victoria, nos sentimos como Tu Hijo que, sentado en el pozo de Jacob, cansado, sediento y fatigado pidió a la Samaritana: “Dame agua, dame de beber”. Dios nuestro, Papá nuestro, nosotros, Marisa y yo, estamos entre los más cansados, entre los más sedientos, entre los más fatigados; Lo digo con ese sentido de honestidad y franqueza que siempre han caracterizado mis intervenciones.
Nos dirigimos a Ti, que escuchas la súplica de tus hijos: “Danos de beber, danos agua” Jesús dijo: “¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pez, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues, si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan!» (Lc 11, 11-13). En la vigilia y en la inminencia de cada fiesta hemos pagado siempre duramente con sufrimientos e inmolaciones; ahora llamamos a tu corazón, Dios Hijo. Mira, ves lo cansados y probados que estamos. Danos tu agua, danos Tu gracia, danos Tu ayuda, danos Tu apoyo, para que podamos retomar el camino con un paso más seguro y no vacilante, con nuevas energías y no con fuerzas decaídas, con voluntad resuelta y no con voluntad probada, pero sobre todo con un amor renovado, vigorizado, fortalecido por Ti que eres amor infinito.
Gracias, Dios, porque nos has escuchado con atención y con amor. Y mientras te estoy abriendo mi corazón siento que Tu corazón está palpitando por nosotros.
Creo poder afirmar que manifiestas signos de aprobación, de complacencia, por las verdades que he expresado. Marisa y yo te suplicamos: Dios nuestro, Papá nuestro, no nos abandones nunca porque tenemos, sobre todo en este momento, una absoluta necesidad de sentirte cerca de nosotros.
+ Claudio Gatti
Obispo ordenado por Dios
Obispo de la Eucaristía