Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 21 noviembre 2004
Ésta es la oración que S.E. Mons. Claudio Gatti, Obispo ordenado por Dios, ha pronunciado espontáneamente delante de la Eucaristía que ha sangrado en ocasión de la fiesta de Cristo Rey.
Señor mío y Dios mío, hoy, nosotros, con insistencia y de manera particular, queremos presentar y encomendarte Tu Iglesia, nacida del costado desgarrado por el golpe de lanza del centurión.
San Pablo, que hoy escucharemos una vez más en la Liturgia de la Palabra, afirma que Tú eres el Cabeza de la Iglesia, una cabeza real, una cabeza que no ha abdicado de Su papel, ni se ha jubilado, por usar una imagen moderna, sino que siempre está activo.
Tú eres el Cabeza y nosotros hoy, día de la fiesta de Cristo Rey y de Tu realeza, proclamamos Tu autoridad indiscutible y total sobre toda la Iglesia. Tú, Señor, nos has hecho partícipes, pero conoces mejor que nosotros cuánto sufre hoy la Iglesia. Aquellas heridas que te infligieron en el Gólgota, hoy son nuevamente infligidas a Tu cuerpo místico. Tus enemigos, con odio satánico, están tratando de dar los últimos golpes para demoler y arremeter contra esta construcción, que tiene sus cimientos en la Tierra y su cumbre en el Cielo. A estas alturas, sin embargo, con rabia, son conscientes de haber perdido la batalla, de no haber alcanzado ninguno de los objetivos que se habían prefijado. Señor, guarda la Iglesia que está herida y espera el renacimiento.
En este momento fluye ante mis ojos la imagen de María, Madre de la Eucaristía que vio por primera vez Tu cuerpo, engendrado por ella y al que ella le había dado sangre y carne, levantado en la cruz, ensangrentado y recubierto de heridas; luego, después del descendimiento de la cruz, lo abrazó con el mismo afecto y amor con el que de niño te abrazaba, te sostenía y te guiaba. ¿Qué habrá dicho la Madre de la Eucaristía mientras estrechaba Tu cuerpo desprendido de la Cruz? Probablemente pronunció las mismas palabras que nosotros hoy te dirigimos aunque con más amor y con más fe. Apresúrate, oh Dios, a restituir a la Iglesia su vitalidad, para que pueda renacer y su luz pueda resplandecer, su magisterio pueda alcanzar cada confín y la verdad triunfe de lleno y totalmente como ya ha triunfado la Eucaristía.
Señor, cuando más tarde te recibamos en nuestro corazón, nos gustaría que se llenara previamente del amor de Tu Madre. Su amor supera con creces todo el amor pasado, presente y futuro de todos los hombres. Para nosotros es suficiente que ella nos ilumine, porque cuando te recibamos en la Eucaristía, queremos estrecharte y dirigirte algunas de las palabras y oraciones que ella Te dirigía, desde que estuviste en su seno.
Señor, si es posible, apresura Tus designios y como Pentecostés se aceleró por la oración de tu Madre y de los apóstoles, también este nuevo Pentecostés en la Iglesia pueda ser acelerado por las poderosas oraciones de la Madre de la Eucaristía. Nosotros, aunque pequeños y débiles, nos dirigimos a Ti en esta oración, poniendo en ella toda nuestra capacidad de amar y creer.
Oh Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, Dios Uno y Trino, ante la divina voluntad nos postramos en adoración y reverencia, nos postramos reconociendo que Tú eres el único Dios en Tres Personas, el único Dios que se encuentra con el hombre dando a cada uno luz, palabra y fuerza, Eucaristía y Sacramentos que son energía vital.
Jesús Eucaristía, enciende un amor eucarístico cada vez mayor en nuestros corazones, queremos ser pequeñas lámparas que lo difundan por todas partes: en la vida individual, en la vida familiar, en el trabajo, entre los amigos, en la propia Iglesia, en la comunidad parroquial, en el propio pueblo o ciudad. Dondequiera que haya un hijo de la Madre de la Eucaristía, concede, Señor, que una lámpara se encienda perennemente para testificar que Tú estás realmente presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.