Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 16 de marzo de 2008
Dios Papá, Dios Hermano, Dios amigo, Dios Uno y Trino, antes de dirigirTe algunas sencillas palabras, quiero darte las gracias junto a todos mis hermanos y hermanas, porque, a pesar de nuestra fragilidad y debilidad, continúas amándonos y sorprendiéndonos con Tu amor.
Dios mío, Te doy gracias, además, porque me has permitido ver, con los ojos del alma, la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén sentado sobre un borrico, aclamado por la multitud que Lo saludaba con ramas de palma. Jesús, el hijo de David, ha sido aclamado con alegría como un Rey y homenajeado con entusiasmo por los niños que a su vez han involucrado también a los adultos. Todos están de fiesta, pero más que nadie, Tus apóstoles están llenos de alegría y de legítima satisfacción humana. Anteriormente, Tú les habías anunciado que te harían prisionero en Jerusalén, maltratado y muerto (Mt. 16, 21), pero han olvidado una parte de Tus palabras, porque estaban llenos de entusiasmo.
Sin embargo, un pequeño grupo de personas no han participado en este coro festivo, porque ya en sus corazones tramaban matarTe, sin saber que de este modo realizarían Tus designios. Tu apóstol Judas ya había madurado en su corazón la decisión de traicionarTe y abandonarTe.
Yo, fijando la mirada en Tus ojos y en los de la Madre de la Eucaristía, he visto Tu rostro sereno, pero los ojos expresaban un sufrimiento tremendo y atroz, porque Tú, Jesús, el Hijo de Dios, veías a todos los Judas que a lo largo de los siglos Te traicionarían y abandonarían. Entonces, la Madre de la Eucaristía, para animarTe, Te decía: "No mires sólo a los Judas, sino también a todos los demás como Juan, Pedro, Santiago, Andrés, Felipe, que por Ti estarán dispuestos a comprometer su salud, a renunciar a la legítima fama y a ofrecerte también su vida". De hecho, entrando en Jerusalén, Tú también te habías alegrado viendo a todos los que a lo largo de los siglos Te amarían y se convertirían en Tus fieles discípulos; entre estos nos habías visto también a nosotros, un pequeño y débil grupo, pero tan amado por Ti. Es verdad, Señor, somos débiles y frágiles, pero nuestro amor hacia Ti es auténtico.
Hemos sido sometidos a duras pruebas, a tremendas persecuciones, a injustas e ilegítimas condenas. Dentro de pocos días, el 1º de abril, celebraremos una de las que hacen referencia a mi sacerdocio (el 1º de abril de 1998, Mons. Nosiglia entregó a Don Claudio una carta de Ruini, que le comunicó la ilícita suspensión a divinis, N.d.R.)
Jesús, como hombre, has experimentado sentimientos de dulzura y de bondad; nos has amado dirigiendo Tu mirada sobre cada uno de nosotros antes de que existiéramos; has entrado en Jerusalén porque sabías que muchas almas, y nosotros estamos entre aquellas, habrían renunciado voluntariamente a todo para seguirTe.
Ahora, Jesús, después de veinte siglos, henos aquí delante de Ti. Hemos cantado, Te hemos llevado solemnemente en procesión, Te hemos entronizado en esta basílica que, en este momento, representa a toda la Iglesia.
Jesús recobra de nuevo Tu Iglesia, la cual han tratado de quitarTe, sin lograrlo. Siéntate en el trono que, como Dios, Te pertenece y derroca a los poderosos, que han tratado, y durante un tiempo, lo han conseguido, de entronizarse a sí mismos, pretendiendo la sumisión, la obediencia total y completa.
Jesús, yo, tu Obispo, Te confío la Iglesia, la pongo en Tus manos. ¿Te acuerdas de lo que dijiste a Santo Tomás: "Mete tu mano en mi costado?" Yo no me atrevo a meter mi mano en Tu costado, pero quiero ponerle la Iglesia herida, devastada, saqueada y humillada por los hombres, porque sólo así será protegida y finalmente renacerá por Tu intervención.
Jesús, Tú lo sabes, nosotros amamos la Iglesia, hemos trabajado y sufrido por ella. Ahora esperamos con fe el día en el que Te llevaremos solemnemente en procesión por las calles de Roma hasta llegar a San Pedro, donde recibirás el abrazo de la columnata de Bernini como si fuesen dos brazos que se extienden para honrarte a Ti, Cabeza y Fundador de la Iglesia, Primer, Sumo y Eterno Sacerdote, Único y Verdadero Mediador entre Dios y el hombre, Redentor del hombre, Cordero sin mancha, Dios Hijo que se sienta al lado del Padre y del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Amén.