Oración pronunciada por S.E. Mons. Claudio Gatti el 23 de noviembre de 2008
Jesús, ¡qué dulce es Tu nombre! Pero también es un nombre imponente, un nombre poderoso, a cuyo sonido toda rodilla tiene que doblegarse en el Cielo, en la Tierra y en todo lugar. Jesús, tu sabes que desde hace días estoy atormentado por un dilema: hablarte delante de mis hermanos o en la intinidad, en el coloquio y en la oración, que incesantemente Marisa y yo te elevamos.
En el Eclesiastés está escrito que hay un tiempo para hablar y hay un tiempo para callar y me he preguntado: ahora ¿es tiempo de hablar o de callar? (El Coelet o (más raramente) Eclesiastés es un texto de la Biblia 3. 1-8 N.d.R.) Como de costumbre he sido guiado por tus enseñanzas. Hace pocos meses, nos has dicho: "Estoy contento cuando sacáis de vuestro corazón todo lo que tenéis dentro, porque Yo ya lo conozco". Señor, ¿qué puede salir de dos corazones que están traspasados, pisoteados, ofendidos, humillados, calumniados y perseguidos?
Tu has dicho que no tenemos que hacernos preguntas, pero somos criaturas humanas, no podemos entender muchos de tus actos, órdenes, indicaciones porque, incluso siendo tus hermanos, sabemos que entre Tu y nosotros está el infinito y comprendemos cada vez más las diferencias que hay entre Tu y nosotros.
¿Por qué, Jesús, en cada fiesta nos sentimos más cansados, más probados, más amargados y más desilusionados? Nos arrastramos. Es verdad que hace 37 años tu Madre nos hizo meditar esta expresión: "Arrastraremos nuestras pobres carnes, sin que de la boca salga una palabra amarga de queja". Jesús, ¿no hemos sido capaces de realizar aquel consejo? Nos quejamos, pero creo que si en lugar nuestro estuvieseis Tu y la Madre de la Eucaristía, también vosotros os lamentariais.
Claro, Tu añadirías, dirigido a Tu Padre, lo que ha sido tu estilo de vida, "Que se haga Tu voluntad". Tu sabes, Jesús, que nos hemos esforzado siempre en hacer siempre Tu voluntad, hasta derramar sangre y lágrimas.
Dios Padre una vez preguntó a Marisa y a mi: "¿Soy Yo el que tengo que adecuarme a vosotros o sois vosotros los que tenéis que adecuaros a Mi?" y yo respondí: "Somos nosotros los que tenemos que adecuarnos a Ti". Créeme, Jesús, entonces no preveía que nos pedirías que subiéramos al Gólgota, que es cada vez más áspero y espinoso y vivir en un Getsemaní en el que lo amargo del sufrimiento se habría transformado en algo tremendo y oprimiente. Jesús, Tu sabes que no estoy exagerando, Tu sabes que es verdad todo lo que te estoy diciendo, porque primero me lo has dicho Tu a mi. Jesús, te repito la pregunta: "¿Por qué cada fiesta estamos cada vez más probados y cansados? ¿Cuándo, Dios mío, volverá la sonrisa a nuestros labios?". La Madre de la Eucaristía ha respondido a Marisa que le preguntaba: "Madre, ¿por qué no sonríes?", ¿Qué motivo tengo para sonreír?". Nosotros te damos la misma respuesta: "¿Qué motivos tenemos para sonreír?". Y sin embargo, Jesús, verdadero Dios y verdadero Hombre, en la Sagrada Escritura está escrito: "Dios ama a los que dan con alegría". Ya no somos capaces de ofrecerte nuestras accciones y sufrimientos con alegría, no te lo damos con la sonrisa, sino gimiendo y llorando. Es tremendo lo que estoy a punto de decir, es estremecedora la pregunta que estoy a punto de hacer. "Jesús, Hijo de Dios, ya que no somos capaces de darte nada con alegría, ¿nos amas todavía?". Jesús, mira nuestro cansancio: Tu lo has sufrido, tu lo has experimentado, pero permíteme que te haga notar que también Marisa y yo lo estamos viviendo desde hace más de 37 años; es toda una vida. Cada año ha sido más duro, más fuerte, más abundante en sufrimientos que el precedente. ¿Hasta cuándo, Dios mío, continuarás triturándonos en el desgarro del sufrmiento?
¡El año 2008 ha sido tremendo! El año de la Esperanza, el año de la Certeza terminará dentro de 15 días y nosotros ¿qué nos encontramos entre manos? Sólo sufrimiento. A veces me pregunto: ¿qué culpa tenemos nosotros? ¿Por qué tenemos que llevar las consecuencias de las guerras, de los egoísmos, de los pecados, de las ofensas a Ti? ¿Por qué, Dios mío?
Yo, hoy, como nunca antes, te suplico: mantén tus promesas. El 29 de junio has colocado al lado de la expresión "Basta", el adverbio "Pronto". Te lo ruego, te lo suplico, Jesús, no me digas que vuestro "Pronto" no es el nuestro. Te lo ruego: usa nuestro lenguaje, ten presentes nuestros conceptos, no porque no queramos adecuarnos a Ti, sino porque no somos capaces de levantarnos. Acuérdate cuando has caído antes de llegar a la cima del Gólgota, acuérdate que te arrastrabas, acuérdate que una fuerte debilidad te oprimía. Jesús, estamos en esta misma situación, estamos postrados. Marisa y yo ya no podemos continuar. Dános lo que has prometido, mantén lo que has dicho, sé que lo harás, pero te lo ruego, te lo suplico, por una vez hazlo según nuestros tiempos.
Ninguno de nosotros es un héroe. Nos sentimos como aquellos niños que aman a sus padres y cuando tropiezan y caen, lloran por el dolor y gritan: "Papá, Mamá, ¡venid a levantarme!". Jesús, estamos en esta situación: dirigidos a tu Papà y nuestro con aquel afecto, con aquel respeto que tu nos has enseñado a demostrarle, gritamos: "Papá, ven en nuestra ayuda, mira que ¡ya no podemos más!". Después volvemos la mirada a la Madre e invocamos su ayuda.
¡Cuántas veces la Virgen ha llorado con nosotros! ¿No es verdad, querida Madre del Cielo, que junto a la Abuela Yolanda has llorado a menudo con tu hija y conmigo? Las lágrimas de una madre conmueven al padre. Ya lo sé, Madre, que tu estás de nuestra parte. Ayer, mientras tu hija gemía y yo, Yari y Laura, tristes y sufriendo, te suplicábamos, sentimos un gran dolor en tus palabras cuando dijiste: "No puedo hacer nada, porque Dios ha decidido este sufrimiento".
Madre, te he dicho muchas veces: ponte delante de Dios Papá y no te levantes hasta que, sonriéndote y extendiéndote la mano, te diga: "Vé, hija mía, ve María, con mis hijos a darles el alegre anuncio".
Jesús, te he hablado con el corazón en la mano, te he hablado como nunca te he hablado delante de mis hermanos y de mis hermanas. Tu ves en ellos la participación de nuestro sufrimiento, ves el dolor expresado de alguno con las lágrimas y de parte de todos con una tristeza, una melancolía que recuerda la tuya en Getsemaní cuando dijiste: "Mi alma está triste al punto de morir"
Jesús, levántanos de nuevo, danos la alegría que hemos conocido en el pasado y que desde hace demasiado tiempo hemos olvidado. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, Dios Papá, Dios Hermano, Dios Amigo, Dios Uno y Trino, a Ti nuestro amor, nuestra alabanza y nuestra fe por toda la eternidad.
Roma, 23 noviembre 2008
Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo